Fue un lindo partido el de la inauguración del grupo A del Mundial sub 17 femenino, que a la vez fue el estreno oficial del campo de juego sintético del estadio Charrúa. Además de lindo, interesante, y como para pensar el juego. Finlandia tuvo la pelota y el control de los pases, además de una golera que salvó su valla en varias oportunidades. Nueva Zelanda, mucho más elemental, mucho más directo, tuvo el gol y la eficacia de su defensa para neutralizar las jugadas de las escandinavas. Fue por poquito, sí, pero ganó bien la oncena oceánica.
A los 41 minutos del primer tiempo, la neozelandesa Kelli Brown estrenó las redes del Mundial. Y fue con un golazo impresionante. Ella ya había probado, y, volcada sobre la tribuna Obdulio Varela, como si fuese Jacinto en Brasil en el 50 o Suiza en el 54, metió un zapatazo impresionante que fue a terminar inapelablemente al ángulo superior izquierdo del arco que da a Avenida Italia. Anna Koivunen, la golera finesa, se tiró pero esta vez no pudo. Las neozelandesas habían cambiado el destino del partido. Lo habían hecho primero en el juego, después de haber sido dominadas en el inicio, lo habían hecho en oportunidades de gol, descubriendo la pericia de Koivunen, y lo terminaron haciendo en el marcador para irse a los renovadísimos vestuarios del Charrúa ganando 1-0. Las muchachas oceánicas mantienen una innegable impronta del fútbol británico, el mismo que profesan los varones con mucho más recorrido en las competencias: pase largo, juego vertical y directo.
Las chiquilinas de Finlandia mantuvieron la pelota durante la primera parte –llegaron hasta 70% de la posesión–, pero se vieron superadas por las muchachas de blanco. En el segundo tiempo se mantuvo el guion, con las escandinavas con la pelota buscando el empate pero enfrentándose a un acertadísimo juego defensivo de Nueva Zelanda, comandado por las centrales Mackay-Wright y la capitana Mittendorff (muy bien), permitió que las All White sumaran esos importantísimos tres puntos con los que llegarán a la jornada del viernes.