¿Alguna persona, de adolescente o en su primera juventud, se ha sentido satisfecha, en cualquier tiempo y lugar? ¿No es el inconformismo y, al mismo tiempo, el ansia –y la ansiedad– por vencerlo y conseguir lo que uno quiere la principal pulsión de esa etapa de la vida?

Hace 60 años, en junio de 1965, ciertos ingleses rebeldes que todavía se hacen llamar The Rolling Stones lanzaron una canción que enseguida trepó al número uno de las listas estadounidenses –fue su debut en la cima del ranking yanqui– y desde allí salieron disparados al éxito mundial, haciéndose conocer en casi cualquier rincón de un globo que todavía no estaba tan globalizado.

“(I Can’t Get No) Satisfaction” absorbió y transmitió, como un satélite universal, el espíritu de aquella juventud frustrada, transformándose en un himno, no sólo de los Stones, sino del rock, de una generación y de una cultura. Y esa pulsión, dos caras de una misma moneda (la frustración por la insatisfacción y las enérgicas ganas de vencerla), se vio representada como nunca antes en la urgencia y la distorsión de un riff, que es la estrella de la canción, marcando un antes y muchos después en el rock: fue mil veces citado, parodiado, sampleado y demás “ados”.

Está el qué pero también el cómo, casi igual de importante. El riff, pergeñado por Keith Richards, son sólo tres notas que suben y bajan por la misma cuerda de la guitarra –la quinta– de forma casi simétrica e instintiva. Según la leyenda, contada mil veces por el guitarrista (de manera oficial en su autobiografía, Vida, de 2010), esa melodía se le vino dormitando y sin querer queriendo la registró en su grabadorcito Philips. Luego, se despertó, apretó el botón “play” y escuchó el riff más 40 minutos de ronquidos.

Dale pedal

Mick Jagger escribió la letra de la canción al borde de la piscina de un hotel en el que se hospedaban en plena gira estadounidense (Florida), y el 12 de mayo se grabó, en los estudios RCA de Hollywood. La idea, se suponía, era que ese riff lo tocara una sección de vientos al estilo soul de Otis Redding. Sea como fuere, Richards tocó el riff con su guitarra eléctrica a través de un pedal de distorsión Gibson Maestro FZ-1 Fuzz-Tone, que por aquel tiempo era una novedad y que luego del éxito de la canción se transformó en una moda. Vaya curiosidad: fue una de las pocas veces en que a Richards –eterno alérgico a la artillería tecnológica– se le dio por usar un pedal para que se interpusiera entre su guitarra y el amplificador –otra excepción, más extrema, es el efecto phaser, acuoso, de “Shattered”, de 1978–.

Pero ese pequeño pedal es lo que le da la mitad, o más, de la gracia al riff, porque lo dota de un tono agresivo, punzante y peligroso; pelado, sonaría soso y muy trivial. Aunque, claro, no sólo el riff hace al hit. Está el bajo de Bill Wyman, balanceándose sobre la guitarra con una melodía que parece similar pero no lo es, y el golpe de noble obsesivo de Charlie Watts en la batería, que básicamente es puro bombo y caja al unísono, martillando el ritmo como un metrónomo humano. La frutilla de la torta percusiva es la pandereta, que le da un tintineo picarón (hay un arreglo tan simple como genial al final de los versos, cuando sólo quedan sonando la batería y la percusión, un eco de danza tribal).

El riff es tan abrasivo que vuelve extraña la estructura melódica de la canción para lo que son los estándares de la música popular y en particular del rock, porque en su estribillo, cuando se esfuma el riff, en vez de explotar, todo baja, casi como un descanso. Jagger, de 21 años en ese entonces –todavía con un timbre de voz juvenil–, deliza lo de “I can’t get no satisfaction” casi melodioso, pero a medida que repite “and I try”, cuando el estribillo va terminando, es justo cuando levanta para enganchar con el riff, que insiste y por eso es lo más recordado de toda la canción. También porque la melodía vocal de los versos no es de esas para andar silbando alegremente mientras caminás tranquilo con las manos en los bolsillos: es tirante, incómoda y corrosiva.

