“Qué hermosa computadora y hasta parece que fuera humana / es una especie de hermana en la que todos pueden confiar”, cantaba la murga La Soberana en el célebre cuplé escrito por Pepe Veneno para el carnaval de 1971. “Casuales casualidades me trajeron hasta acá. / Yo nací en otra galaxia, / tan remota y tan lejana, que nadie puede encontrar. / Viajaba por las estrellas y esta tierra yo observé, / vi cosas tan extrañas que no pude comprender / y bajé en este tablado pa que me expliquen por qué”, entonaba el robot Arturito en una especie de fan fiction de La guerra de las galaxias ideada por Horacio Corto Buscaglia para el repertorio de los recordados Diablos Verdes de 1984.

Elaborado con herramientas propias del avance tecnológico de otros 40 años hacia el futuro, un breve videoclip promocional –que arranca con la leyenda “en algún lugar de Uruguay”– nos muestra una casa humilde escondida en el fondo de una playa, pintada con colores fuertísimos de los que rara vez se ven por 18 de Julio. Mientras suena una cuerda de tambores también descubrimos una plantación de hongos, el ojo gigante de un sapo, un brujo de barba blanca y un hombre de saco naranja meditando junto a una fuente de humo blanco. El engañoso paisaje se lleva apuestas por una construcción de Punta del Diablo o La Pedrera e incluso una puesta en escena inspirada en un balneario de Costa Rica, hasta que una escena revela un camino entre los sinuosos clubes de pesca del Parque Rodó, a pocos metros del Teatro de Verano Ramón Collazo.

El hombre de traje naranja tiene 42 años. Vivió en muchos barrios y después de la crisis de 2002 pasó un tiempo de su adolescencia y juventud en Estados Unidos, pero siempre volvió a su lugar de crianza en Parque Rodó. Leyó a Philip K Dick, Frank Herbert, William Gibson, Ursula K Le Guin y Ray Bradbury; siguió la obra de Moebius (Jean Giraud), Milo Manara, Enki Bilal, Neil Gaiman, Alan Moore, Grant Morrison y Simon Bisley, entre otros dibujantes y guionistas, y desde los 14 años se dedicó a inventar música con gran fervor y tuvo predilección por la técnica del collage.

Fuertemente ligado a la movida subterránea de la música electrónica local, fue fundador del colectivo y sello Ouzo, integró los proyectos Maima y Metis y los dúos Gezumo y Kif, con el que se presentó en el festival Montevideo Rock de 2018. Produjo beats para el rapero cubano Mala Bitza y compuso la banda de sonido de Atchugarry Monumental (Luis Ara, Alejandro Berger, 2022), aunque en el ambiente de la música uruguaya es posible que sea mucho más conocido por su colección de loops de candombe, creada junto con el percusionista Federico Blois, o por su remix de “Mama vieja”, de Eduardo Mateo, compuesto para el colectivo Remezclación.

“Nunca había hecho un disco mío. Y lo armé con lo que siempre me gustó: mezclar distintos subgéneros de la música electrónica con ritmos uruguayos”, dice el bajista, productor y beatmaker uruguayo Ian Lampel sobre The Parque Rodó Tapes, editado recientemente por el sello independiente Ósmosis Records.

Son ocho los tracks que completan esta banda sonora de una ciencia ficción distópica, inspirada en la vida sensorial y la arquitectura del barrio montevideano costero. Su portada, diseñada por Manuel Puig (alias Maneco), fue un boceto que terminó en versión final y sugiere la yuxtaposición de universos de recuerdos deformados en sueños o por el paso del tiempo.

La música –compuesta, grabada y producida por Lampel, con bajos, sintetizadores, samples y secuencias– sigue esa sintonía, en muchos casos, como nunca se había escuchado por acá. Su camino hacia atrás incluye sonidos de videojuegos y “melodías de compositores clásicos rusos y polacos” que tarareaba la abuela del artista mientras cocinaba.

En “Montevideo Disney samba” la batería de una murga se funde en los vientos de una orquesta de jazz lounge. Luego, bombo, platillo y redoblante siguen la voz ensoñada de la cantante Eco López, en una melodía que va a parar al techno de una pista de baile.

“Parque Rodó cookies” arranca con trompetas clásicas, una flauta a cargo de Luciana Giovinazzo y tambores de un candombe cercano a algunas de las aventuras de Opa y otros proyectos más noveles locales, como F5, aunque aquí lo que prima es la búsqueda de un ambiente de ritmos lentos, oportunos para bucear en los paisajes sonoros propuestos, ricos en vegetación y especies salvajes. Así, al final del track suena el eco de unos Curtidores de Hongos prometiendo “alegría sin igual”.

“Me estaba reservado lo que a nadie, / voy a ver brillar los bichos de noche, / azules y rosados”, se escucha de la voz sampleada de la escritora y poeta Marosa Di Giorgio, en el comienzo de “Noa Noa blues”.

Una clarinada se arma y se desarma en “Las canteras breaktbeat science”: esto es dub, con amagues de drum and bass, murga, triphop, hiphop, a la altura de lo mejor de DJ Shadow y J Dilla, y con dignos ecos del carnaval de tablados, como el del Sporting.

Como su nombre lo indica “Candombe doble gota” se apoya en el tradicional ritmo uruguayo en un track plenamente bailable. Toca el repique Fernando (el hijo del Lobo) Núñez y canta de nuevo Eco López en un viaje que se extiende por más de siete minutos de mambo para caricaturas. Si viste la serie The White Lotus y te gustó, este tema es para vos.

“La sombra del limonero” trae reminiscencias de India, y el disco cierra a puro candombe en “Parque Rodó Thugs” y lounge electrónico en “The Sound of Parque Rodó Shore”, para soñar con el calor de la playa y un aperitivo en sus paradores pintados de blanco.

The Parque Rodó Tapes, de Ian Lampel. Ósmosis Records, 2025. Disponible en plataformas, y en versión vinilo en el Instagram del artista @ianlampel.