El 23 de noviembre de 1986, una frágil democracia uruguaya acumulaba poco más de un año y medio de vida ininterrumpida. Faltaban cerca de seis años para la primera movilización por el Día del Orgullo Gay. Jugaban Nacional y Defensor, en un insólito Campeonato Uruguayo. Los violetas peleaban el descenso y Nacional marchaba primero, como terminaría, aunque un “pacto de caballeros” suscrito entre sus dirigentes y los de Peñarol forzó una final que dejó la copa en manos aurinegras.
Los diarios dicen que Wilson Oliver debutó con la camiseta tricolor cuando Walter Cata Roque sacó a Tomás Silva, delantero destinado a destacarse en el ascenso. También dicen que el pibe montevideano criado en Rivera y formado en Sarandí Universitario le puso el pase de gol a Mauricio Silvera, que quebró a Defensor en la hora. No dicen que el muchacho sería el primer y, hasta el momento, único jugador uruguayo profesional abiertamente gay. El secreto a voces le truncó una carrera promisoria. Emigró a España, donde hace 14 años visibilizó su historia. Desde Barcelona, habló con Garra.
Wilson y el pacto
¿Cómo fue tu trayectoria deportiva antes de llegar a Nacional?
Un chaval que empezó humildemente haciendo atletismo y que, por dedicación y disciplina, fue descubriendo un mundo que lo llevó a Primera División en pocos años y, de golpe, se dio cuenta de que alguien había puesto unas reglas por las cuales un homosexual no podía jugar al fútbol. El logro de llegar con 20 años al primero de Nacional creí que era un poco en vano, porque no iba a fingir un teatro para seguir con mi carrera.
¿Cómo fueron tus comienzos en el atletismo?
Mi físico ayudaba a que todos los deportes se me dieran bien. Empecé en Rivera, de adolescente. Fui fondista, tenía una capacidad aeróbica bastante buena y eso me llevó a que me destacara. Mi profe de educación física, Wilder Noble, vio que podía tener más salida el fútbol. Vio que era despierto, que sabía jugar al espacio y muchas otras cosas del fútbol moderno. Eso fue, en un segundo, estar en Nacional.
¿Antes jugaste en algún equipo riverense?
Estuve en la selección juvenil con Pablo Bengoechea, Fabián González, Cecilio de los Santos. Salimos campeones y jugué en Uruguay 86 [torneo organizado por la Comisión Nacional de Educación Física en 1982]. Le ganamos a Paso de los Toros, que era fuerte. Fui a la capital porque terminé bachillerato y tenía que ponerme a entrenar en algún club porque había descubierto mi pasión. Fui a entrenar con 300 chavales a Nacional y quedé.
¿Qué recordás de tu debut en Nacional y de los primeros tiempos en el club?
Sobre todo a Raúl Bentancor. [Antes] tuve visionarios del fútbol como Carlos Wallace, que dirigió a Rivera muchos años. Siempre vio que el fútbol colectivo era superior al individual, trabajó mucho el sistema. Eso llevó a que aprendiera muchísimo, más rápido y que supiera cuáles eran mis limitaciones y puntos fuertes. Me llevó a ser disciplinado. En poco tiempo, don Raúl, en Nacional, me formó. Estuve volando físicamente con el profesor [José Carlos] De León, preparador físico de las inferiores. De repente, me vi como goleador de Tercera y con posibilidades de jugar en Primera División debido a la expulsión de Juan Ramón Carrasco [suspendido por varias fechas en el Campeonato Uruguayo de 1986].
El torneo de 1986 fue muy peculiar…
Sí, muy peculiar. Somos campeones uruguayos, fui campeón uruguayo. Por ese convenio de caballeros se jugó esa final [que terminó 0-0 y ganó Peñarol por penales]. Carrasco tuvo una oportunidad de sentenciar el clásico en aquella jugada en la que enfrentó a [el arquero Eduardo] Pereira y le pega [la pelota] en la canilla. En fin... detalles que hacen la historia. Ese mismo equipo fue base para el campeón del mundo de 1988.
De la cabeza a los pies
¿De qué jugabas?
