¿Habrá alguien que no lo sepa? Es uno de los mejores jugadores de fútbol que parió este país en las últimas tres décadas. Estrella de aquel recordado cuarto puesto de Uruguay en Sudáfrica 2010 –del que fue uno de los goleadores, con cinco tantos–, que le valió el Balón de Oro como mejor jugador del torneo. Además, le encajó dos goles a Paraguay en la final de la Copa América del año siguiente, nada menos que en Buenos Aires. Fue dos veces goleador de la Liga Española, entre otras tantas distinciones individuales. Ganó campeonatos acá –con Peñarol–, allá –con Atlético de Madrid– y más allá –con Kitchee, de Hong Kong–.
Hoy a partir de las 20.00 en el estadio Centenario es “El adiós de Forlán”, su partido de despedida del fútbol –con entradas por Tickantel para todos los gustos–. Habrá un espectáculo musical que tendrá, entre otros, a Emiliano Brancciari, de No Te Va Gustar. Pero el plato fuerte es el partido, con figuras que supieron pasarle más que alguna pelota a Forlán en distintos clubes, de los cuales varios son mucho más que ex compañeros: son amigos. Como los argentinos Javier y Diego Milito, Esteban Cambiasso, Andrés D’Alessandro, Javier Zanetti, Juan Sebastián Verón y Juan Román Riquelme. Por supuesto, no faltarán sus compatriotas, como Diego Lugano, Diego Pérez, Cristian Rodríguez o ese tal Luis Suárez. Por las características de la fecha, no estarán algunos de sus encumbrados ex compañeros británicos del Manchester United, pero también los recordamos en esta charla, en la que además hablamos de su futuro como posible DT de Peñarol, porque todavía no se había confirmado la noticia.
Supongo que aquel juvenil al que no le dieron la posibilidad ni en Peñarol ni en Danubio no imaginaba que más de dos décadas después iba a tener un partido de despedida en el estadio Centenario.
No, ni toda la carrera que tuve la oportunidad de disfrutar y de jugar.
Capaz que cualquier otra persona se hubiese rendido ante aquellas primeras frustraciones.
Terminó ayudando, porque esa frustración y esos momentos en los que no pude tener la oportunidad de jugar y de hacerlo de la manera que me hubiera gustado hicieron que quisiera trabajar más y que siguiera convencido de lo mío, con confianza, mejorando mi personalidad, mi carácter, y tener esa conducta. Porque hay que entender que hay momentos, y capaz que física o futbolísticamente no estaba, y había jugadores que estaban mejor que yo. Pero lo importante es que estaba convencido de que tenía condiciones y de que podía llegar, aunque capaz que demorara más que otros.
¿Fue cuando pasaste de Independiente al Manchester United cuando te diste cuenta de que habías “llegado”?
Nunca logré lo que tenía que lograr. Mi carrera siempre fue tratar de seguir creciendo y mejorando y de no decir “llegué” o “lo logré”, porque, por mi forma de ser, si me pongo de esa manera me dejo estar. Mi idea siempre fue que cuando dejara de jugar pudiera mirar atrás y ver todo lo que hice, pero siempre había algo más.
¿Cuándo fue el momento exacto en el que tomaste la decisión de dejar de jugar?
Cuando ya no tenía tantas ganas. Seguía disfrutando de jugar el partido, pero después, el día a día, ir a entrenar, los viajes... Había ciertas cosas de las que capaz que ya estaba un poquito más cansado. Y cuando no era citado a algunos partidos no lo vivía con la misma molestia que antes. No era que decía “pah, yo quiero jugar”, como en otra época. Disfrutaba también del fin de semana, de estar tranquilo y de no concentrar.
Llegaste a Manchester United en 2002. En ese momento era como el Barcelona hoy. Estaban todos: David Beckham, Ryan Giggs, Paul Scholes, etcétera. Más allá de los flashes, ¿qué te dejó, futbolísticamente, jugar ahí?
La oportunidad de poder estar con grandísimos jugadores y de aprender. Estaban en un nivel –obviamente– por encima del mío: tenían muchos más años en Europa y mucha más experiencia. Yo llegaba a un equipo que, como decís vos, era el Real Madrid o el Barcelona de hoy, y llegaba de Argentina con 22 años, muy joven. Fue todo un aprendizaje.
Recuerdo una anécdota de Roy Keane que te daba indicaciones a la hora de pegarle al arco.
Yo tenía la típica de buscar el ángulo, contra el palo, lo más lejos posible del arquero. Y él me decía que estaba bueno buscar el palo, pero que si lo buscaba tanto a veces se te podía ir afuera. Me decía: “Si la pelota se va afuera no va a volver al arco; tratá de pegarle al arco, por más que esté cerca del arquero, porque capaz que el arquero en un momento tiene un error y la pelota pasa y es gol”.
En el Mundial de Sudáfrica la pelota Jabulani era rara, parecía que iba para donde quería.
Sí, se movía, pero hoy en día las pelotas se mueven mucho. Tenía un movimiento particular porque las hacen cada vez más molestas para los arqueros, que son los que las sufren.
Más allá de sus importancias particulares, ¿te parece que los goles de ese Mundial son los más lindos que hiciste?
Menos el de penal contra Sudáfrica, fueron todos de afuera del área: contra Alemania, Holanda y Ghana. Y el primero contra Sudáfrica, que giro y le pego también de afuera del área, de lejos; fue lindo. La verdad es que fueron todos lindos.
