La muerte de Sebastião Salgado, ocurrida el 23 de mayo, conmovió al mundo del arte y la fotografía, y, sobre todo, devolvió la atención a una trayectoria dedicada a retratar el padecimiento colectivo. Cinco fotorreporteros de la diaria escogieron y comentaron fragmentos de una obra perenne.
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Seleccioné este retrato del fotorreportaje que Sebastião Salgado realizó en 1986 en la mina de Serra Pelada, Brasil. Fue publicado en 1993 en el libro Trabajadores. Me llama la atención la postura digna del trabajador, que mira a cámara con aires de orgullo, enmarcado por cientos de personas que suben cada uno con su saco de tierra (que tal vez contengan oro; no lo sabrán hasta llegar arriba).
Salgado retrata la dureza del trabajo con gran sensibilidad y respeto hacia sus fotografiados, es algo que se repite mucho en toda su obra. AC
A principios de 1991, las tropas de la coalición liderada por Estados Unidos expulsaron a las fuerzas iraquíes de Kuwait. El ejército de Saddam Hussein incendió más de 700 pozos petrolíferos durante la guerra del Golfo, causando muertes y contaminación en el aire, el agua y el ecosistema marino. Fue una de las catástrofes ambientales más grandes de los últimos años.
La foto que seleccioné es la portada del libro Kuwait: un desierto en llamas. Salgado viajó al sureste del país en abril de 1991 por encargo de The New York Times Magazine. Usó una cámara de enfoque manual Leica R6 con formato 24 por 36 mm y sacó 200 rollos en 40 días. Documentó los desesperados esfuerzos por contener y extinguir el fuego y la tensión a la que fueron sometidos los equipos de rescate.
La foto en blanco y negro le da una mayor magnitud a la tragedia. Aparece el campo petrolífero Greater Burgan (uno de los más grandes del mundo) en una imagen apocalíptica. Un bombero es rociado con un aerosol para protegerlo del fuego y frente a él hay una llama de lo que parece un mechero gigante. Emerge del piso como si fuera del propio infierno y transmite la idea del calor sofocante que se soportaba en ese desierto encendido, la presión de la tierra, junto con las grandes nubes de humo negro subiendo al cielo, tapando la luz del sol.
En su documental La sal de la Tierra, Salgado cuenta que el humo acumulado era tan denso que el sol no pasaba y que en ocasiones parecía noche las 24 horas. “En toda mi larga vida nunca volví a encontrar una luz así; era una noche dantesca”.
Los daños causados por la quema de pozos persisten hasta el día de hoy. El trabajo de Salgado sirvió para mostrar las terribles consecuencias ambientales que puede tener un conflicto bélico. AM
En la obra de Salgado encuentro un refugio para las reflexiones sobre la humanidad y su naturaleza. Sobre la inmensidad de la tierra, de lo animal y de lo humano. Me hace cuestionar nuestra manera de habitar esta tierra, las formas de pertenecer a una comunidad, de convivir, de sobrevivir.
Veo una historia de vida que atraviesa todas esas historias, que a su vez construyen su propia vida. Me deja aprendizajes sobre el respeto y el atrevimiento, una invitación a acercarse un poquito más, a intentar, con humildad, pintar con su halo de luz lo que una cree que tiene que ser contado.
La fotografía que escogí creo que transmite muy bien las contradicciones que Salgado propone a lo largo de toda su carrera. Fue tomada en 1994 en un campo de refugiados en Tanzania, luego del genocidio de Ruanda, y forma parte del proyecto Éxodo, que documenta migraciones masivas, causadas por conflictos bélicos, desastres naturales y otros conflictos sociales. En ella, se puede encontrar armonía en el caos, una composición centrada, un manejo de luces y sombras suave que nos permite concentrarnos en las diferentes capas narrativas de la imagen.
Veo reflejada la controversia del ser humano. Leo en los ojos de ese niño una confianza plena en la madre que lo sostiene, que a su vez se encuentran en una sabana africana transformada en una ciudad de trapos e incertidumbre, en medio del caos, del hambre, de la muerte. Son las contradicciones que encuentro a lo largo de toda su obra: aparecen las dificultades más oscuras y luminosas de nuestra especie, el equilibrio o desequilibrio entre lo individual y lo colectivo. MQ
Elegí esta imagen del proyecto Génesis, una de sus obras más recientes, no tanto por ser parte de uno de los trabajos que mejor representan la trayectoria de Salgado, sino por el valor que encierra el proceso que lo condujo a él. Tras décadas de una mirada detenida sobre el ser humano, esta etapa final marca un desplazamiento hacia el entorno que lo contiene, proponiendo una visión más holística. Ya no se trata de un enfoque antropocéntrico, sino de una contemplación integradora, en la que el todo y no únicamente el hombre se convierte en el verdadero centro de la reflexión.
Esta imagen, tanto en lo técnico como en lo compositivo, me resulta bella, sombría y creadora. Esa tensión creativa recorre todo el proyecto. Este es el Salgado que más me conmueve: el que, desde una sensibilidad expandida, invita al espectador a salir de sí mismo, a contemplar qué hay más allá del yo, más allá de las miserias de una especie dominante. Un llamado, quizás, a reencontrarnos con lo otro, con lo no humano, desde una ética de la coexistencia. ER
La fotografía pertenece a la serie Éxodo, en la que Salgado documentó uno de los rostros más oscuros de la era moderna: el destino de millones de personas obligadas a abandonar sus hogares, desplazadas por la guerra, la pobreza y el odio étnico, en busca de refugio y supervivencia en condiciones inhumanas.
En esta imagen, captada durante el éxodo de Ruanda hacia Zaire (hoy República Democrática del Congo) tras el genocidio de 1994, vemos a un grupo de refugiadas –mujeres e infancias– caminando entre el polvo y el desarraigo. En primer plano, una niña cubre su cabeza con una palangana metálica y dirige la mirada a la cámara. Esa mirada infantil interpela al espectador, lo confronta y lo obliga a detenerse en la fotografía. No es sólo una imagen del pasado, sino una resonancia del presente. ¿Cómo no pensar en el conflicto de Gaza al observar esta fotografía? RVA