En realidad, de volante. Con el tiempo me doy cuenta de que mi posición es más un centrodelantero al que le gusta buscar el juego abajo, entrar a los espacios y rotar. Esa era mi mejor virtud. El tema de la definición, eso también va con mi orientación sexual, que te lleva a que el momento de la decisión... Lamentablemente es así, es como un chip que tenemos, que no me permitía expresar todo aquello que había trabajado. A medida que me fui soltando, fuera de Nacional, lejos del fútbol profesional, me destaqué en otros equipos y haciendo cosas súper interesantes. Me daba cuenta de que, cuanto más fama, menos libertad para hacer mi vida.
¿A qué te referís concretamente con lo del chip?
Aunque tú no lo sepas, en tu inconsciente está que no eres normal. O sea, para esa visión del fútbol de esa época y de la sociedad, te hacían sentir que no eras normal y que en algún momento ibas a flaquear, porque ese circo no se podía mantener más tiempo. Esas dudas y esa presión en los momentos de máxima concentración te afectan, definitivamente.
¿Qué más recordás de aquella sociedad uruguaya con respecto a la diversidad?
Me he salvado de caer preso por una razia que hicieron los milicos en una discoteca que estaba en [la calle] Río Branco, me parece. Mi primo, que era gay, cayó, y otra gente también. De casualidad, porque ese día no podía ir, no caí. Imaginate lo que hubiese sido mi vida. Luego de ese suceso empecé a vivir mi otra vida en Buenos Aires. Pero ¿quién no tiene un kinesiólogo en un club que sea gay, un médico gay, un hincha gay, un periodista gay? Me veían en las discotecas y me relacionaban. Esto se transforma en vox populi.
¿A partir de ahí se empezó a saber en el ambiente del fútbol?
Lógico. Es que hay una doble moral en nuestra sociedad. La bisexualidad, en nuestro país, tiene que ser asumida de una vez. Hay muchísima gente bisexual. Y, obviamente, esa es la conexión perfecta para que quedes en evidencia frente a un equipo. Más en Nacional, que medio país está teniéndote de referente.
¿Te generó problemas con compañeros, técnicos o hinchas?
No, porque mi disciplina era no solamente a nivel físico. Me controlaba en no salir mucho. Mis contactos sexuales eran muy de confianza. Pero si voy a una discoteca en Buenos Aires es obvio que estoy expuesto a que me vea gente que es uruguaya y va a pasar los fines de semana.
Al Villa, con amor
¿Tuviste problemas con alguna hinchada? ¿Qué pasaba en las canchas en las que la gente está muy cerca de los jugadores?
Tenía un soporte impresionante de uno de los clubes que, para mí, fue fundamental. Villa Española me defendió, a pesar de todo. Eso ayudó a que pudiera continuar un poco más. Minimizaba esa agresión externa de los equipos contrarios que iban a disminuir mi potencial, obviamente, gritándome. La hinchada de Villa Española, en ese sentido, fue consecuente. Siempre estuvo por encima de las hinchadas rivales y el aliento fue impresionante. Hasta el día de hoy son reconocimientos permanentes a través de internet. Es un equipo que recuerdo con más cariño que a Nacional, imaginate... Me contuvo mucho más.
¿Cuánto tiempo jugaste en Villa Española?
Dos años. Uno, después de un nefasto año, del préstamo en que me dio Nacional. Cuando ya estaba todo más o menos cocinado [acerca] de que era homosexual me fui con [el entrenador] Marcelo Barruti a El Tanque. Me hicieron una estafa, porque no sabía mucho de contratos. Me dieron una prima que, después, me terminaron descontando. Abuso total. No tenía ni idea de lo que era la realidad de los contratos. Fue como un despertar. Me pusieron en rebeldía. Víctor Della Valle era presidente de El Tanque, que era una sucursal de Nacional. Hice la vida imposible para que, terminada la temporada, Nacional me dejara libre. Villa Española fue como empezar de cero. Salí varias etapas mejor jugador de la B, me permitió ser otra vez visible, que era una cosa que no quería porque era entrar a la opinión pública con mi vida privada. Llegó una oferta para Venezuela, me fui a Portuguesa, pensando: “Si me voy más lejos, problema menor”. Me encontré con un país mucho más machista y, además, era extranjero, venía a robarles el dinero a los locales. Mi fichaje era mucho más caro. Había una especie de guerra entre empresarios y prensa para hacerme la vida imposible. Vuelvo otra vez al equipo de mis amores, Villa Española.