Verso a verso

Y es así porque está cargada de quejas. De cada una de las tres estrofas se puede sacar un tema esencial y universal sobre el que arremete Jagger. En la primera está lo del tipo de la radio que le habla más y más sobre “información inútil” supuestamente dirigida a encender su imaginación. Es decir, el contenido fútil de buena parte de los medios de comunicación, que obviamente hace 60 años era un átomo comparado con la maraña de estimulantes links que hoy nos llevan a enterarnos de eso tan “sorprendente” que le pasó al “famoso” de turno.

De izquierda a derecha: Keith Richards, Charlie Watts, Brian Jones, Mick Jagger y Bill Wyman.

De izquierda a derecha: Keith Richards, Charlie Watts, Brian Jones, Mick Jagger y Bill Wyman.

Foto: Owe Wallin, Agencia de Noticias TT, AFP

En la segunda estrofa se la agarra con la publicidad, en particular, contra el tipo de la televisión que le dice qué tan blancas pueden ser sus camisas. Pero enseguida Jagger canta que ese no puede ser un hombre porque no fuma los mismos cigarrillos que él. Quizás, una referencia a la omnipresencia de aquella marca de cigarros de la gran M, incluido su inmaculado cowboy machote de aires hollywoodenses, que cubrió al mundo de humo publicitario en buena parte del siglo XX (hasta en la Fórmula 1).

Así que pasamos de las pavadas distractoras de los medios masivos al consumismo, y, para el final, deja una de las obsesiones más grandes que mueven al rock –hoy– clásico, pero que en su momento no abundaban en un hit universal –aunque sí en el blues, de donde estos muchachos sacaron alguna cosita–. Por supuesto: el sexo. Jagger, antes de ese tercer verso, cambia el final del estribillo, para preparar el terreno, por “I can't get no girl reaction” (“no puedo conseguir reacción de ninguna chica”), y después dice que cuando va por el mundo, haciendo esto y aquello, y una muchacha lo rechaza, no puede –faltaba más– satisfacerse.

Luego de “Satisfaction”, cuatro años después, un Jagger más maduro –también vocalmente, con su timbre áspero y diabólico definitivo– escribió “You Can’t Always Get What You Want”, la épica góspel que cierra el álbum Let It Bleed(1969) y que parece una respuesta a aquel primer hit mundial de la banda: “La vi hoy en la recepción/ un vaso de vino en su mano/ supe que encontraría su conexión/ a sus pies yacía su inútil hombre/ No siempre podés conseguir lo que querés”.

Satisfacción en vivo

Si bien hubo muy raras excepciones en las que se dieron el lujo de no tocar “Satisfaction” arriba de un escenario (como los tours de 1973 y 1975, por ejemplo), la canción se volvió una de las fijas en cualquier recital de los Stones, sobre todo cuando se trata de megashows en estadios de fútbol. A lo largo de seis décadas, la canción sirvió para abrir los recitales, como en la gira Bridges to Babylon, para cerrarlos, como en el tour que los trajo a Montevideo, en 2016, o para dejarla en el medio, y si uno está podrido de escucharla, aprovecha y va al baño. Obviamente, las versiones de despedida de show suelen ser más largas, como la de La Habana (Cuba) de 2016, que tiene de todo: el solo desprolijo de Richards, Jagger coreando el riff, vientos que lo doblan y la acelerada rítmica de Watts en la infinita coda.

El período en vivo con Mick Taylor en la guitarra –en sustitución del malogrado Brian Jones, y antes de Ronnie Wood–, entre 1969 y 1973, es sin duda de lo más aceitado de toda la historia del grupo, así que no es casualidad encontrar en esa etapa las mejores versiones de “Satisfaction”, o al menos las que más se diferencian de la original, como la que tocaron en la Universidad de Leeds el 13 de marzo de 1971, en el marco de una pequeña gira por Reino Unido. Ese recital fue grabado y por décadas se convirtió en uno de los más famosos discos “piratas” que atesoran los fanáticos de la banda, y en 2015 vio la luz oficialmente en la enésima reedición del álbum Sticky Fingers (1971).

