El sábado podía olerse algo. Ferrari había conseguido copar la primera fila para la largada, aunque el poleman era su piloto secundario. Hacía mucho que los italianos no conseguían un 1-2 en casa, en el velocísimo escenario de Monza, pero la cara de Sebastian Vettel mostraba una inequívoca decepción: iba a largar del lado sucio de la pista, con Lewis Hamilton, su rival por el campeonato, al lado, del lado bueno. Kimi Raikkonen, el ferrarista “B”, había batido el récord de la pista y de todas las pistas: su tiempo –de 1 minuto, 19 segundos y 119 centésimas– fue la vuelta más rápida de la historia de la Fórmula 1. La tribuna deliraba mientras Vettel cavilaba. Tenía razón en preocuparse.
El domingo el alemán largó bien y llegó a amenazar la posición de Raikkonen en la llegada a la primera chicana, que fue decisiva. Vettel concedió la punta a su compañero, pero al hacerlo permitió que Hamilton rozara levemente su goma trasera derecha. Eso desacomodó su coche apenas, pero fue suficiente para retrasar la aceleración hacia la siguiente chicana. Hamilton se puso a la par de Vettel, que le cedió el puesto con cierta torpeza, saliendo de la pista y dañando componentes laterales de su coche. Volvió a boxes para cambiar el alerón delantero, pero ya era el último. Llegaría cuarto, en una campaña de control de daños.
El daño, sin embargo, fue enorme. Hamilton ganó y no sólo humilló de visitante a la hinchada más grande del mundo –quizás incluyendo a las de equipos de fútbol–, sino que amplió su ventaja en el campeonato cuando sólo faltan siete carreras por disputarse. Para peor, Monza era una de las que Vettel debía ganar o ganar, porque favorece a la actual encarnación de Ferrari, basada, como en los años gloriosos, en la potencia del motor.
Total: primero, Hamilton; segundo, Raikkonen; tercero, Valtteri Bottas –cuya carrera fue sacrificada por el equipo para ayudar a la de Hamilton–; cuarto, Vettel; y quinto, Max Verstappen, que en realidad llegó tercero, pero fue injustamente penalizado por cubrir con hidalguía al anodino Bottas.
Tristeza y preocupación, entonces, para Ferrari, cuyo piloto 2, Raikkonen, demostró una vez más su irregularidad, sucumbiendo al ataque de Hamilton, y cuyo piloto 1 comete demasiados errores tontos. No son problemas de estrategia, sino de ejecución, los que han permitido que Hamilton acaricie un nuevo campeonato. Pero Vettel tiene la máquina. Ahora el alemán está obligado a ser el mejor en cada prueba, en cada clasificación, en cada carrera. Sólo así podrá demostrar que está a la altura de la historia ferrarista.