En los papeles, y en los bytes de las plataformas digitales, el material que acaba de publicar El Cuarteto de Nos es nada menos que su disco número 17, siempre que contemos como álbum con todas las letras, y la música, aquel debut en las bateas a medias con Alberto Mandrake Wolf, de 1984, y dejemos de lado “el de la heladera”, de 2004, por ser de éxitos regrabados. Más allá de cualquier superstición a la que pueda llevarnos el 17, no hay banda de rock uruguayo tan prolífica y duradera –le sigue, muy de cerca, La Tabaré–, pero ya es hora de preguntarnos si sigue siendo una banda.
Suele pasar que cuando alguien se va materialmente de un lugar, su cabeza ya hacía bastante rato que estaba en cualquier otro lado menos ahí. Hace un año, Santiago Tavella, cofundador, bajista, compositor y cantante, abandonó el Cuarteto, pero la última canción firmada y cantada por él en un disco del grupo está en el lejano Habla tu espejo, de 2014 (“Whisky en Uruguay”, una versión orientalizada de la canción tradicional irlandesa “Whiskey in the Jar”). Por lo tanto, su portazo hizo carne lo que ya se oía en los últimos discos: Roberto Musso quedó oficialmente como la exclusiva cabeza creativa del Cuarteto, ya que su hermano, Riki, pieza fundamental, los había dejado hacía más de 15 años.
Entonces, en las ocho canciones de Puertas, el flamante disco de El Cuarteto de Nos, lanzado la semana pasada, encontramos más que nunca a un Musso a sus anchas, y largas. Así como en Lámina once (2022), el anterior disco del grupo, agarró un concepto y lo desarrolló a reventar en una canción y aledaños (en aquel caso, en “Rorschach”, por el famoso test psicológico), ahora la idea central son las puertas, que no sólo bautizan el disco y la canción que lo abre, sino que también ilustran la colorida portada, con una especie de matrioshka de puertas de las que entran y salen un montón de cosas y personajes; resulta un atrapante ejercicio buscar quién es qué o viceversa.
“Fueron tantas puertas las que tuve que enfrentar,/ algunas que se abrieron me ayudaron a reflexionar/ pero en otras hubiera sido mucho mejor no entrar”, canta Musso al abrir la puerta del álbum, sobre un riff rockero pero genérico (hijo del de “Inmigrant Song”, de Led Zeppelin). Cuando viene el estribillo (“y sigo atravesando puertas, buscando saber quién soy”), amenaza con que va a explotar, pero se queda a medio camino, con una subida de manual, sin una de esas melodías memorables que Musso sabía crear con pericia pop, y nos topamos con el primer déjà vu del disco. Si hubiera una ronda de identificación de estribillos en una comisaría musical, sería difícil delatar si el que escuchamos es el de “Puertas” o el de otras de las últimas canciones de la banda.
Desde hace varios discos las inquietudes más obsesivas de Musso oscilan entre lo más íntimo y lo más “lejano”: desde su yo –el artístico, claro está, el del narrador de la canción– hasta eso tan gigante e inasible que muchos llaman “sistema”, sea cual sea su fuente y su rango de acción, que nos aliena, nos apura y todo eso. Lo último está, por ejemplo, en “Frankenstein posmo” y “Flan” (“dicen que mi paranoia afecta mi salud/ y que nada es real hasta que sale en Youtube/ y es que todo es tan endeble y tan fugaz/ qué poco aprendemos de los tiempos de paz”), del anterior disco, por mencionar sólo un par reciente.
En Puertas tenemos “Ganaron los malos”, que llega al paroxismo en contra del sistema y en forma mucho más directa, ya desde el título: “Y sí, esto es así/ toda una maquinaria atrás para aturdir/ padrinos y mecenas que nunca se ven/ que sólo compran a los que dicen amén”. Más allá de que el estribillo también suena genérico –así como el subidón melódico previo–, acá el déjà vu nos pega en la cara, porque la letra remite a cosas de las que ya se quejó Musso en los últimos discos –con más o menos creatividad, a esta altura da igual–, e incluso tira una frase demasiado hecha (“no siempre el que habla fuerte tiene la razón”). Con más de 60 años bien vividos artísticamente, hace tiempazo que Musso no tiene que andar demostrando nada, pero parece haberse quedado en un loop.
