La fe se empecina en la cancha. Una puerta mirando hacia el mar, la tribuna de la confianza, el césped de la creencia; un poco más lejos, el agua que juega a la rayuela en la isla Humphreys. Sabe algunas cosas el viejo Rampla. Tres guachos se escapan del liceo. No mienten esos ojos. Hay cosas que emocionan: una pelota desde el banderín del córner, las piolas de la red sacudidas en cámara lenta. Un gol olímpico es el poema perfecto.
Un penal se parece a la soledad. A dos soledades, para ser más preciso. Por mucho que el afuera intente, hay algo que se define ahí, en esos pasos y en el frente a frente. Hay quienes eligen la cabeza levantada, están los que se concentran mirando el piso. No hay manual. Aseguraría que un penal es como la fe: inexplicable. En la página 76 de un libro por ahí leí “tiro penal” y el poema se cierra con un tiro de muerte. Toda literatura tiene su precio.
Letras adelante, en un bar del barrio Saladero, un viejo afiche en el que Pedro Virgilio Rocha sonríe con la casaca del seleccionado. Mire que da talentos ese Salto. Caer en la discusión de cuál ha sido el mejor sería un entretenimiento infantil. No hay balance en mitad de la vida, ni siquiera el repaso del formidable sol.
El invierno hiela el Cerro. Los gurises que se cortaron solos saben de la última atajada antes de que suene el timbre porque el reloj apremia y se oirá clarito. Es martes y en nada se parece al miércoles de noche cuando murió Lev Yashin. Araña del recuerdo en blanco y negro. Paró 100 penales, dice el periodista. Como si dijera: “El muchacho se comió dos docenas de peras”. Era el mejor golero del mundo. Tal vez por eso dice la página 73 que Darnauchans lloraba arriba de un taxi.
Rojo y verde los muros. Te ganó el costado de la bandera. El Indio Arispe y la copa de campeón uruguayo en 1927 como una bocanada de alivio. Los trofeos ganados son demostraciones (del exitismo), querer es prueba de la existencia. El fútbol es el arte de lo que puede pasar. La poesía también. Por eso se va a la cancha, porque la salvación está en la imaginación.
El pitazo final es la primer(a) palabra del poema. Ya no hay banderas colgadas ni héroes de una tarde. El mejor poema no existe porque no se ha escrito aún. El mejor poema es como creer en los Reyes Magos. Escribiste un día que no hay nada más tenso que una pelota en movimiento. También que dos retornan en el margen del escombro. Son como pájaros que cruzan de un lado al otro. Pasan por el frente del Florencio Sánchez, Grecia esquina Norteamérica, la misma esquina que un martes de frío polar me tiene ahí, inmóvil, aprovechando el sol, sin pasos ante el recuerdo, como pidiéndole explicaciones a un ajuste de cuentas.
Pasan los años, pasan los jugadores, pasan las modas. El mundo no se paró con tu partida, pero dejaste la cancha marcada. Si el domingo hay gol de los míos, la pelota caerá entre el esófago y el pecho, ahí donde el corazón derrama afectos.
*Suyos
La mayoría de las frases de esta pieza son de Elder Silva. El mejor homenaje posible es recorrer sus páginas, en este caso las de agua enjabonada (Rumbo Editorial, 2013), y encontrarse con ellas. A continuación, los nombres de los poemas de donde fueron extraídas: “Luego del match Wanderers-River Plate”, “Itinerario incompleto”, “Un texto con pelota quieta”, “la última atajada”, “Aguas envasadas”, “Champú”, “Alberto Spencer, héroe de una tarde”, “Rampla Juniors FC”, “Nacido en 1955”, “Barrio Saladero”, “De alta costura / Mercados”, “Quebrar el cero”, “la última atajada” y “Deseos”.