Ana Pereira nos recibe en su casa en la calle La Paz, esa que jamás está tranquila. El bullicio de un lunes en hora pico se detiene cuando aparece un vecino y nos invita a ingresar a la cooperativa de viviendas. Enseguida se presenta una de las primeras jugadoras de fútbol formal de nuestro país. Su figura esbelta da cuenta de que su actividad deportiva nunca cesó, y nos avisa que su felicidad siempre dependió del deporte. Su fútbol nació en Camino del Andaluz, las calles de Toledo la vieron jugar durante toda su infancia y adolescencia con su hermano y amigos, hasta que, ya casada y con un hijo de tres años, alojada en la ciudad, se metió de lleno a vivir su pasión. Su sueño era jugar en un equipo, pero “no sabía que existía el fútbol femenino”, nos explica.
Punto de partida
Un sábado cualquiera, de camino a la fábrica en la que trabajaba, pasó por la sede de Villa Teresa, en Nuevo París, y vio un cartel que definiría su futuro: “Hoy 19 horas fútbol femenino”, anunciaba, y pensó: “Esto lo tengo que ver”, pero su jornada laboral de 10.00 a 22.00 se lo impedía. “A las 17.00 me hice la enferma, me fui a casa y le conté al padre de mi hijo por qué lo había hecho, agarramos tres sillas y nos fuimos a la cancha”, explica, sabiendo que lo volvería a hacer. “Jugaban Amazonas y Nacional. Cuando las vi aluciné, estaban vestidas de fútbol, con medias y zapatos; me fascinó”, exclama.
Corría 1985 cuando un vecino que la había visto jugar en la playa le insistió con que se presentara en algún cuadro, porque por sus propios medios no lo hacía, por timidez. La suerte de encontrarse con aquel cartel se complementó perfectamente con la de vivir cerca de este señor, quien tomó cartas en el asunto y le comunicó su firme decisión de ir a hablar a Nacional para que jugara allí. Tras esa gestión del voluntario representante de Ana, se acercó a ella alguien de Nacional para consultarle en qué posición jugaba. “Yo no tenía posición. ‘Yo juego en el campito’, les dije, y como que mucha bolilla no me dieron”, por lo que “este señor no se quedó conforme y fue a hablar a Amazonas, nuevamente me consultaron qué posición tenía, al no saber la chica me dijo, firme: ‘¿querés jugar, sí o no?’. Mi esposo respondió por mí: ‘jugá, dale’”.
En ese momento se cumplió su sueño, un deseo que ni siquiera había podido formular, porque no conocía la existencia del fútbol de mujeres. “Me llevaron al vestuario, me dieron medias, zapatos, short; fue increíble”. En un deporte tan adjudicado a los varones, cualquier detalle normal es para las mujeres una conquista. Su posición inicial fue de zaguera –“te digo que corrí todo el partido”, recuerda–, luego fue para el medio, para “tratar de dar toques”, durante los dos años que estuvo en Amazonas. El equipo se disolvió y practicó un tiempo en Rentistas hasta toparse con el amor de su vida: Rampla Juniors.
Corazones de titán
Nos remontamos a 1996, cuando empieza a surgir el fútbol femenino en la Asociación Uruguaya de Fútbol. Rampla es uno de los pioneros y el más ganador. Ana se debe operar de la rodilla y además queda embarazada de su segunda hija. No pudo estar ese año: “fue un trauma, mal”, dice. El 97, le dio una hija en marzo y el regreso al fútbol en octubre.
Ana fue protagonista de los mejores momentos del fútbol picapiedra: un quinquenio. Recuerda con mucho amor y agradecimiento a Kegan, hincha número uno del rojiverde, quien apoyó a las mujeres desde siempre, con viáticos para el transporte para entrenamientos y partidos, para las canchas y para que ninguna faltara, pero lo que más les dio fue su aliento para que no dejaran de jugar, porque “todo se hacía con muchísimo esfuerzo”. En el caso de Ana, por ejemplo, se había vuelto a vivir a su pueblo e iba desde Suárez a entrenar a diario –se detiene para mencionar con la misma expresión de amor a Isabel Peña–: “Esa gente nos dio tremenda mano, sin su apoyo no hubiésemos podido hacer nada”.
