Calle 18 de Julio casi frente al cementerio. Ahí pinchamos. Había que volver hacia la estación, la sede del deportivo y el centro social. La moto, una Ciao como del 70, tenía un solo asiento y una parrilla de metal. Era verano, por suerte, pocos autos pasaban y poco polvo se levantaba. La primera vez que manejé un ciclomotor. ¿Tal vez 36 años atrás?
De esto me acordé el sábado, cuando me desvié de la ruta 5 por la calle Artigas para llegar al estadio Batalla de Sarandí, en Sarandí Grande. El polvo del balastro resta definición al paisaje, la gente camina por la calle.
La noche está llegando y es imposible perderse. Primero porque ese amigo vigilante, Google Maps, si le contás tu ubicación te guía casi de la mano. Segundo, desde la ruta las luces del estadio se vislumbran por entre los árboles del parque. Tercero, aunque lo aprendés después de que llegaste o cuando tenés que irte, hay una cortada: “Por ahí, salís a la estación [de servicio]”, me dice el panchero, que viene de Florida y la noche siguiente estará en Durazno, en el Carnaval.
Siempre hay otra forma de llegar, como aquel verano que pudiendo volver por Artigas volvimos por 18 de Julio porque había menos tránsito. O capaz que porque estaba bueno caminar, aunque quedamos llenos de tierra. Hay otra forma de llegar, y así llegué al Batalla de Sarandí, maravillado, sospechando que iba a estar muy bueno hacer fotos ahí, porque esa también es una forma de llegar.
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