El Plácido Ellauri –en el Borro–, el Municipal, el Complejo de Viviendas Unidad Casavalle, el Unidad Misiones y el barrio Artigas –entre otros– conforman Casavalle. En la popular barriada el fútbol es moneda corriente. En las tardes el barro, el pasto y el cemento son canchas perfectas para los grupos de amigas, amigos, vecinas, vecinos, y para algunos que sólo se conocen de vista pero que igual comparten picaditos. Ahí, donde la pelota no para de rodar, pensar en el de al lado y generar ayuda comunitaria es fundamental para las familias.
De esto se encarga Tacurú desde 1981. El movimiento realiza actividades sociales y educativas en el contexto de la localidad con mayores índices de necesidades básicas insatisfechas. Es una organización salesiana de la iglesia católica que ofrece proyectos deportivos, laborales, pastorales y de formación en oficios. Define su labor como “tareas que nos interpelan y desafían de manera cotidiana en la transformación de las condiciones, tanto materiales como simbólicas, de la vida de niños, niñas, adolescentes y jóvenes”. Su trabajo se inscribe en un “escenario de pobreza crítica que compromete, desde hace ya mucho tiempo, el crecimiento humano de la persona y de su comunidad”.
El color del barrio
Al acercarnos al complejo donde está ubicado el centro Tacurú, los colores intensos de la edificación nos cautivan y alejan las nubes. En la puerta nos espera Fabiana Manzolillo, quien además de ser la entrenadora de Defensor Sporting femenino es la responsable del equipo de fútbol de mujeres de Tacurú, en convenio con el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, de donde es funcionaria, en el marco de su profesión de educadora social. Con su simpatía característica, Manzolillo nos invita a ingresar y accedemos a conocer en profundidad ese lugar tan importante para la zona.
Luego de la recepción pasamos por un salón amplio que nos lleva al patio, donde hay un sinfín de espacios de juegos rodeados por árboles, que se respetaron al momento de construir. Enseguida nos encontramos con salones de clase, donde se dictan programas de la Administración Nacional de Educación Pública y de UTU para terminar el ciclo básico. Antes del patio están el comedor y la cocina, donde además de ofrecer un merendero, también se dictan talleres. Hay lugar para todas las edades, porque en convenio con la Intendencia de Montevideo se realizan instancias de acompañamiento laboral.
De mañana funcionan los clubes de niños, de tarde los centros juveniles; las oportunidades abundan en este espacio. Cuando terminamos de conocer el interior de la institución nos alejamos hacia la cancha y nos perdemos entre las niñas de 12 a 18 años que llegan por las tardes a jugar al fútbol.
El juego para la vida
Los martes, jueves y viernes se reúne el equipo; es un formato escuela, por lo que la diferencia de edad no afecta y compite en ligas intercolegiales. El centro juvenil y el taller de fútbol generan que las niñas y los adolescentes se encuentren con todos los aspectos de lo que implica vincularse con los demás, la sociabilización, el compañerismo, llevarse bien, aceptar las diferencias, saber perder y ganar. De todo eso es responsable hace cinco años Manzolillo, junto con la educadora Federica Lombardero, quienes lo trabajan día a día en pequeños detalles. La entrenadora hace el mismo trabajo en el complejo Sacude, ubicado también en Casavalle, que depende de la intendencia. En ambos equipos trabaja con la misma modalidad: respeto, límites y buena comunicación. Considera que eso es clave para que el grupo funcione. “Soy muy cuidadosa en ese sentido, porque la idea es que además de jugar al fútbol aprendan valores más allá de saber parar una pelota, hacer un buen zigzag y convertir un gol. El deporte para nosotros es una herramienta educativa, y eso es lo esencial”, explica Manzolillo.
De las gurisas a la familia, de la familia a la comunidad
La tarea en los entrenamientos y durante los partidos es de las chicas, pero de trasfondo está el trabajo con las familias. Cuando una niña empieza a ir se le exige que la lleve y se presente el adulto responsable, y se evalúa la situación familiar, para darle continuidad a la labor de la trabajadora social y la psicóloga, que hacen visitas a los hogares. Tacurú es un espacio abierto al que si bien concurren jóvenes del barrio, si se acercan compañeros del liceo, por ejemplo, son bienvenidos. “Es un espacio donde pueden desarrollarse y sentirse cómodas, pertenecer, donde se divierten y tienen amigas; cuentan con apoyo escolar, y todo eso hace que no estén en la calle”, sostiene la entrenadora.
Mientras conversamos, Carla Sansonetti y Belén Viera guían a las jugadoras en la práctica. Ellas son jugadoras de Defensor Sporting que colaboran con el centro como ayudantes de Manzolillo, mostrando lo que han logrado con el fútbol. Para la directora técnica son “un ejemplo a seguir”. El grupo de Tacurú se renueva todo el tiempo; este año seis jugadoras que se iniciaron en él quedaron en la sub 19 del equipo violeta, luego de pasar la prueba del llamado a aspirantes. El barrio siempre fue futbolero, pero “quizás cinco años atrás el fútbol femenino no se conocía tanto”, comenta Manzolillo.
Los procesos
Una de las características principales de Manzolillo como directora técnica es respetar los procesos, para ella la preparación es todo. En el camino tiene que lidiar con el tema de la frustración: “A veces no quieren continuar por no lograr algo; lo importante es que les sea fructífero, por eso insisto con que todo es a su tiempo, y si no están preparadas para ir a probarse a otro lado les recomiendo que no vayan”, explica. “Además, jugar en la Asociación Uruguaya de Fútbol es cambiar la cabeza; acá si tienen un problema familiar ya no vienen, allá la responsabilidad es mayor”, agrega. En Tacurú la responsabilidad es social. Si faltan y no avisan se genera una reunión para ver qué sucedió, “para ayudar y tender redes; deben aprender la responsabilidad para lo laboral en un futuro, las preparamos para la vida”.
Año con la violeta
Con esa responsabilidad Manzolillo dirige en Defensor Sporting, aunque de manera más exigente, ya que su forma de trabajo es como si fueran profesionales. Por eso este año implementó cinco entrenamientos semanales, por lo que hubo jugadoras que tuvieron que dejar el equipo por sus estudios. Quedaron seis del año anterior, y el resto viene de Liverpool, Nacional y Colón. En principio están trabajando para acomodar el equipo, para que se conozcan, y luego se podrán plantear objetivos.
En ambos grupos lo principal es la responsabilidad, porque “si uno tiene un sueño no puede renunciar a eso; si bien el fútbol femenino todavía está en pañales, somos nosotras, las mujeres, quienes podemos transformarlo si queremos que cambie y nos reconozcan”, finaliza la maestra, que empezó a jugar al fútbol a los 24 años y nunca aflojó. Cuando hay perseverancia, trabajo, constancia y se lucha, los resultados vienen solos.
A Manzolillo las chicas la miran con admiración. Ese rato de juego y aprendizaje es algo que les quedará para siempre y que las mantiene vivas, a pesar de las batallas de cada una. El clima es de alegría, el compañerismo se nota, las niñas y los adolescentes son felices jugando al fútbol. Fabiana Manzolillo tiene una responsabilidad muy grande: enseñarles a levantarse cada vez que se caen. Es una de las grandes mujeres que inspiran a otras mujeres.