Lo que fue fundamental fue la constancia de esas mujeres, que se metieron en un terreno nuevo a conquistarlo, a demostrar que era de ellas, a experimentarlo y compartirlo; esas futbolistas que tenían hijos, trabajos, y un sinfín de compromisos que la vida las obligaba a priorizar por sobre sus ganas de jugar al fútbol. Pero nada ni nadie las detuvo. Esas mujeres crearon el fútbol femenino uruguayo y les dejaron a las gurisas de hoy el mejor legado que te pueden dar: una pasión.
Del Cerro al mundo
En el 2000 tocó viajar a Perú para disputar la Sudamericana. “Fue maravilloso, una experiencia única. Nos faltaba el aire en la altura. Creo que ganamos un partido solo, pero nos quedamos con la satisfacción de haber ido, que fue demasiada; una vivencia única. Dejar a tu familia, como en mi caso a dos hijos chicos por 13 días, conllevó mucha ayuda, todo para jugar al fútbol”, sostiene. En 2002 formó parte de la selección uruguaya de fútbol femenino y disputó un torneo Sudamericano en Salta: “Perdimos por goleada, pero no nos desmotivamos”, afirma.
De 2002 a 2006 las rojiverdes ganaron un quinquenio, pero a pesar de este logro enorme, Ana se queda con el hecho de compartir. “No tengo mejor momento, porque todos esos años fueron lo mejor que viví: conocí a personas maravillosas y con eso me quedo”, insiste, sin querer destacar ningún resultado porque ya había cumplido su meta desde que se vistió de jugadora por primera vez. “La experiencia de salir y estar en equipo no te la quita nadie”, agrega. Sin embargo, su carrera no estuvo exenta de prejuicios, de los que destaca el asociar el ser jugadora de fútbol con el lesbianismo. “Me chocaba porque no daba conmigo, y me daba cuenta de que era jodido para las gurisas que sí lo eran; son opciones de vida que se eligen, nadie tiene derecho a juzgar”.
Y finaliza con los ojos llenitos de emoción: “El fútbol en mi vida ha sido un proceso precioso de aprendizaje, de compartir y conocer personas maravillosas, generar vínculos excelentes con compañeras de todos los equipos, con las que hasta el día de hoy nos comunicamos. Nunca pensé venir de Suárez, del medio de la nada, a formar parte de un equipo; fue mi sueño cumplido”.
Respirar fútbol
Antes de finalizar su carrera como jugadora hizo el curso de árbitra y trabajó diez años como asistente en ligas menores. También es técnica en atletismo, porque al deporte lo elige siempre. “Pero me equivoqué, tendría que haber hecho el curso de técnica de fútbol; si hubiera pensado que el fútbol femenino iba a resurgir, a salir adelante y a tener el apoyo merecido, lo hubiese hecho”, se lamenta. Terminó su carrera en Huracán del Paso de la Arena, pero su corazón se quedó en Rampla, y aunque supo hinchar por Peñarol, la rojiverde la conquistó y tiene el primer lugar en su corazón futbolero.
Sus hijos no siguieron sus pasos en lo deportivo, entonces alguien más tuvo que tomar la posta. “Mi nieta tiene tres años, yo sinceramente nunca le dije nada ni le mostré ninguna foto, ella agarra sola su pelotita chiquita y me dice para jugar al fútbol, dice que va a ser jugadora, yo me muero de amor, la voy a llevar a todas las canchas”. No puede ni quiere disimular su orgullo.
Mientras nos invita a conocer su caja de recuerdos –en la que guarda más de un centenar de fotos– aconseja hacer cualquier deporte, porque todos son importantes, pero hay uno que suele cambiar vidas. “Lo que más valoro de todo, y siempre me lo voy a llevar conmigo, son las personas que conocí. Cada persona debe hacer el deporte que le guste, porque son sueños a cumplir, pero el fútbol para mí fue tan especial que lo considero el deporte máximo”.