Una vez más las imágenes de Diego Armando Maradona, ésta vez en Rusia, circularon por el mundo de las redes y los medios, infinidad de veces. El mismo día, veintipico de años antes, había sucedido lo mismo. Diego se iba entonces de la mano de la enfermera que lo vino a buscar para hacer el doping. Era Estados Unidos 94, el año que murió el estilo. El año que terminó algo y empezó otra cosa, que algo se cortó y no solo fueron las piernas de Diego. Hoy, años después, jugadores industriales con cortes de pelo al por mayor, disputan sin embargo un emotivo Mundial que ya a esta altura ha tenido de todo. Quizás Diego sintió el fresco ruso de la sombra, e hizo mover el sol para que le diera del frente, sólo a Él, para que amainara un poco aquella sed celeste y blanca. Nadie debería ser juzgado por lo que consume o no, o por lo que ha consumido. Diego, más allá de todo el adjetivado espiritual que deja como una estela por donde va, es aún un tipo. ¿Cómo es la sensación de que todo el mundo te mire y te juzgue? Diego se sintió vivo. El único rayo de sol que dejaba entrar una rendija tecnológica del imponente estadio, lo hizo sentirse vivo. Bailar también. Aquella vez, de la mano de la blonda enfermera de habla distante, hoy tomado de ambas manos, al ritmo de su corazón, de una morena nigeriana que no cesó de reír, y que nunca, más nunca, se olvidará esos pasos en una pista improvisada con miles haciendo crecer el murmullo. ¿Cuántas personas habrán querido ser esa morena nigeriana? ¿Cuántos el que agarra a Diego para que no se caiga? Diego convirtió aquello en La Bombonera, en un templo religioso.
El mundo no fue ni será igual sin Maradona. Quizás muchos de nosotros hayamos pensado alguna vez, más de una vez o cada tanto, en el día en que Diego se vaya de este mundo, nunca del otro, el de los mitos y las leyendas. Hay mitos y leyendas que no precisan morir para ser. No es necesario inventar la muerte del astro. Cuando esa muerte llegue, la muerte nos avisará a nosotros que no veremos más sus ojos locos, su tatuaje del Che, su gorra chavista. Y el mundo ya no será igual, nunca.
Banega fue el diez que faltaba con la siete en la espalda. Como en el barrio, bajar a buscarla hasta la defensa y llevarla, o hacerla volar cincuenta metros, para que el pibito de Rosario la acomode como sabe, mientras se desprende la mochila para el festejo. Mascherano y la sangre, como en aquella imagen imborrable del Ruso Pérez y el color del drama que no puede faltar. ¿El VAR no mide la sangre que cae? ¿Sólo aletarga los festejos y las desilusiones? Nos pone al mundo en pausa, en sala de espera. ¿Cuánto falta para que el VAR falle si las decisiones las siguen tomando los humanos? Parece una apología a Kasparov y la máquina. Un intento por amigarse con la robótica. Un atisbo de modernidad. ¿Se imaginan el VAR en la cancha de la IASA? ¿Que alguien le alcance al árbitro una ceibalita y que no ande Internet?
Hay gente que ha conseguido mover del eje a la tierra, acelerar o enlentecer a su gusto la giratoria constante alrededor del sol y de ella misma. Pasó lo que Argentina necesitaba, que esté Diego, que esté haciendo de las suyas y que Guillote esté haciéndole el dos, como el demonio amigo del hombro malo. Entonces la gente se olvidó de putear por un rato. Y entendió cómo es ser argentino: como es Diego.
La historia del arco argento estuvo en las falanges de Armani, la revancha de Caballero en los guantes del otro, y una fuerza silenciosa que junta el rebaño, que se llama Patón Guzmán, ese que no fue a saludar a Macri y que bajó de un avión preguntando por el Lechuga Maldonado. Hay un libro gordo aún no escrito sobre Argentina y sus chivos expiatorios.
Uruguayos y argentinos jugaremos a un par de horas de distancia el sábado, en el día rioplatense del asado. Messi contra sus primos marcianos, la celeste contra la parafernalia de Cristiano, propenso a ser despeinado por un yorugua nuevamente, como lo hizo el Pato Sosa.
Que todos los humos de las parrillas se junten y lleguen hediendo a leña y carbón hasta Rusia, porque cuando la gente se junta la cosa cambia. Mientras el Mundial, hubo más de trescientos despidos en la Agencia Telam de Noticias en Argentina, mientras que en Uruguay se cumplieron 45 años del Golpe de Estado y hoy hay paro nacional para reclamar el 6 % del PBI para la educación como se había prometido. El fútbol no es el opio de los pueblos, pero hay gente que se fuma los derechos mientras se festejan los goles.
*Tomado de un post de Twitter.