Recién mudada, Lucía Rodríguez Esperón, Rodra, proyecta las reformas en su antiguo living, actualmente convertido en estudio de grabación y base de sus clases de canto y producción musical. “Me di cuenta de que podía aprovechar mejor la luz que entra por la ventana en la otra habitación”, cuenta sobre el nuevo living, donde reposan su biblioteca, algunas plantas y una pequeña mesa con dos sillas, adornada con flores amarillas.

En el estudio, además de un teclado, una guitarra, una computadora y un espejo de cuerpo entero, llama la atención un artefacto elaborado con botellas descartables que emula un cúmulo de nubes blancas tan grande como una pared: “Eso lo armamos para un concierto, junto con un sol y otras cosas”, cuenta. “Si no cambiábamos algo, el lugar era un embole. Quería que la gente bajara a ese sótano y se encontrara con algo distinto”, dice.

En el suelo, un cajón de madera guarda una colección de vinilos comprados, prestados y heredados. “Este me lo cantaba mi abuela cuando era chica”, explica, cuando saca de la pila el disco Adiós, chico de mi barrio (1971), de la cantante argentina Tormenta. Una manta de tintes rosados cubre a una pareja de espectadores semidespiertos en la portada de Woodstock, música original de la película (1970), que anuncia canciones de Joan Báez, The Paul Butterfield Blues Band y Canned Heat, entre otros, interpretadas en el mítico concierto al aire libre.

“Este es increíble”, exclama la artista, cuando aparece una edición del polémico Only Love Can Sustain (1980), de su admirado Luis Alberto Spinetta. “Me encanta escuchar cosas que fueron grabadas en una sola toma”, dice. “No sé por qué perdimos eso. ¡Por Dios! Esas tomas a veces podían tener errores o detalles, pero la canción era más auténtica”.

Envuelto en papel celofán brilla de nuevo un ejemplar de El no viento de la luna: homenaje a Darnauchans (2023). “Qué te vas a haber muerto es de mentira / es un juego, una broma / es un cuento más”, canta Rodra en su versión de “Lqqd”, su contribución al tributo, en la que reparte versos con Samantha Navarro.

“Volver atrás”, la canción más reciente de su discografía –que incluye el EP 103 (2022) y el larga duración Al humo (2021)–, dice: “Ya pasará la lluvia / pasará / llevándose lo que hay en la ciudad. / Quiero estar tirada en el diván de no pensar / un ratito nomás / a ver si se me pasa”.

Antes de su show de este sábado, y tras su actuación en el festival Cosquín Rock, la cantante y compositora uruguaya seguirá conversando con la diaria sobre influencias, recetas, premisas e interrogantes en el camino de su carrera artística. “Estoy en un momento de mi vida en el que me pregunto: ‘¿Será que hice bien en tirarme al agua y dedicarme a la música?’”, confiesa.

Tu primera profesora de canto fue Carmen Pi. ¿Cómo la conociste?

Siempre tuve profesores que me motivaron a hacer canciones. Y siempre me moví con base en lo que yo sentía de ese motor de componer. En realidad, Carmen no fue la primera, pero fue a quien yo coroné como la primera. Llegué a ella porque la escuché cantar en una obra clásica, Dido y Eneas, y casi me agarra un ataque. Yo tenía 16 años, por ahí, y me emocioné tanto que dije: “Quiero cantar con ella”. En un punto fue bastante casual. En ese momento estaba buscando en Youtube artistas uruguayos, y encima no encontraba tantas mujeres. Sabía de Laura Canoura, Mariana Ingold, La Dulce, pero necesitaba conocer a otras personas.

Creo que primero llegué a una versión de Carmen de “El tiempo está después”, de Fernando Cabrera, y después me saltó el video de Dido y Eneas, y fue como: “Esta persona me conmueve de pies a cabeza”. Justo en ese momento estaba estudiando en el liceo la tragedia griega, y no sé, creo que algo de eso también me resonó.

¿Y cómo llegaste a ella personalmente?

