Estuvo en todos los frentes del sistema teatral: en la docencia y la gestión institucional, pasó de la prensa a la dramaturgia, montó espectáculos en espacios alternativos y también en el Solís y en Carnaval. Pero la dirección teatral es el rol que más llena a Mariana Percovich, “por lejos, por goleada”. Es lo que la define.

“Por supuesto que soy dramaturga, que soy docente de formación, pero la dirección teatral es lo que me mueve el piso. Además siento que hoy puedo decir, sin creerme nada, que lo puedo hacer bien. Y no es fácil llegar a decirlo. Incluso vos querés un espectáculo para un escenario a la italiana, una versión de no sé qué, y la puedo hacer. Que me convenza, me conmueva, es otra cosa. ¿Querés que haga un espectáculo para el Teatro de Verano? Lo puedo hacer. Porque también uno aprende ciertas reglas; después está lo que te conmueve”.

Fiesta patria, el mosaico poético que estrena el viernes, diez años después de su última incursión teatral, está en esa categoría. “Me conmueve profundamente, no sólo porque es mi regreso, sino porque creo que logramos esa unión difícil entre lo humano y lo artístico. Y porque hay una realidad muy diversa en el elenco, que la está gestionando maravillosamente bien”.

Se trata de una obra no lineal, desarrollada y pensada para un espacio específico, el Museo Cabildo de Montevideo, para únicamente 60 espectadores por función. Es un desmenuzamiento del ser nacional, de las heridas que cada uno carga sobre la patria.

Locas locaciones

Pongamos que no hubiera límites de producción ni permisos que limiten. Percovich dice que entonces haría una obra en cada rincón de la ciudad: “Me encantaría un espectáculo ocupando un hospital entero, en el Vilardebó, en el Italiano. Me encantaría agarrar el Palacio Legislativo, si tuviera los recursos”. Una vez batalló para conseguir el Pereira Rossell; otra vez estuvo a punto de dirigir en el cementerio de San Pablo (Brasil). A veces las locaciones se resisten. “El problema es que estos espectáculos son carísimos, porque cuando vos te mandás a hacer un trabajo fuera de un teatro, tenés que poner hasta el primer cable, el tornillo y la linga. No es lo mismo que cuando estás adentro de un teatro calentito, prendés, apagás y te vas. Acá es arduo, tenés que estar muy convencido”.

Abordar la idiosincrasia y sus traumas siempre estuvo en su horizonte y le reconforta ver que hay creadores jóvenes, incluso folcloristas, por el mismo camino. “Creo que al fin Uruguay dejó esa matriz que Gerardo Caetano y Hugo Achugar siempre mencionan, esa cosa blanca. Por lo menos ahora estamos mirando nuestras raíces, nuestro pasado, porque para mí no es un gesto conservador. Desde que arranqué, en mi primer espectáculo, Te casarás en América, con Miguel Römer y Andrea Fantoni, trabajamos sobre la inmigración europea en Uruguay. Después hice Cenizas en mi corazón, sobre el mundo del tango, Gardel y Le Pera; hice Medea del Olimar, que era la historia de una mujer del campo. O sea, para mí siempre estuvo muy presente. Con Las descentradas hice una revisión de nuestra literatura, que siempre me preocupó. Esto es algo que quería hacer en mi regreso, decir ‘estamos en un bicentenario, hay gente más joven que está empezando a meterse con el tema de otra manera’, y aportar desde Fiesta patria”.

“Mi generación tiene muchas heridas con la patria y cuando empiezo a trabajar con los actores me doy cuenta de que la tienen también. Siempre me sentí muy latinoamericana, incluso cuando estudié en Londres era mi centro. De hecho, cuando en el Royal Court me pidieron que presentara mi país, llevé una foto de Federico Rubio, de una serie que hizo de vacas en el Polonio, en mitad de la duna. Y llevé un texto que ahora uso en Fiesta patria, con la autorización de la familia Zitarrosa, de Guitarra negra”, agrega.

Con Alondra Pereira, la diseñadora de vestuario, buscaron cómo llegar a una síntesis en un espectáculo que se presenta en la Sala de los Constituyentes: “Eso ya determina, estás dentro de una línea curatorial de un museo y tenés que dialogar con eso. Entonces, hay citas a los cuadros de Blanes en el vestuario y al archivo digital del Cabildo. No queríamos ser un cuadro viviente. No queríamos ser una pieza de museo, pero sí que el gesto de la historia estuviera sobre esa segunda piel de los actores. Hay citas a la ropa gauchesca, al poncho, pero no están tal cual. Y la paleta de colores está trabajada a partir de la bandera”.

