El último clásico desató, como de costumbre, un caudal de opiniones gratis sobre la calidad del juego o sobre la falta de capacidad de quienes lo juegan, esos que se pasan todo el día con la pelotita. La expresión más usada es “falta fútbol” o “poco fútbol”, pero el fútbol no falta, más bien abunda. Los clásicos se juegan, se ganan, se pierden y también se empatan. Lo cierto es que en la cancha hubo una polémica o varias, unas cuantas imprecisiones, una lesión que lamentamos todos y un montón de descanses activos entre unos y otros. Y también hubo fútbol, claro, ese fútbol pausado, ese fútbol especulador, la presión del calor de la tabla, la noción histórica siempre redundando.
Desde hace algún tiempo hay una corriente política en el deporte rey, que cuestiona esa naturalidad de que el mundo siga así sin más. Desde siempre, vale decir, se ha usado al fútbol como excusa para que la gente no piense en códigos políticos y sí en códigos de un centro a la olla, en fechas tan específicas como el Mundialito del 80, en el ocaso de la dictadura. Existen voces ocupando un espacio necesario de crítica, de reflexión, de conciencia en las tribunas (y más allá). Una corriente que se deslinda de lo partidario, que se organiza ante los impulsos esporádicos, que se asienta en los derechos y que se declara anti. “Antirrepresión”, dirá Rafa, miembro de Bolso Antifascista; “buscando hacerlo más profundo y que implique laburar la conciencia”, dirá Belén, del grupo Carbonero Antifascista; “contra un montón de cosas que capaz que no entran en una definición académica del fascismo”, dirá Gerónimo, del mismo grupo de las rayas de oro y el tizne del carbón.
Rafael sale al patio, una mesa de por medio. Sobre ella, el tabaco, las sedas, el fuego; una camiseta donde un desaforado ilustrado por Rocambole rompe las cadenas de todas las cosas. Rafael habla de Nacional con el alma; de los derechos habla de la misma forma. Belén y Gerónimo chorrean una tarde calurosa apenas ingresan a una sala donde el aire acondicionado te rescata del espasmo. Belén sacude también una camiseta de Los Redondos. Sobre la mesa, el suplemento deportivo, los goles que no fueron del último clásico. Hablan del manya con pertenencia y de la yuta con rencor.
¿Hubo algún tipo de organización similar en Uruguay antes del surgimiento paralelo de Bolso y Manya Antifascista?
Rafa: No, que nosotros los bolsos sepamos no, lo replicamos de afuera. Empezamos siguiendo a los colectivos de Argentina y de Brasil, y cuando viajamos por la Copa Libertadores a jugar contra Inter nos juntamos con los hinchas de Grêmio, con los que hay una amistad de décadas; ahí conocimos a los antifascistas. Quedamos de cara con el grado de consolidación: apenas llegamos nos dieron una carpeta informativa; tienen un local, tienen bombos, tienen diez trapos. Nosotros tenemos un trapo y somos 30. También estamos en contacto con la gente de Universidad de Chile, de Colo-Colo, que hacen marchas ellos solos y son cuadras de gente. Tienen un grado de organización enorme, mientras que acá está todo muy incipiente. Por ahora somos un puñado con un potencial muy grande. Luchamos contra el fascismo social, contra expresiones antipueblo, antiderechos.
Belén: Cuando empezó a surgir Carbonero Antifascista, en 2016, no había ningún grupo formado que se denominara así, pero sí había cosas que hacía la barra de Peñarol, sobre todo con el tema de los desaparecidos, con la Marcha del Silencio. Esto empezó a raíz del asesinato de Anthony da Silva en el Costa Urbana por la Policía; ahí empezó a surgir el grupo Militancia Carbonera. Nunca se supo bien qué pasó. Nosotros lo conocíamos de los subgrupos de afinidad de la costa. Cuando se hizo una manifestación en específico por el asesinato fue mucha gente de Peñarol y se generó un contacto con el hermano. Las personas que estábamos ahí en ese momento entendimos que las cosas no podían quedar así, que había sido un abuso de poder policial zarpado y que de esto tenía que salir algo. Empezaron tres personas a salir a pintar muros, a cranear y a moverse, con toda la dificultad del perseguimiento político que hay, porque no se quiere que haya grupos con ese pensamiento político dentro de la hinchada. Surge por una necesidad de ocupar el espacio como hinchas, en las tribunas y fuera de las tribunas, que implique lo social. Surgieron contactos con La Voz del Sur, que nuclea a todas las hinchadas antifascistas de América del Sur, y fue entonces que empezamos a llamarnos Carbonero Antifascista. El movimiento principal es antiyuta, pero queremos hacerlo más profundo, que implique laburar la conciencia.
¿Qué significa y qué implica ser antifascistas?
R: Nosotros somos anti tres cosas. Primero, estamos contra el discurso de odio (racismo, fascismo social, misoginia, xenofobia). Después tenemos una pata más anticapitalista, en contra de la mercantilización del deporte, de que las elites del fútbol o las corporaciones se adueñen de la pasión. La discusión, por ejemplo, de las sociedades anónimas está llegando un poco más lento: en Argentina las hinchadas antifa están dando esa discusión con un movimiento grande. La tercera pata sería la antirrepresión en general, el antiyuta. Hay que militar contra la Policía, que siempre pega de más, y contra cualquier avance represivo.