Simplemente me propuse: “Esta mujer me tiene que dar clases”, pero ella en ese momento no daba clases particulares. Un poco después abre La Escuela de la Voz, de Lea Bensasson, por el 2015, y la cosa es que ahí podía tener una materia con Carmen que se llamaba “Canto a voces” y una vez por mes teníamos una clase individual con ella. En esa clase canté “Seguir viviendo sin tu amor” [de Spinetta] y estaba con todo el nervio. Incluso había practicado para cantar frente a ella. Porque, claro, no era solamente ir a esa clase para que ella me ayudara a cantar mejor: quería mostrarle a Carmen Pi cómo cantaba yo.

Canté esa canción, y cuando abrí los ojos, Carmen estaba llorando. Me dijo: “Qué hermoso que cantás, lo único que tengo para apuntarte es que cantaste toda la canción con los ojos cerrados”, y me comentó que alguna vez alguien le había dicho a ella: “No prives al mundo de tu mirada”. Ahí dije: “Claro, es verdad, hay algo que me estoy perdiendo”, y a partir de ahí he trabajado pila la mirada, porque realmente nos conecta en tiempo y espacio de otra manera con el otro, y ahí pasan cosas. Entra la fantasía, por ejemplo.

Foto del artículo '“Concibo la música como una casa sagrada en la que todos tenemos lugar”: Rodra presenta su nuevo espectáculo el sábado'

Foto: Ernesto Ryan

En muchas entrevistas hablás de tu trabajo refiriéndote a “nosotros”, con relación a un colectivo con el que empezaste en la música. ¿Cómo es la historia?

Empezó como siempre, siendo una banda de amigos y de artistas que primero arrancó con vecinos del barrio y compañeros de liceo. En un momento empecé a encontrar lugares donde había jams de poesía, música y bandas chicas, como el centro cultural La Cuadra, en Capurro, que fue súper significativo para una generación de artistas como yo. Con ese grupo de amigos fuimos conociendo a otros artistas que nos inspiraron en su forma de trabajar y armando nuestro propio proyecto. Lo lindo era que, al principio, cuando tenía un concierto, también había danza y pintura en vivo, en una cosa medio multidisciplinaria que después fui cortando para enfocarme más en lo musical.

¿El nombre Rodra siempre lo usaste como un proyecto solista o en algún momento también fue el nombre del colectivo?

Es el apodo que me pusieron en el liceo. Pero, fuera de eso, Rodra soy yo y todo a la vez, en términos de colectivo. Yo sola no puedo hacer nada, desde la creación de las canciones, pasando por toda la gestión y organización. O sea, muchos proyectos han variado y pegado giros drásticos, pero nunca trabajo sola. Para mí, reivindicar la amistad como forma de trabajo es un eje central de lo que hago. Yo crecí con eso de que había que separar la amistad del trabajo, o el amor del trabajo, y yo me encontré con otra cosa. Empecé a hacer música y para mí no iba a ser un trabajo. Se fue generando desde la amistad, y en un momento todo fue virando para un lado más profesional, cuando parecía algo totalmente utópico. De repente, unos pibes que nos juntábamos a tocar la guitarra y fumar porro teníamos que organizar un flete y ponernos a cargar equipos para ir a tocar a tal o cual lugar, como lo seguimos haciendo ahora.

¿Y qué pasa cuando el concierto es el Cosquín Rock y te involucrás en un proyecto que implica otros trámites, como participar en su promoción?

Empezás con una cosa de pura amistad y después te pasa que tenés que contratar gente con la que tal vez tenés otro vínculo. En ese sentido, yo elijo con quién voy a trabajar con base en varios criterios. Uno muy importante es que sea gente apasionada por lo que hace y que mi proyecto le sirva para evolucionar individualmente, además de que haga bien su trabajo.

¿Sentís que esos cambios pueden influir en la esencia de tu música?

No sé, lo veo como algo bastante lejano. Tengo un vínculo muy natural con la música. A mí me gusta cantar, y eso no es algo que se pueda cambiar. Ahora que estoy más grande, a veces me da un poco de miedo cómo seguir. Te cuestionás cosas que tienen que ver directamente con el laburo y lo económico, y pensás que hacer música no era exactamente como lo habías soñado. Pero al final, o tal vez cambié mi espíritu idealista de que las cosas se pueden lograr de forma independiente y colectiva. Obviamente, no es todo color de rosas. Hay fracturas por intereses o diferentes visiones, pero yo sigo creyendo en este tipo de proyectos.

