Como uruguayo e hincha de Defensor, tengo bien claro lo que significa ser un underdog. Esta expresión, por ahora sin traducción directa al español, se utiliza en los deportes para describir al que no es favorito, al que lleva todas las de perder. Entonces, cuando el underdog gana, lo hace en contra de las estadísticas y las expectativas, y eso es suficiente para que la victoria tenga algo de épico.

Hollywood y su audiencia adoran la épica de los underdogs. Rocky Balboa quizás sea el perdedor ganador más famoso de la historia del cine, con casi 50 años de desafío a las expectativas, incluso cuando le ha tocado perder. Como ejemplo de esta clase de narrativa alcanza con recordarlo al trote por Siberia (Rocky IV) mientras su futuro rival, el capitán Iván Drago, entrenaba con todas las ventajas de la tecnología… y de la química.

Aquello ocurría en 1985, pero un año antes Daniel-san (Karate Kid) había conectado una patada certera en el rostro de su rival con su último aliento. En 1993, la película Jamaica bajo cero se basaba en la participación real del equipo de bobsled de ese país en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1988, en los que construyeron su propia épica underdog.

Si será bueno Joseph Kosinski, el director de Top Gun: Maverick, que nos hizo creer que Brad Pitt podía ser un underdog. Esa es la premisa de F1: la película, un blockbuster (para seguir con los anglicismos) que promete conquistar al público con todas las características del gran entretenimiento en una pantalla de esas dimensiones: acción, emoción y épica. Y ya saben cómo se construye esta última.

Esta aventura no pretende conquistarte lentamente, como si rozara tu mano en un restaurante poco iluminado. Comienza con las 24 Horas de Daytona, una edición frenética y “Whole Lotta Love”, de Led Zeppelin, a todo gas, tanto que los asientos de la sala vibraban como si fuera una función 4D. Al minuto vas a estar en la metafórica cama de un motel, con un pucho en la boca y preguntándole a F1: la película cuándo pueden verse de nuevo.

Brad Pitt es Sonny Hayes, un piloto caído en desgracia que tuvo su oportunidad en la Fórmula 1 hace décadas y ahora se dedica a recorrer Estados Unidos con su camioneta, respondiendo avisos clasificados en los que piden pilotos para tal o cual carrera de campeonatos alejados de todo glamur y reconocimiento. En la vida real el actor tiene 61 años, pero aquí nunca sabremos su edad exacta; solamente que hubo un par de antecedentes de pilotos cincuentones en la Fórmula 1, como para que su hazaña no sea tan increíble.

Quien le cuenta de esas excepciones es su amigo Ruben Cervantes (Javier Bardem, que parece divertirse más que todo el elenco). Su excompañero de escudería ahora es dueño de una y a la mitad de la temporada lo recluta en busca de un cambio de pisada (¿un volantazo?) que impida que los buitres se queden con el equipo APXGP, que hasta ahora no es más que el hazmerreír del campeonato.

Sonny Hayes es, entonces, una mezcla de Rayo McQueen y Ted Lasso (protagonista de la serie del mismo nombre sobre un entrenador de futbol). Presumido y arrogante como el protagonista de Cars, es además una contratación pensada para llamar la atención de la prensa, y quién te dice que no haya alguien deseando que le vaya mal. Para agregarle otro cliché al asunto, chocará figurativamente (y no tanto) con su compañero de escudería, Noah Pearce (Damson Idris), otro macho alfa del automovilismo, aunque en este caso su carrera venga en ascenso.

Un piloto que nadie espera que gane, en una escudería que nadie espera que gane, el condimento perfecto para dos horas y media de acción que no se sienten, porque cada curva ofrece nuevas emociones. Para ello, al deleite visual se le suma la banda de sonido de Hans Zimmer, que, sin ser la que compusieron Trent Reznor y Atticus Ross para Challengers, te hace sentir varias veces que estás escuchando algo diferente.

En cuanto a la narrativa, se abraza a dos elementos que como espectadores debemos abrazar si queremos que el entretenimiento sea exitoso. El primero es el uso del relator o locutor para darnos información acerca de lo que está ocurriendo, ya que hay que resumir carreras extensas (y por momentos monótonas, vamos a decirlo) en pocos minutos. El dramatismo, y este es el segundo y fundamental elemento, está dado por la capacidad de Sonny Hayes de utilizar todas las áreas grises del reglamento a su favor o el del equipo. Si les caen mal los underdogs que buscan sacar ciertas ventajitas, esta película no es para ustedes.

Habrá tiempo para que Hayes y Pearce se peleen, se boicoteen y (¡obvio!) aprendan a trabajar juntos, y hasta habrá tiempo para una sencilla historia de amor entre nuestro protagonista y Kate McKenna, interpretada por Kerry Condon, de Los espíritus de la isla.

Todo lo que estás esperando que pase va a pasar, y ahí está el mérito de los artistas detrás y delante de la cámara. Y, de nuevo, que nos hagan creer que Brad Pitt puede ser el perdedor en algo es prueba suficiente de que hicieron las cosas bien.

F1: la película. 156 minutos. En cines.