Gerónimo: Lo que tenemos son lineamientos éticos de qué es el antifascismo, que no es sólo contra el fascismo tradicional de la década de 1930, sino contra un montón de cosas que capaz que no entran en una definición académica del fascismo pero son expresiones de lo mismo: antirracismo, antimachismo, contra la xenofobia, contra la represión policial, contra el negocio desmedido. Contra los precios impopulares, la lista negra, la arbitrariedad policial, que te juzguen por la forma de vestir, que te descuelguen el trapo porque sí, que te hagan sacar el pañuelo contra la reforma que tenés colgado en la mochila en la puerta del estadio, por ejemplo. Esas son expresiones microfascistas que hay que combatir. Y es importante que la potencialidad de una identidad colectiva como es el cuadro de fútbol de uno se llene de otros contenidos, que tome tinte de otras cosas. Si hubo esa recepción es porque hay necesidad, porque al otro también le genera rechazo. Nosotros venimos a criticar cosas que todo el mundo ve, cosas que todo el mundo sufre.
¿Cómo cayó en otros hinchas la aparición de la hinchada antifascista?
R: En la dinámica de las redes la gente anónima dice cualquier cosa, pero después hemos tenido una buena respuesta; la que importa, en la cancha, con la gente que se va arrimando. Al principio nos llegaban muchos insultos por las redes, incluso amenazas, pero nosotros siempre vamos a la cancha y nunca se arrimó nadie, la gente que se arrimó fue sólo para dar para adelante. A veces te salen con el estatuto de Nacional, con el artículo 2º, que dice que no se puede mezclar religión, política ni filosofía. Es una hipocresía, porque casi todos los dirigentes están íntimamente relacionados con la política, incluso muchos de ellos han hecho carrera política con el fútbol.
G: Hay un interés atrás del argumento de no utilizar políticamente el club, o la imagen o la tribuna, y en realidad lo que se oculta es una intención de evitar que la tribuna sea un lugar de expresión política. El problema no es con la política, sino con una forma de hacer política, sobre todo cuando somos un grupo tan grande que puede decir determinadas cosas que a los intereses de determinados sectores o personas no les sirve.
¿Cuáles fueron los movimientos más grandes que han hecho, más allá de haber surgido?
R: Militamos por la Ley Trans y por la Marcha de la Diversidad, pero el movimiento mayor fue por No a la Reforma: coordinamos con la articulación algunas movidas. Hicimos volanteadas por el Parque Central, sobre todo en la zona de acceso a las tribunas populares; nos sorprendimos para bien y nos permitió hacer algunas reflexiones, ya que el hincha de fútbol es un público al que no le habla nadie. Empatizamos del lado de sentir la camiseta, pero a su vez te das cuenta de que es un público que no está politizado y al que los políticos no le hablan. Tuvimos llegada por eso, porque teníamos la respuesta antimiliquera del sentir del hincha popular, que es un público al que no le hablan ni los políticos ni las campañas. Nos deja esperanzados el terreno fértil que hay para laburar y todo lo que hay para hacer.
B: Sobre todo, No a la Reforma. Me acuerdo de que en Jardines, Peñarol y Danubio tenían banderas de No a la Reforma y amenazaron con suspender el partido. Peñarol la bajó, pero Danubio no; fue una cosa de localía, pero al final la bandera se mantuvo arriba. En la marcha apareció una bandera que decía: “Peñarol es pueblo y no quiere milicos en la calle”, y en la propia marcha se improvisaron canciones.
G: Es importante la visibilidad que toma cualquier lucha o discurso si sale de la hinchada de Peñarol, que es enorme, que está todos los fines de semana en la tele. Nunca te van a filmar las pancartas, pero si la hinchada está diciendo cosas es muy difícil ocultarlo. Tiene que ver con lo raro que es ver los colores de Peñarol con un pensamiento político de este tipo o diciendo algo que parece que excede al fútbol.
¿Cómo llevan el vínculo con el cuadro rival o con otras hinchadas antifascistas? ¿Puede haber cierta resistencia o se potenciaron a la hora de la lucha?
R: Hemos coordinado con la agrupación antifa de los manyas, sobre todo el tema del No a la Reforma. También nos hemos advertido cuando hemos visto cosas raras de la Policía, pero sí, nos manejamos con cuidado. Es importante mantener cierta legitimidad con tus hinchas, pero es todo un debate para hacer. Es una contradicción y un debate que estamos dando. Yo estoy abierto a laburar codo a codo por determinadas luchas, pero también te podés perder potenciales compañeros dentro de tu propia hinchada. Hay distintas visiones. Yo en lo deportivo quiero ganarle 14-0 todos los clásicos, pero hay que saber dividir la parte deportiva del resto de la vida.
B: Hay algo que está claro: nosotros podemos intercambiar ideas con otras hinchadas antifascistas, por ejemplo en La Voz del Sur, porque nos une un sentimiento común y un fin, lo que no quiere decir que cuando vengas a jugar con Peñarol no te quiera ganar; la rivalidad deportiva va en paralelo. Lo que nos nuclea es ser hinchas de Peñarol. Con los bolsos también tenemos un fin en común, que las tribunas y los partidos tengan otras lógicas, pero si jugamos un clásico, es Nacional y la rivalidad va a ser la misma.