Juan Prandi se desdobla como un lateral derecho que pasa al ataque, como un doble cinco que se proyecta. Supongo que como un boxeador que ataca contra las cuerdas a alguien que puede ser él mismo. Quizás las peleas siempre son con nosotros mismos. O con creer. Juan Prandi aprendió a creer. Y creer le fue abriendo una puerta y otra. Todo lo que aprendió lo llevó para Plaza Colonia, el lugar donde más horas ha pasado en su vida. La gesta pasional quizás haya empezado con su abuelo, de quien lleva el nombre el estadio de los patas blancas. Se curtió en el baby, se afirmó en las formativas y en la fugacidad inolvidable de un vestuario de primera división. Se transformó en una cabina de radio. Se tradujo en la transmisión docente de uno de los deportes que en Colonia hacían falta, el boxeo: “Recién llego del gimnasio, tuve una clase de box. Aparte trabajo en el diario La Colonia y cerramos con las últimas notas del cierre de campaña”, dirá. Juan Prandi conversó con Garra sobre un poco de todo, y por un rato el mundo se volvió verde y blanco, del ostracismo a la frontera.
¿Por qué hacés periodismo sobre política?
Porque hago de todo, en realidad. Arranqué haciendo deporte, y después me fui sumando a la mañana de la radio, hasta que en un momento me ofrecieron conducir toda la mañana. Entonces tengo el noticiero de 8.00 a 9.00, y de 9.00 a 12.00 hago el periodístico de radio de Amanecer FM. Uno de los bloques es deporte, pero después todo lo demás es actualidad. Ya cumplimos 4.000 programas, hace mucho que lo hacemos. Estamos desde febrero de 2005. En el diario La Colonia tampoco escribo nada de deporte, es un periódico que sale martes y viernes y por lo general cubro política. Tengo una columna de opinión, los martes hago un tema nacional y los viernes uno internacional. Conduzco el noticiero de cable, también. Y tenía dos programas, uno de deporte y uno de política, que con la pandemia este año los paramos.
Qué momento para empezar a laburar en la radio, 2002.
Siempre estaba la aclaración “no hay un peso” para cualquier laburo. Ahí arranqué haciendo vestuario. Era del padre de un amigo, la radio, y como sabía que a mí me gustaba me invitó. Me dijo “no hay un peso” y después me dijo “es en el equipo que va a seguir a Plaza”. Fue el año que la rompió con Diego Aguirre. Después pasé a ser comentarista. A la vez empecé en un programa donde tenía una columna de deporte, en La República cubría a Plaza y, después, en el cable. Todo en el mismo año. Así arrancó la historia.
¿O la historia arrancó con el fútbol?
Toda la vida jugué al fútbol en Plaza. Era arquero. O sea, a Plaza estoy ligado desde que mi abuelo fue fundador, el estadio lleva su nombre. Hice todo el baby, sub 15, sub 16, sub 20, y hasta me habían subido a un plantel de primera, donde estaba el Chueco [José] Perdomo, el Pollo [Daniel] Vidal, Gilmar Villagrán, todos jugadores consagrados, aunque en esa época Plaza todavía era amateur, era el cuadro de la rivalidad del barrio con Juventud. No sólo jugaba, sino que también seguía al plantel de primera a todos lados, como hincha. En el 2000 pasa al profesionalismo, cuando me fui a Montevideo. El primer año iba a ver los partidos a La Bombonera, al Parque Huracán, al Parque Salus. Era incluso una B más pintoresca que la de ahora. En 2002 estudiaba en la semana y el fin de semana me iba a hacer la transmisión de Plaza.
¿Cómo es el vínculo con el boxeo?
El boxeo me gustó toda la vida, pero acá en Colonia no había. Cuando me fui a Montevideo empecé a entrenar en el Palermo. Después me fui a Policial, después volví. Y me encantó. Aunque tampoco es que haya tenido muchas chances. Cuando volví a vivir a Colonia, en 2005, cuando me ofrecen la mañana de la radio, hice un curso con el programa Knock Out a las Drogas, y con un amigo que tenía un gimnasio empezamos a dar clases. El programa nos dio algo de material, arrancamos y no paré. Desde 2005 hasta ahora doy clases de boxeo. Primero en el gimnasio de mi amigo y, desde 2010, en Plaza.
Los colores de Plaza están por todos lados.
Es mi casa, paso ahí adentro. Siempre estoy en las comisiones directivas, aunque no me interesan los cargos ni figurar ni nada de eso; estoy para dar una mano. Relato al club desde hace 18 años y dirijo el boxeo desde hace diez. Y maestro de ceremonia salgo siempre sorteado, eso también. Hemos ido hasta Venezuela, Bolivia, a todos lados. A veces me cuesta caer en que es el club de mi familia el que está jugando la Sudamericana o que sale campeón en el Campeón del Siglo. En la vorágine del relato y en el frenesí de tener que llevar la pasión y a la vez meterle garra a la transmisión, a veces te olvidás de que estás relatando al cuadro donde jugaste, donde te criaste. Plaza mutó bastante y ha habido muchos cambios sustanciales. Dio un giro de 180 grados cuando se hizo profesional, ese fue el primer mojón, y el segundo es cuando [Roberto] Chiqui García y Carlos Manta lo agarraron en 2013 y laburaron muy bien, muy profesionalmente, porque el club estaba para bajar la persiana en ese momento. Se logró el ascenso después de diez años en la B, salir campeón, la Copa Sudamericana. La historia conocida.
¿Se podría decir, entonces, que el origen de la pasión no es ni el relato, ni el periodismo, ni el boxeo, ni siquiera el fútbol, sino que es el club?
