Damián Frascarelli nació en Colón, jugó en Mauá y en Libertad Washington. Rebotó en algunos cuadros, le criticaban su altura, cayó en la Sexta de Miramar Misiones, como tantos otros gurises, en busca de eso que a veces ni siquiera se aparece como un sueño. Fue aprendiendo a hablar en el idioma del arco, defendiendo el escudo con una camiseta distinta de la de los otros diez dispuestos para el telón de turno. Tomaba el 329 casi vacío apenas salía de Melilla y hacía el viejo trasbordo con el 370 en el estadio Centenario. En las canchitas de la Facultad de Ciencias, donde entrenaban bajo la tutela de Juan Alzubídez, había que saltar el muro y meterse en unas ruinas que hacían de vestuarios. Entre la polvareda que levantaban las jugadas, Damián descolgaba un centro del popular Polilla, tenía un mano a mano de ensueño con el Casa, tapaba un tiro libre del Pitoco. Criado a vestuario, debutó en Primera División con la camiseta de las mil rayas de todos los cracks que se fueron quedando por el camino: “Víctor Guala fue uno de los mejores entrenadores de arqueros que he tenido. Potenciaba lo que te faltaba según tus características, tu edad, tu físico. Leonel Rocco en River, que ahora es el entrenador de Progreso, también me ayudó a potenciarme mucho. Me tocó trabajar con el Chiquito [Ladislao] Mazurkiewicz, el mejor arquero del mundo, el sucesor de la Araña Negra [Lev Yashin]. Yo lo conocí veterano, estaba ante una leyenda. Nos contaba que guardaba al lado del palo un tarrito de resina para los guantes, para agarrar mejor el cuero de la pelota. Ahora cuando me miro los guantes entiendo que no se me puede escapar”.
Aquello que quizá ni siquiera se aparecía como un sueño pero que se cristalizaba en la perseverancia se materializó en la famosa camiseta a bastones amarillos y negros del Club Atlético Peñarol, apenas a un año de haber debutado en la Primera División de los monos de Villa Dolores. Una lesión rebelde en la rodilla lo marginó de la consagración del deseo. Volvería años después, luego de trillar con otros colores, a cumplir con la función de apadrinar, de acompañar el prominente camino de un arquero joven: “Con Thiago Cardozo y Gastón Guruceaga estamos siempre en comunicación. Con Gastón fue especial, fue atípico: yo ya sabía a lo que iba a Peñarol en aquella segunda etapa. Lo había vivido cuando debuté en Miramar Misiones, con Gonzalo Noguera y el Flaco [Mauricio] Caro. Ellos me bancaron, me apoyaron, y hasta el día de hoy somos amigos. Gracias a ellos después pude volcarlo al revés: ser el suplente mayor que apoyaba al juvenil que iba a debutar”.
Atajó en Chile y en Chipre antes de desembarcar en Guayaquil, con la noción de haber visto el mundo desde el banco de suplentes y la necesidad imperante de volver a la constancia bajo los tres palos, al rugir de una hinchada en la nuca, al hábitat entre las cejas de los nueves. “Guayaquil City me abrió las puertas del país. Fui el capitán los dos años que estuve. Me dieron un valor que no conseguís en cualquier lado. Tuve lo que fui a buscar, ser importante en el arco”. Hacía 30 años que Barcelona de Guayaquil no contrataba un arquero uruguayo. Hace algunos días que Damián Frascarelli viste esa camiseta histórica que habla la voz ronca de la hinchada más grande del medio del mundo. “Creo mucho en el universo y en que las cosas pasan porque tienen que pasar. Tenía que pasar que yo llegara a Barcelona con esta edad y con esta experiencia. Peñarol me llegó siendo muy jóven, y el universo me dijo que no estaba para jugar en Peñarol. Llegué, me lesioné y no pude jugar más. Las lesiones te van diciendo cosas. Eso también es experiencia. Hoy tengo 33 años y estoy muy bien físicamente. Llegué a Barcelona, donde el entrenador de arqueros es Nelson Tapia, mundialista en Francia 1998, medalla de bronce en los Juegos Olímpicos (Sidney 2000). Yo ya sabía que con Tapia iba a aprender. El otro día hicimos un ejercicio de arqueros que nunca había hecho. Tengo mis años pero sigo aprendiendo”. El botija de Colón, a punto de nacionalizarse ecuatoriano, fue madurando bajo la sombra prismática de tres palos que enferman a locatarios y visitantes. “Siempre estás brindando en las fiestas para que el año te traiga trabajo”, dice. Tendrá la grata tarea de trabajar por un puesto que ocupa Máximo Banguera desde hace diez años; lo entiende como los lindos desafíos del fútbol y recuerda que en el último partido que se enfrentaron por el torneo ecuatoriano se tomaron una foto juntos que luego compartieron en sus redes. El uruguayo había sido la figura del encuentro: “No vengo a competir con Máximo Banguera. Yo no quiero ser mejor que él, quiero ser mi mejor versión, lo mejor de mí quiero demostrarlo acá”.
Diego Forlán, de quien fue compañero vistiendo la del manya, se comunicó con él para felicitarlo por la llegada al nuevo equipo. El crack celeste tuvo la experiencia de jugar una de las conocidas Noches Amarillas, una jornada anual típica de los “ídolos del astillero”, que se repitió hace unos días, esta vez con la invitación que le hicieron al italiano Andrea Pirlo, que se hizo presente. “No es el mismo arquero el de cuadro chico que el de cuadro grande. A veces en el cuadro chico tenés una situación de gol a los cinco minutos, mientras que en el cuadro grande de repente te llegan una o dos veces y tenés que responder. Antes, por la energía de la juventud, andaba como un loco en el área. Cambiaban de frente y yo iba de lado a lado. Ahora lo resuelvo de una forma más posicional, soy más táctico. He aprendido mucho de fútbol viéndolo de atrás. Primero, porque me gusta hablar, pero además es lo que me piden y lo que necesita el equipo. Si la pelota viene de un lado, tengo que activar y posicionar al lateral del lado contrario por el gol va a venir por ahí. Además, las cabezas son distintas: la del arquero, la de los defensas, la de los laterales. Puedo darle un consejo a un delantero sobre cómo definir desde la visión del arquero. Me pasó con un compañero argentino, que apenas la bajaba me tiraba a reventar, y lo que quiero como arquero es que me pateen fuerte, porque tiene menos dirección, la pelota va a ir cerca de mi cuerpo. Y me dolerá, pero yo lo que quiero es sacarla”.