¿En aquellos años hubo alguien vinculado al fútbol con quien hayas podido desahogarte?
No. Mi liberación fue en la nota de 2005 [concedida a la revista Gay Barcelona], cuando explico que es una injusticia que pasa en mi país, que es real, que lo ven como normal: alguien impuso una regla de que ser heterosexual es mejor que ser homosexual en el deporte. Y que me pasó. En ese momento, recién, me saco la presión. Porque nunca en la vida lo hice público con nadie, sólo con mis amigos de mi misma orientación.
¿En Villa Española te defendían pero sin mencionarlo?
Exacto, un pacto de caballeros.
Bengoechea, Carrasco y Messi
¿De qué viviste cuando dejaste el fútbol?
Conocí a una pareja que me ayudó a darme cuenta de que mi potencial podía estar en internet y diseño gráfico, y empecé a estudiar diseño gráfico y computación.
¿Cuándo llegaste a Europa?
Intenté en 2002, no me fue bien, extrañé y volví. Trabajé dos años más en el Ministerio de Educación y Cultura, y luego volví, en 2004, a España. Hice papeles con 40 y pico de años, fue muy duro. Estaba determinado, quería cambiar mi realidad, porque me sentía estafado por nuestros gobernantes.
¿Te sentiste más cómodo al llegar a Barcelona, teniendo en cuenta su tradición de apertura a la diversidad?
Me asumí completamente en una ciudad que es alternativa, que era vanguardista en muchas cosas. La crisis mundial que hubo degeneró en mucho caos, pero en mi vida personal me sentí muy cómodo. Lo que pasa es que soy un inmigrante, no soy un nacional. Hace unos años, cuando era mucho más grave la crisis en España, fue un problema porque el inmigrante le venía a quitar el trabajo al nacional. Entonces, éramos mal vistos, hubo una campaña muy dura.
¿Te sigue interesando el fútbol?
Me gusta el buen fútbol. Soy hincha del Barcelona, porque veo una secuencia de equipos y de jugadores de fútbol súper especiales, exquisitos. Además, una política de fútbol como la de [Johan] Cruyff, que es mi pensamiento del fútbol total. Pero, con relación al mundo del fútbol, desconectado por completo porque no soporto su pensamiento, su lenguaje. Lo de “maricón” o “traga sable” o todos esos chistes que hay en el vestuario no me lo fumo más. Además, es pura hipocresía.
Los cra que no llegaron
“‘¿Quién era?’, se preguntaban todos… Oliver, sacado de la galera, jugó en punta, hizo de ‘Petraccaro’, peleó todas las pelotas y terminó tirando el centro para el gol de Nacional. Seguramente, si hubiera puesto a Oliver de entrada, los nervios se hubieran comido al pibe. En cambio así, jugando 20’ el ‘Cata’ pegó en el clavo”. Lo escribió Jorge Mercadal en las páginas deportivas de El Diario el día del debut contra Defensor. Líneas abajo, un recuadro especialmente dedicado al juvenil puso mayor énfasis en sus similitudes con el argentino Néstor Fabián Petraccaro, que ese día no jugó. El apartado incluyó una entrevista al chiquilín que dejó el Centenario entre aplausos, quien trataba de concentrarse en la cancha pero tenía otras cosas en la cabeza: “Para ser el debut creo que cumplí con lo que me pidiera el técnico, pero no me engaño, me falta mucho, muchísimo. Sabe, estoy por culminar preparatorios de Psicología y pienso doctorarme. Pero todo a su tiempo… Esto de hoy fue algo muy bonito, pero quiero doctorarme en Psicología también”, declaró en el vestuario. El mismo protagonista cierra el círculo 33 años después, en la diaria del lunes: “Al partido siguiente nos tocaba Wanderers, por la noche, y me lesiono. Entonces, como que se frena de golpe toda mi energía del debut”.