En el espectáculo que presentás este sábado, Devota, a ella le rezo, vas a volver a las canciones con las que comenzaste.

Sí, tiene la intención de volver a ese lugar. Hace diez años que estoy tocando en vivo. En 2015, yo estaba estudiando Literatura en el IPA cuando hice mi primer toque autogestionado y nos fue re bien. El concierto del sábado busca recoger ese espíritu idealista que siento que me identifica y que tiene que ver con la emoción.

Para mí el arte se trata de eso, de provocar o cambiar un estado de ánimo, ya sea para reír o llorar, pero me tiene que generar una emoción. Yo no puedo escuchar y que no me pase nada. Este show viene a traer esas canciones que para mí forman parte de mi base musical y que son como mis himnos, los que me han generado esa conexión con los demás. Y el concepto de Devota, a ella le rezo tiene que ver con que yo concibo la música como algo espiritual, es como una casa sagrada en la que todos tenemos lugar.

Esa es tu creencia.

Exacto, una creencia empapada de teorías spinetteanas de la música, pero sí, tal cual, yo creo y milito esas ideas a full.

Has declarado que la escritura te ordena y te organiza la vida. ¿Tenés muchas canciones guardadas?

Es una herramienta que uso para muchas cosas. Ya sea desde mi parte más gestora, para organizar y hacer listas, pero también para entender cómo me siento. A veces necesito escribirlo para entenderlo. Puedo escribir canciones o hacerlo por el simple placer de la escritura, a veces para divertirme. Hay una parte lúdica que me interesa mucho: las posibilidades de las palabras, los sonidos, las rimas. Cada vez estoy explorando más la parte absurda de la escritura.

Yo soy una persona que busca sentido en todo. Hago una cosa y tiene que tener una justificación, pero ahora estoy en un momento de tirar todas esas estructuras, desarmarlas y armarlas sin pensar tanto. La escritura automática me ayuda, escribir un poco sin sentido.

¿Escribís todos los días?

Sí, puede ser en cualquier momento, en cualquier lado. Es un ejercicio que también tiene que ver con cómo estoy. Hace poco me encontré con mis diarios íntimos de cuando era niña. Los leo ahora y te juro que le agradezco a la niña de ese entonces por ese archivo en el que puedo reflejarme. Y en un momento de muchas crisis, buscando respuestas, retomé el hábito de escribir todos los días y de hacer esas famosas páginas matutinas que propone Julia Cameron, para arrancar el día y vaciar la mente.

¿Y funciona?

Es levantarte y escribir, para destrabar ciertas cosas. El propósito no es escribir algo que tenga sentido, como un texto literario; el objetivo es mover la mano, conectar ideas con la mano, es simplemente eso: dejar fluir la mente. Cuando descubrí esa teoría, me hizo acordar un poco a El discurso vacío, de Mario Levrero, que empieza a escribir algo solamente para mejorar la letra.

¿Y también estás escribiendo canciones ahora?

Estoy componiendo mi próximo disco, y por primera vez me hice una lista de temas de los que quiero hablar. Estoy en una etapa en que tengo muy presente lo que estoy diciendo en la canción. Para mis discos anteriores junté temas de diferentes momentos. Ahora arranqué de cero y los temas tienen que ver con lo que estoy viviendo en este momento: estoy sintiendo en la espalda las presiones de ser una mujer con 29 años. Eso implica todo lo que tenés que haber logrado a los 30, y mirás para atrás y pensás: “Le cumplí muchos sueños a mi niña, otros surgieron después y hay otros que tengo que ver cómo los cumplo”. En ese lugar hay muchas cosas vinculadas a la exigencia de la sociedad, que recaen en mí o en mis amigas, y que van desde las formas de vincularnos con nuestro cuerpo a través del tiempo, a las imposiciones de la familia, la maternidad, tener un buen salario y una casa de determinadas características. Al mismo tiempo, eso conlleva mucho enojo. Por suerte aprendí a lidiar con ese enojo y me siento muy feliz desde que lo logré. Antes intentaba ser conciliadora, y ahora puedo estar en conflicto con algo, o alguien, sin tener que suavizar mis puntos de vista.

Rodra presenta Devota, a ella le rezo. Sábado a las 22.00 en Magnolio Sala (Pablo de María 1015). Entradas a $ 600 en Redtickets.