Cita, prueba, diálogo

“Los ‘sitios específicos’ –antes se les decía ‘espacio no convencional’– me gustan porque te obligan a que todos los lenguajes sean revisados tres veces: la sonoridad, la música. No podés poner cualquier cosa en el Cabildo, como si estuviéramos en el Palacio Taranco o en el Salón de los Pasos Perdidos; cambiaría completamente la estética, la dimensión. Acá estás al lado de los actores, quiere decir que tu ojo va a ver hasta el último botón”, dice Percovich.

La idea fue que el espacio elegido estuviera asociado al origen como país, ya que el enclave es parte de la dramaturgia. “No se pueden divorciar”, explica Percovich. “Yo no podría hacer este espectáculo frontal, sería otro, no funcionaría. Tendría que ser Ismael, como hizo El Almacén Teatro, una cosa enorme”.

Percovich armó un casting con tres actores afro junto a otros “rubios hegemónicos, pensando en los fenotipos uruguayos, en cómo se ven y en cómo piensan”. A los elegidos –Nandhi Abad, Carolina Eizmendi, Ximena Echevarría, Jonathan Parada, Juan Carlos Pereyra, Susana Souto Fernández, Valeria Vega Santos y Germán Weinberg– les propuso improvisar con base en un cúmulo de fuentes documentales, desde la crónica de los últimos charrúas hasta el Reglamento de Tierras y material sobre los mataderos y la venta de esclavos. “El primer día que nos juntamos me dijeron: ‘Esto no es teatro’”, cuenta. El libreto tuvo casi 17 versiones, reescritas a partir de preguntas e investigaciones, como recrear el monumento El entrevero e insistir con la pregunta “¿cuál es tu vínculo con la patria?”.

El resultado, adelanta Percovich, es poliédrico. “Hay esa obsesión que tengo por los géneros y los estilos viejos, que me parecen muy nobles, el melodrama; no eludimos esos cuadros filodramáticos o estampas potentes que los propios actores crearon con danza, con música, con canto. El espectáculo no resuelve nada, no quiere bajar línea bajo ningún concepto: te dice ‘acá tenemos un lío bárbaro con el que hay que vivir y tramitar’. Mostramos el racismo. Lo muestra la gente afro; les damos la voz a ellos”, sostiene.

Percovich viene de escribir Amar a tu monstruo, un ensayo sobre las vertientes de la docencia teatral en Uruguay, que influyó en su forma de dirigir. “El libro me ayudó a volver, trabajé con Florencio Sánchez y lo puse de personaje en Fiesta patria, porque me encontré de nuevo con las conferencias de ese joven anarco, tan crítico con el Uruguay caudillista. Y lo que me cambió es la manera de relacionarme con el elenco, no pedirles que hagan cosas que ellos no quieren hacer. O sea, no marcar, sino ver cómo lo querés hacer. Lo humano se priorizó. Hay algo que a mí me cambió la enfermedad: si no hay contención y solidaridad, no me interesa hacer teatro. Se ve todo: si el elenco se lleva bien, si no, aunque eso no importe para la historia. Algo de lo humano trasciende. Antes los teatreros decían: ‘La gente no entiende nada’. Para mí la gente entiende todo y más”.

Hitos

Percovich, que estuvo al frente de la Dirección de Cultura de la Intendencia de Montevideo y de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático, observa en perspectiva las puestas en escena que hizo hasta ahora y nombra Proyecto Felisberto antes que ninguna: “Es difícil que vuelva a hacer algo así, porque fue un espectáculo de un preciosismo, de un trabajo increíble; ese equipo de 30 personas, la casa montada, espectadores circulando, cuatro dramaturgos, vestuario de época… cine”. Aunque fueron pocos quienes pudieron verlo, quedó registrado y Percovich piensa donar la filmación al Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas.

La memoria emotiva construye un podio de favoritos, por sus “componentes especiales”, con El vampiro en el Jockey: “Haberlo hecho en plena crisis, Gerardo Grieco era el productor, haber imaginado 12 pisos de un edificio haciendo un vampiro, con Roberto Suárez de protagonista, fue uno de esos delirios”, apunta.

“Después, por supuesto, le tengo un enorme agradecimiento y afecto a Bodas de sangre, porque fue mi primer espectáculo en el Solís, con la Comedia Nacional, pero sobre todo la despedida de Estela [Medina], haciendo Lorca y el escándalo que provocó. Para mi carrera fue muy bueno, me colocó en un lugar muy interesante en la escena uruguaya”, recuerda. “Y después, siempre por amor, porque éramos muy jóvenes, Destino de dos cosas o tres, que hicimos en la estación de trenes de Colón, con Suárez y Troncoso, que estaban en su etapa más under, en el medio de la noche, con el frío, armando y desarmando. O sea, estábamos mal de la cabeza, pero lo hicimos y fue precioso”.

Fiesta patria. Viernes a las 19.00 y sábados a las 12.00 hasta el 13 de setiembre en el Museo Cabildo. Entradas a $ 450 en RedTickets. 2x1 para la diaria. Para ingresar hay dos tramos de escaleras.