Aunque se crio en Pocitos, con la feria en la puerta de su casa cada jueves, desde que vive en Ciudad de la Costa a Cami Barrios la abruma el tránsito de Montevideo y se olvida sistemáticamente de dónde estaciona el auto. Mientras planifica una mudanza a la capital para estar más cerca de sus actividades, la cantautora agradece su refugio costero y la ocasional escapada a la calma de Treinta y Tres. De ahí es su familia: el abuelo al que le escribió “El Boulevar” y la tía que días antes de esta entrevista le ató en la muñeca con tres nudos firmes una pulsera traída de Salvador de Bahía. Siguiendo la creencia, Cami pidió un deseo por cada uno, esperando que al desatarse se cumplan.

Para envidia de cualquier guionista, la pulsera se soltó ante mis ojos, y el oficio de productora de Cami la llevó a procurar el éxito de su interlocutora, compartiendo la suerte. Sus tres nudos siguen en mi muñeca mientras escribo estas palabras. Así de reveladora es una conversación con la artista uruguaya.

Participante de la primera edición local de La voz, gestora cultural e impulsora de la inclusión en la música, tras el éxito del primer Resonar el año pasado en el Sodre, redoblará la apuesta este 8 de agosto, sumando condiciones de accesibilidad al segundo volumen.

“Es una experiencia”, dice sobre el espectáculo. “Tiene algo teatral, un comienzo, un final. A veces, cuando veo un show, me falta eso: siento que son 12 canciones una atrás de la otra. Hace unos años fui a ver a Sylvia Meyer y me piró la cabeza. Tenía partes coreografiadas, momentos en los que relataba algo y una persona sin un rol claro más que el de estar en escena. Estuve todo el show pensando por qué esa persona está haciendo eso, qué aporta y qué no aporta. Me hizo pensar cuántas formas hay de transmitir y que el otro resuene”.

Hoy Barrios elige desarrollar su arte en vivo. No sueña con el disco, al menos no en lo inmediato, ni busca una excusa para construir un espectáculo: “No hay un disparador. Quiero compartir esto y quiero compartirlo acá, con estas herramientas de accesibilidad, esta banda, estos momentos”, explica. “El disco es algo que se espera y se pide, pero yo no quiero que me escuches en tu casa. O sea, sí quiero, pero sobre todo quiero que vengas”.

Abrir la música a nuevas audiencias

Como gestora cultural, está atenta a cada detalle: el bastón que se le cae a una señora en la mesa contigua, la pareja que espera un lugar para sentarse, los nombres de su equipo que deletrea minuciosamente. Nada se le escapa. “La gestión me estresa, pero es mi motor. Seguir investigando la accesibilidad, cómo hacer que mi música sea realmente para todos los públicos”, dice.

Llegó al tema de la accesibilidad cuando participaba en el armado del festival Sin Límites del Sodre y Encuentros para un mundo en el Solís: “Empecé a ver proyectos que venían de otros lados y traían cosas que acá no usábamos. Y me pegó en la cara darme cuenta de que como artista yo no lo estaba teniendo en cuenta”. Así comenzó a explorar la audiodescripción y el uso de la lengua de señas “al servicio de la creación”: “Fiorella Chirico y Daili Rojas son las intérpretes que me acompañan desde hace dos años. Para ellas, la accesibilidad también es creativa. A veces me preguntan qué quise decir cuando escribí ‘amor’ y para mí es volver a algo que capaz que hice a los 14 años. Y no sé qué quería decir en ese momento, pero puedo explicar la intención con la que lo canto hoy”.

Interpretar la música, con sus metáforas y silencios, es un desafío. “Me motivan las herramientas puestas al servicio de lo artístico. La accesibilidad no tiene que ser aburrida”, defiende. “A una persona oyente le puede resultar interesante ver a las intérpretes, que por momentos parecen bailarinas”, sostiene.

De cara al show, Cami cuenta con un equipo de más de 30 personas en escena y detrás. En la previa se la pasa de reunión en reunión y ya piensa en el día después. “Cuando termine quiero girar, llevar esto al interior. El proyecto, por lo que requiere a nivel técnico y de accesibilidad, hace que me quede sin salas en Montevideo”, confiesa.

Los sótanos capitalinos pierden encanto cuando se piensa en todos los públicos. “Me encantaría hacer un Inmigrantes, por ejemplo, pero ¿cómo promuevo mi proyecto como accesible si tengo una escalera?”, se pregunta. De todas formas, cree que Uruguay está “bien encaminado” y celebra que el teatro Solís haya comprado chalecos vibratorios, que se usarán en su espectáculo. “Yo probé uno hace tiempo y no me gustó, pero porque escucho. Para algunas personas sordas, sentir la música puede ser emocionante; para otras, es demasiado estímulo. La discapacidad es heterogénea. Lo que ofrezco es una experiencia con distintos tipos de estímulos. Nada es 100% accesible, aunque cueste entenderlo. No puedo abarcar todo”, se resigna.

Cami Barrios no puede convertir el mundo en accesible, aunque se lo pida a todas las pulseras de Bahía, pero puede hacer que su música resuene con todos, al menos por una noche. Y planta la semilla para que otras producciones se animen a abrir su arte a nuevos públicos.

Cami Barrios presenta Resonar Vol. II este viernes en la sala Zavala Muniz del teatro Solís. Entradas agotadas.