Seguro. El club es mi vida. Vivo a dos cuadras. Es donde he pasado más horas en mi vida. Siempre me gustó el periodismo, siempre me llamó la atención. Mis viejos compraban La República todos los días, yo esperaba el lunes para ver el suplemento de deporte. Me lo leía de pe a pa. Era enfermo, sabía quién era el lateral izquierdo de Cerrito y quien era el ocho de Banfield, consumía mucha información deportiva. Con el fútbol tenía una pasión impresionante. Todos mis juegos los vinculaba con el fútbol. Las tapitas de gaseosa las transformaba en camisetas y armaba los equipos. Y relataba, obviamente. Los muñecos de acción, desde un He-Man a un G.I. Joe, todos pateaban la pelota. Esa era mi vida.
Ahí ya estaban el relato y el periodismo presentes.
Hace unos años encontré una cuadernola vieja donde escribía sobre un preolímpico que se jugó en Paraguay. Tendría unos 12 o 13 años, y viendo el cuaderno encontré crónicas escritas de cómo jugaba Uruguay, cómo había sido el partido, la alineación, los cambios y el comentario. Ya empezaba a aparecer una vocación por el periodismo. Sin embargo, como tenía facilidad con las letras, me fui a Montevideo a estudiar Derecho. Pero cuando estaba llenando el formulario para entrar a la facultad, en un bar de 18, me preguntaba “¿es esto realmente lo que quiero hacer?”. A mí me gustaba el abogado de las películas, pero después me di cuenta que el derecho en Uruguay tenía más que ver con los trámites. Mucho más burocracia. Eso me empezó a aburrir. Le fui perdiendo el gusto y siempre me hacía ruido el tema del periodismo, aunque tenía el prejuicio de que en Uruguay era muy bravo y en Colonia, más. Al padre de un amigo le dieron una FM, que es en la que estoy todavía, aunque ellos ya no tienen nada que ver. Mi amigo iba a manejar la radio y entonces armó un equipo deportivo y pensó en mí. Ahí me hizo el clic y me cambié para Ciencias de la Comunicación. Una cosa llevando a la otra. El primer partido que me tocó trabajar fue la selección de Colonia contra Florida, y la primera nota se la hice a Fabiano Pereira, un jugador de Plaza que era un crack, un personaje de esos divinos. En febrero Plaza debuta contra Deportivo Maldonado en la A, ese año con Diego Aguirre se llegó a la Liguilla, y eso fue todo muy motivador. Me ascendieron a comentarista e incluso, un día que faltó el relator, cacé el micrófono.
¿Ese carácter prolífico hace a tu rol como periodista?
Yo siempre fui muy inquieto y siempre fui muy curioso. Siento que el rol del periodista tiene que ir mucho más allá que una pelota, de si pegó en el palo o entró, de si el 10 la rompió o no. No todos tenemos los mismos intereses ni perseguimos las mismas ambiciones, pero está bueno involucrarse, comprometerse con la realidad. Arranqué haciendo notas de campo de juego y ahora conduzco toda la mañana. La mañana es la parte fuerte en la radio. Fue tremendo desafío. Incluso al dueño de la radio de ese momento le hizo ruido que me nombraran a mí, porque yo tenía cierta inclinación a la izquierda “¿A Juan, que es un zurdo, le vas a dar la mañana?”. Mi jefe actual confió en que yo era bastante ecuánime y que podía ser medianamente objetivo. Arrancamos en una radio casi fundida, que no teníamos para pagar la luz y donde ni siquiera teníamos teléfono.
¿Cómo se ha ido transformado el estilo de tu relato?
El estilo para relatar de pibe era muy incendiario. Me gustaba criticar, me llevó a tener algún problema con algún protagonista. No era mala intención, es que era muy pasional. Me costaba encontrar el equilibrio. Hoy me arrepiento de cosas que dije, vas aprendiendo. El estilo siempre estuvo muy ligado a lo pasional. Es muy difícil dejar al hincha afuera. Cuando tengo que criticar, critico, aunque pienso que en eso soy bastante parcial. La subjetividad es propia de haber mamado tanto amor por el equipo. Relato a Plaza, entonces el gol del rival no lo grito, no lo siento, pero el de Plaza, hasta que me queda roja la garganta. Tenemos el eslogan de “en las buenas y en las malas”, porque estuvimos diez años en el ostracismo de la B, cuando no iba nadie. El plantel, más allá de que van cambiando los jugadores, sabe que nosotros estuvimos al pie del cañón cuando no teníamos ni chance. Y eso te lo valoran. Cuando salimos campeones en el Campeón del Siglo, había jugadores que nos decían: “Esto es de ustedes, también; si no fuera por ustedes, las familias de nosotros no se enteraban ni de cómo salíamos”. Entonces, vas evolucionando por ensayo y error. Me gusta escucharme para corregir, sobre todo eliminar latiguillos. Hay días que me digo que no estuve tan lúcido para relatar, y otros que no. Me pasó a la vuelta de la pandemia, que volvimos contra Cerro en el Tróccoli, y sentí que había perdido el ritmo.
¿Si mirás para adelante te ves haciendo lo mismo?
No soy de proyectar mucho. No pienso en qué voy a hacer dentro de cinco o diez años. Me gusta mucho más vivir el presente. O con proyectos a corto o mediano plazo. Relatar es de las cosas que más disfruto. De las que ni pienso cuánto me van a pagar o si me van a pagar, lo llevo muy adentro. El relato, mientras me lo permitan las condiciones y a la gente le guste, lo voy a seguir haciendo.