En esa versión arranca la batería solita, con otro ritmo, una pizca funky, y el riff se deforma completamente, al punto de casi desaparecer. Es como si los Stones fueran esos niños que se aburren de armar siempre el autito de Lego tal como aparece en la figura de la caja, entonces tiran todas las piezas y crean algo diferente. En la coda hay unos quiebres rítmicos amenazantes, mientras Jagger balbucea diabólico y los vientos despeinan a toda la banda y le dan ese sonido soul que buscaban. Recién cuando todo está por terminar, Richards larga el famoso riff –pero más agudo, filoso–, apenas cuatro vueltas, como para cumplir y tratar de demostrar que la canción es más que eso que dice que creó semidormido.

El pornográfico éxito de la canción hizo que la pregunta más trillada que le suelen tirar a Jagger en cualquier instancia periodística sea si está satisfecho –o la segunda, si la gira de turno es la última–. En una conferencia de prensa en Nueva York en 1969, que quedó inmortalizada en el documental Gimme Shelter (1970), una periodista le preguntó si estaban más satisfechos ahora, provocando la risa de los presentes. Jagger contestó: “Sexualmente, estamos satisfechos; filosóficamente, seguimos intentando”.

Mick Jagger de los Rolling Stones durante el concierto de la gira europea de la banda en el Royal Lawn Tennis Stadium de Estocolmo, el 1º de abril de 1965.

Mick Jagger de los Rolling Stones durante el concierto de la gira europea de la banda en el Royal Lawn Tennis Stadium de Estocolmo, el 1º de abril de 1965.

Foto: Björn Larsson Ask,TT News Agency, AFP

Versiones e influencias

El triunfo de la canción también logró que medio mundo la tocara al derecho y al revés. El sitio web setlist.fm consigna que fue tocada 3.688 veces en vivo por 411 artistas diferentes –un millar es culpa de los propios Stones–, sin contar las versiones de estudio, que salieron en cualquier tiempo y lugar. Por ejemplo, a los pocos meses de lanzada la original, la grabó el mismísimo Otis Redding; por supuesto, con la melodía del riff a cargo de una sección de vientos. 30 años después, acá nomás, El Peyote Asesino incluyó una versión en su primer y homónimo disco, obviamente, a su estilo –hiphopeado–, demostrando el amplio rango de llegada –radiactivo– que tuvo la canción.

En la cima de las versiones está la que hizo Devo en 1978, para su disco debut, borracha de new wave, jugando con desarmar la estructura, más bailable y con el riff desdibujado. Otra versión formidable es la del dúo de Björk y PJ Harvey, formado ad hoc para la entrega de los BRIT Awards de 1994. Es un in crescendo de energía y vitalidad, con una simbiosis perfecta de sus voces, y un gran ejemplo de la diferencia entre versionar y simplemente hacer un cóver. Del otro lado de lo bueno está la que se mandó Britney Spears en el 2000, un típico frankenstein pop de los que se hacían a principios de este siglo y que ya besaron el olvido.

Y después está todo lo demás: la influencia implícita que tuvo la canción, ya sea por el riff o la esencia de su letra, más allá de las versiones concretas, como la parodia del riff que tocó Frank Zappa en “Hungry Freaks, Daddy” o la letra de “Satisfied”, del último disco del maestro Tom Waits, que directamente menciona a Jagger y Richards.

Pero las mejores son las no tan obvias, como “Unsatisfied”, de The Replacements, publicada en 1984 y escrita por su cantante y guitarrista, Paul Westerberg. Por ese entonces era veinteañero, por lo tanto, más propenso a la insatisfacción. Con un tono agrio y harto canta sobre el inconformismo y la frustración en forma más universal y abierta, al punto de que puede ser sobre las cosas más grandes de la vida, o las más chicas, como esta nota: “Mirame a los ojos/ y después decime que estoy satisfecho/ ¿Vos estás satisfecho?”.

(I Can’t Get No) Satisfaction.

(I Can’t Get No) Satisfaction.

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