Humo, el perro, la cola...
A partir de Raro (2006) –uno de los mejores discos del grupo y del rock uruguayo–, Musso empezó a jugar mucho más con las palabras y, a medida que fueron pasando los discos, ese jugueteo creció hasta el punto de que los significantes parecen estar por encima de la melodía, desdibujándola, al estilo de un ejercicio de rimas y significados que busca la sorpresa en el sintagma (o sea, el viejo rap), como al inicio de “La ciudad sin alma”, de Lámina once.
En “El astrónomo que no podía ver el cielo”, que musicalmente tiene un pulso tanguero agazapado –impulsado por el piano, un poco escondido en la mezcla–, desprende algo de ese juego. Si bien Musso despliega la melodía con desgano adrede, el peso de la interpretación se posa sobra las palabras: “Lo veían como a un bicho extraño,/ la oveja cósmica del rebaño./ Lo hostigaban a que se concentrara/ y que no pensara más en esas cosas raras”. Pero después la melodía cambia, se vuelve casi de balada y le da otro color al asunto.
El Cuarteto de Nos, tanto el nuevo –que ya no es tan nuevo– como el viejo, siempre fue un grupo que se pasó por la Osa Mayor lo que debe o no ser el rock, y tocó casi todos los géneros posibles, aunque antes quizás era parte de la gracia (con el lenguaje musical también se pueden hacer chistes). Pero ya desde el anterior álbum se enfocaron más en un rock pop estándar, por eso el ritmo seudofunk de “El perro de Alcibíades” da una bocanada de sonido fresco –con media cerveza de más capaz que hasta se puede bailar–, melódicamente debe ser la mejor canción del disco, y por algo fue uno de los cortes de difusión. Pero la letra no se salva porque, anclado en la historia del perro del político ateniense Alcibíades –que, según la leyenda, le cortó la cola a su can para distraer de sus chanchullos–, Musso nos habla de la manipulación de los medios con el fin de desviar el foco de lo importante, de manera tan diáfana que no hace falta citar las frases en esta nota para no redundar.
“Sé que les molesta no entrar en mi feudo más sagrado/ ni leyéndome la mente sabrán/ lo que estoy pensando”, canta Musso en el final del estribillo de “Cara de nada”, otro rock –de pulso punk– estandarizado y de estribillo intercambiable con el que el disco se empieza a despedir, volviendo a las idas y vueltas sobre el yo. Y así llegamos a “Camello patagónico”, la que cierra el álbum, con algunos piques lúdicos interesantes como el scat –la repetición con la voz de las melodías que largan otros instrumentos– y varios paisajes sonoros distintos, un caleidoscopio musical que incluye el pavloviano ruido de error de Windows, porque “algo anda mal”, como repite obsesivamente Musso en la coda.
Luego de media hora, queda claro que Puertas está muy lejos de ser uno de los mejores discos del Cuarteto de los últimos 20 años –sería absurdo comparar con lo más viejo porque vibra en otra cuerda–. Se extraña al Musso más pícaro, no el de temas lejanísimos como “Tupamaro”, sino el que se asomó en el disco Jueves (2019) con canciones como “Mario Neta” o “Punta Cana”, sarcásticas y lúdicas, cuando no en letra, en música, alejadas de aquellas serias, con más drama que comedia, como “21 de setiembre” y “No llora”.
A su vez, la producción, que le pasa un manto artificial a todo, típico del mainstream de estos tiempos, y de los anteriores, le saca bastante personalidad a las canciones. Hay rock, pero como una referencia: más representación que voluntad; las guitarras tienen distorsión pero controlada, como si les diera cosa darse de lleno con el género y no fuera sincero. En definitiva, a este Musso le manda una advertencia su yo que cerraba el disco Bipolar (2009), a través de aquella milonga híbrida titulada “Breve descripción de mi persona”, en la que cantaba: “Si naciste incendiario/ no te mueras bombero”.
Puertas, de El Cuarteto de Nos. Porfiado Records, 2025. En plataformas.