El segundo disco solista de Sebastián Codoni, Aguinaldo, llega con producción de Diego Cotelo y se presenta como una obra que respira en lo íntimo sin desligarse de un trasfondo colectivo. El título abre la clave de lectura: el “aguinaldo” como sueldo extra de fin de año que rara vez alcanza, y el “aguinaldo” también como canto callejero, ritual y compartido. Entre la precariedad del salario y la fuerza de la voz comunitaria se mueve el pulso de un disco breve –ocho canciones en 24 minutos– que funciona como postales sonoras, todas unidas por una poética de lo mínimo y lo contradictorio.

La producción de Cotelo refuerza esa proximidad: reverbs secos, planos cercanos, ediciones sobrias que priorizan la voz en su crudeza. El resultado es una estética de cámara en mano, como si cada canción ocurriera en una habitación pequeña, en un ómnibus de madrugada o en la pausa de un trabajo rutinario.

En lo musical, Aguinaldo se inscribe en un triángulo local: la economía expresiva y el fraseo contenido recuerdan a Fernando Cabrera; el color rasposo y la densidad emocional, sobre todo con Pedro Dalton en “Piso”, evocan a Buenos Muchachos; mientras que la mirada urbana y desplazada dialoga con Walter Bordoni. A la vez, el disco se emparenta con Lisandro Aristimuño y Pablo Grinjot en la construcción de microclimas, y con Jorge Drexler en el uso expresivo de recursos mínimos: un delay, un drone, un ataque rítmico.

El tema de apertura, “Aguinaldo”, funciona como manifiesto. Con groove estable y guitarras tensas, la voz se sostiene en un fraseo casi declamado: “Estas manos ya no son tus manos,/ firman mi renuncia y tu máquina va a arder”. No hay gratificación, sino inversión insubordinada: con ese aguinaldo simbólico se compran ruinas, se encienden incendios. La repetición de la frase inicial intensifica el carácter insurgente, convirtiendo el salario extra en ofrenda sacrificial y en tiempo roto frente a la rutina laboral. En “Héroe caído”, Codoni se interna en la vulnerabilidad. Las preguntas reiterativas –“¿Qué está tapando tu corazón?”– conviven con un aparte confesional: “Espero que me quede tiempo para decirte que te quiero”. La voz cercana, con guitarras acústicas y clarón en sordina, convierte al héroe derrumbado en espejo de fragilidades propias.

“Quedan” desplaza la mirada hacia un paisaje desolado: “Es un desierto de sal,/ una fiesta sin nadie,/ diarios viejos que destiñen”. La enumeración arma un mosaico donde lo que persiste es ausencia. La instrumentación crece –guitarras acústicas y eléctricas, bajo melódico, batería precisa– y la voz administra silencios que dejan resonar imágenes de límite infranqueable, como la mención a Caronte negando el pasaje. Pero frente a la intimidad del track anterior, “Quedan” construye un viaje detenido, una deriva sin retorno, lo que anticipa y marca la singularidad de “Piso”, con Pedro Dalton, ya que la hace oscilar entre el relato mínimo y la atmósfera urbana, intermedia entre la crónica y el desahogo. Dalton refuerza ese juego de tensiones, inscribiendo a Codoni en un linaje de la canción montevideana que dialoga con la herida y la cicatriz. Esa huella se prolonga en “¿Quién sabe tu nombre?”, compuesta junto con Yaco D’Atri y Belén Insausti, que acumula preguntas: “¿Quién fue tu padre? ¿Quién fue tu madre? ¿Quién sabe tu nombre?”. No se busca respuesta, sino trazar un retrato por ausencia. Las preguntas aluden tanto a la herencia amorosa como al cuerpo dañado –“¿Quién fue tu hambre? ¿Quién te pegó la tos?”– y terminan dibujando un mapa de precariedad y violencia. La base armónica estable contrasta con la indeterminación semántica, mientras el clarón refuerza la intimidad del canto. Preguntar por el nombre, aquí, es también interpelar a los borrados de la memoria.

La dimensión histórica se acentúa en “Décima de la paloma”, clásico texto de Washington Benavides con música de Eduardo Darnauchans. La voz de Elena Ciavaglia respeta la cadencia de la décima espinela y devuelve al presente un tono elegíaco: “La paloma que se fue/ que no volvió, que no vuelve./ La carta que se devuelve/ y no sabemos por qué”. La pérdida se actualiza como duración viva, no como recuerdo clausurado. La tradición popular aparece como resistencia frente al olvido, gesto que enlaza el presente con una memoria poética de larga data.

Con humor y autoironía, “Qué difícil es hacer canciones” irrumpe sobre ese clima melancólico y vuelve sobre la fragilidad del acto compositivo. El verso titular se repite como mantra burlón, acompañado de guitarras eléctricas, bajo juguetón y batería con cortes imprevistos. La memoria familiar surge y se impone en clave amarga, mostrando cómo la dificultad de crear se enlaza con silencios y violencias heredadas. La canción no resuelve la tensión: insiste en la dificultad, y esa insistencia se vuelve declaración contra ciertas lógicas industriales que exigen fluidez y éxito.

El cierre llega con “Testigo”, pieza que resume el álbum. Con apenas guitarra y voz, Codoni se ubica en un lugar de observación humilde: quien no protagoniza ni dicta sentencia, pero da fe de lo vivido. El testigo es quien permanece, quien sostiene la memoria, aunque no pueda cambiar los hechos. La canción clausura el disco con una sobriedad que ilumina su poética general: renunciar a la épica y afirmar la fuerza de lo mínimo.

Aguinaldo, de Sebastián Codoni. Perro Andaluz, 2025. En plataformas.