Siempre que se habla con vos se recuerda el Mundial de Sudáfrica, obviamente, pero también estuviste en Corea y Japón 2002, incluso metiste un gol en aquel recordado partido contra Senegal. Hay mucho mito en cuanto a la supuesta mala relación de aquella selección. ¿El grupo no estaba tan unido, o lo que une es ganar?
Estaba unido, pero sí: cuando las cosas van bien está todo bien, y cuando van mal empiezan las roturas. En realidad siempre hubo buen ambiente y buena relación con todos, pero lamentablemente no pasamos de ronda, entonces, obviamente, después se empieza a comentar por gestos o cosas que se ven, pero la relación que tenía yo estando en el grupo, la verdad, fue espectacular con todos.
Peñarol te quiere como director técnico. ¿Que tu primera experiencia como DT sea en un cuadro grande no te pone la vara altísima?
Es lo que es. Si tengo la oportunidad de serlo y tengo ganas y confianza, acepto. A mí me mueven los desafíos, y sería uno muy grande. La verdad, que se baraje mi nombre en ese sentido ya es un orgullo y un privilegio. Si se llega a dar y ellos piensan que tengo condiciones y estoy apto para el cargo, bienvenido sea.
¿No te da un poco de miedo?
Sí, obviamente, pero es lindo tener miedo, porque es lo que te mantiene alerta y trabajando. A lo largo de mi carrera –los 21 años– siempre tuve miedo, en cada partido. Quizás la palabra no sea miedo sino incertidumbre, ansiedad de, ante lo desconocido, no saber si te va a ir bien o no, porque el fútbol en eso es diferente a otros deportes en los que estadísticamente es mucho más fácil predecir; en el caso del fútbol entre el mejor y el peor hay un gol de diferencia. Entonces, obviamente hay nerviosismo y todo eso que uno vivió como jugador, pero es lo lindo, es lo que te mantiene alerta, y te preparás para eso. Lo que yo no negocio son la conducta y el trabajo: esas actitudes van conmigo para todo, en el día de mañana como entrenador, pero también como persona. Entonces, a mí no me cambia. Yo soy Forlán, pero soy lo que soy por todo lo que hago y lo que trabajo, no es que cayó de arriba. A esas cosas no les tengo miedo. Y tampoco le tengo miedo al fracaso: si el día de mañana me va mal, me va mal y listo, pero voy a estar muy tranquilo, porque intenté hacer lo mejor posible.
¿Qué significa decir “soy Forlán”?
Que vengo de una familia que es muy conocida, por mi papá, y también por mi abuelo, por el lado Corazzo. Para mí no, pero para otros puede ser que corra con esa responsabilidad, pero soy lo que soy y no cambio. Obviamente, en una entrevista es un poquito diferente, pero si me ves en un lugar con amigos soy el mismo, me manejo siempre de la misma manera, con respeto y educación, y disfruto de las cosas que me hacen disfrutar.
Hablando de tu familia: tenías un tío, Raúl Forlán Lamarque, que fue un destacado periodista cultural. ¿Qué recordás de él?
Lamentablemente, se fue joven. Era una persona muy capaz, muy culta, un gran periodista. Varios periodistas que eran muy amigos de él y lo querían lo respetaban mucho. Tuve la oportunidad de convivir con él varios veranos, porque vivía mucho en Punta del Este. Lo veía de noche y le preguntaba: “¿Qué vas a hacer, Raúl?”. “Voy a empezar a escribir, porque tengo que hacer una nota para mañana”, y arrancaba de la nada. Entonces, le decía: “¿Pero qué vas a escribir? Porque no te vi haciéndole una nota a nadie”. “No, pero ya está todo armado”. Arrancaba y una hora y pico después te largaba un texto maravilloso.
¿A qué se dedica en su tiempo libre el Diego Forlán que ya no juega al fútbol profesionalmente?
Hago deporte, me gusta hacer ejercicio y aprovecho, pero lo que más disfruto es estar con mis hijos.
¿No te tirás a ver algo en Netflix?
Sí, cuando puedo. Ahora estaba viendo Peaky Blinders, que está muy buena. De Game of Thrones me queda la última temporada, porque me tomo mis tiempos. También veo The Last Kingdom y Vikings, todo lo de esa época me apasiona. Hay de todo y voy para un lado y para el otro; también veo Friends, que me encanta.
Siempre sobrevuela la idea de que tenés un nivel cultural mayor al de la media de los jugadores de fútbol. ¿Cómo te cae eso?
Soy quien soy, ¿qué querés que te diga? Después, que cada uno lo clasifique de la manera que quiera. No soy más ni menos porque sea como soy o por de donde vengo. Tuve la suerte de que mis viejos me pudieron pagar una buena educación y pude estudiar idiomas y disfrutar de la educación, que la verdad me encantó. Me hubiera gustado seguir una carrera. Estoy agradecido por eso. Después me dediqué a jugar al fútbol, feliz, pero no me siento ni mejor ni... Es lo que me tocó vivir. Hoy en día, tener la oportunidad de viajar por el mundo y poder hablar cuatro o cinco idiomas es un placer. Sobre todo el inglés, que es lo mejor de todo, porque te permite comunicarte con todo el mundo. Es espectacular y no fue una barrera, porque es duro cuando uno necesita adaptarse en otros lugares.