La Copa América quedó atrás, pero nunca se apartó de la memoria popular. Mucho menos de la piel de Giovanni González. Hijo del popular futbolista noventoso Juanchi González, otrora goleador de Nacional, con las raíces en Basáñez y un periplo de camisetas y dribles escritos en páginas de gloria. Giovanni, que creció en el enérgico mundo del fútbol, todavía vestía la del darsenero hasta hace un año y pico. Quizás el año y pico más estrepitoso de su corta vida. Romperla toda en la Primera de River Plate, despertar el interés y concretar el mentado pase a Peñarol, a la mística carbonera, al mundo manya, a la familia mirasol y, como por transitiva, a la causa celeste.
“Llegué a un club con muchos referentes, con jugadores de gran experiencia que me hicieron sentir uno más, me dieron confianza; son los que manejan las cosas que pasan dentro del vestuario: el Mota [Walter Gargano], el Cebolla [Cristian Rodríguez], el Lolo [Fabián Estoyanoff]. En la selección también hay referentes que saben manejar el grupo. El principal es Diego Godín, que además de ser el capitán en la cancha es el capitán afuera. Creo que lo que me pasó a mí les pasa a todos los jugadores que llegan al club: lograr ese sentido de pertenencia, como si hubiera estado acá toda la vida. Es maravilloso el mundo Peñarol; te lo hacen sentir el grupo, la gente, los funcionarios. El Campeón del Siglo es nuestra casa y siempre se extraña”, confiesa.
La Copa América quedará en el semblante de Gio para siempre. Todos vimos cuando Diego Laxalt se tomó el posterior y vimos en sus ojos el gesto del dolor. Sin embargo, el gurí de las trenzas se ubicó en su lugar como pudo, rasgándose, obedeciendo a la táctica más allá de todo, y desvaneciéndose ante la velocidad del nipón del gol. A Giovanni no le dio el tiempo de pensar en su familia, ni en su viejo, ni en las veces que se coló en el vestuario cuando su padre todavía era jugador, las veces que sintió en el linimento el olor de la gloria, también el de la derrota. Se calzó la celeste con la que todos sueñan, le dolió el dolor del otro y, como si de un overol se tratase y tras las indicaciones, se puso el lateral al hombro de ahí en adelante, hasta que Perú nos dejó en el mata-mata: “Es lo lindo que tiene el fútbol: de un día para el otro te cambia la vida. Es una prueba, también, de que si te dedicás a tus sueños podés ir cumpliéndolos de a poquito. Hasta hace unos meses los veía por la tele. Lastimosamente, tuve que entrar por la lesión de un compañero. Siempre me llevo bien y aprendo de quienes juegan en el mismo puesto que yo. Me llamaron a calentar y fue todo muy rápido. Pero me va a quedar para siempre. Ni siquiera me dio tiempo para pensar en nada más que en concentrarme en el juego, adaptarme al partido y jugar”.
Hay palabras que, al unirse a otras mediante conectores y fluir con la voz y el pensamiento, narran lo que se siente o lo que se explica o lo que se dice, y entonces se habla de comunicación. Y hay otras formas que son expresiones espontáneas de admiración o sorpresa, de emoción, tristeza o euforia, para las que apenas resta una mueca, una gota gruesa de saliva que se traga, una mirada mojada o una cuestión gutural como la que expresa Giovanni cuando le pregunto por el Maestro: “Uh”. Hace una pausa y continúa, “una gran persona, el Maestro. Yo ya tenía claro cómo era él, por lo que se sabe del proceso y porque dirigió a mi padre en Oviedo y tenía las referencias de él y de mi madre. Compartimos tiempo allá: las familias de los uruguayos siempre son de juntarse en el exterior. Yo era muy chico, pero ahora que lo tengo de cerca siento la presencia de él con su humildad. Es una persona muy trabajadora, que me dio la confianza en una charla que tuvimos en China”.
Hay un escudo enorme de Peñarol en las espaldas de Gio, que se inquieta en la silla y se ríe con sencillez. “Sigo siendo el mismo de siempre. La experiencia en la cancha me ha dado madurez, me ha dado mañas”. Los funcionarios son los únicos que quedan luego del almuerzo en Los Aromos. Saludan cuando pasan y se ponen a disposición. Son como los de las canchas chicas, pero claro, son tantos como para un cuadro grande. La crianza, primero en Danubio y después en River Plate, y la presencia de Juanchi, Juan Antonio González, en la vida, y la presencia del fútbol en la vida de ambos y en paredes con la vida familiar, es refrescarse de humanidad casi constantemente y mantener los pies con tapones sobre la cancha cuando se habla de millones y transferencias: “Mi familia es futbolera y laburante. Dar el salto es el sueño de todo jugador de fútbol. Por suerte tengo a mi padre, que tiene tremenda experiencia en el fútbol y siempre hablamos, lo escucho y aprendo de él. Es mi ejemplo más cercano. Sigue laburando en el bondi. Es un ejemplo de que la carrera es corta, que hay que aprovechar las oportunidades y saber usar el dinero en el caso de que aparezca. De River se extrañan los amigos y los compañeros de tantos años, porque una cosa es hablar por teléfono y otra es compartir cancha. Irte te permite valorar: las cosas que tuve en River, a pesar de las carencias que involucran a todo el fútbol uruguayo, y las cosas que tengo ahora en Peñarol, donde no me falta nada. Tener todo y poder disfrutarlo me hace valorar más todo eso que viví en el pasado, por lo que luché. Soy un agradecido de los funcionarios de River, también de los de Peñarol, porque todos ayudaron un poquito para que llegara a donde estoy. Los admiro. Todos suman un poquito para ayudarte a crecer, a mejorar”.
Peñarol hizo una pretemporada atípica en tierras del norte y les regaló a los hinchas lejanos la sensación de un clásico con victoria. Más que una preparación, un mimo a los corazones. El Intermedio ya es una realidad que subyace al cotidiano devenir. Al Clausura se le siente un sabor especial. Y las copas internacionales, la Sudamericana de hoy, la Libertadores, son, como dice la canción popular, una obsesión. “El objetivo a corto plazo es lograr el Intermedio y conseguir el tricampeonato uruguayo. Esos son los desafíos lindos que tenemos por delante. Lo vamos a asumir con la responsabilidad que merece. Peñarol tiene que ser campeón en todo. Con las copas internacionales está en el debe todo el fútbol uruguayo. Debemos de ser el país con menos competencia en el año, y eso pesa, entre otras cosas. Se siente la diferencia entre un país y otro en gran parte por eso, aunque claramente la economía y la infraestructura también influyen. Tiene que haber un cambio general en el fútbol uruguayo. La copa es el sueño de la gente y de todos nosotros, los que estamos acá”.