El Flaco Álvaro Fernández nació en Agraciada, en octubre de 1985. 34 años después la vida lo encuentra muy cerca de esa pieza del mundo y haciendo lo que hizo desde que supo mantenerse en pie: jugar al fútbol. En Plaza Colonia puede desarrollar lo más puro del juego, lo más curtido de los años, la fortuna de encontrarse con el botija que fue en la piel de otro. “Nuestra generación se quedó con la Copa América y el partido con Senegal, que si el Chengue [Richard Morales] metía ese cabezazo iba a ser un partido épico. Después en el 98 no fuimos, y en 2006 tampoco. En 2010 ya fuimos nosotros, increíble”, dice, y queda en suspenso. Así entra por un túnel de imágenes, o nos abre la ventana de un túnel al que parece incontenible volver cada tanto. Cuenta desde sus ojos lo que todos vimos, algunos como nunca, otros, claro, dirán “como antes”.
¿Cómo se viven estos tiempos de recordar aquella gesta?
Con 24 años no entré en consciencia de donde estaba. Si me toca con 32 años jugar un Mundial, me desmayo. Me pongo nervioso para jugar un Rampla-Progreso, un Plaza-Liverpool. Vas creciendo y vas teniendo más conciencia y más responsabilidades. De todas formas, sabíamos que si nos iba mal no nos iban a caer a los Flaco Fernández, les iban a caer a otros, a la Tota [Diego Lugano], a Diego [Forlán], al Loco [Sebastián Abreu].
¿Qué imagen tenés de cuando llegaron al estadio para jugar el primer partido?
Lo fuerte que es llegar al vestuario y ver las camisetas colgadas. Somos 23 que tuvimos la suerte de estar en el Mundial. Mirá que han pasado jugadores, buenos, buenísimos y tal vez mejores que los que estábamos ahí, pero nos tocó a nosotros. Da vértigo pensarlo, se te pasa la vida en un segundo. Yo estaba en la pieza con Mauri Victorino, y en la mesa con Palito [Álvaro Pereira], Fuci [Jorge Fucile] y el Nando [Fernando] Muslera. Me cambiaba al lado de Sebita Fernández y de Andrés Scotti, así quedábamos por los números. Filmábamos todo, no había tanto teléfono. Cuando llegamos al vestuario lo primero que queríamos hacer era salir a la cancha, aunque ya la habíamos reconocido el día anterior. No me olvido más de estar en el banco de suplentes y ver a mis compañeros de la selección uruguaya saliendo por el túnel con la bandera: es lo que soñás.
¿Hay dos reconocimientos de campo distintos, con gente y sin gente?
El reconocimiento es muy relativo porque estaba divino todo, pero después con la gente cambia. A mí me encanta jugar a estadio lleno. Y si sos contrario, mejor. Pero ahí era un estadio lleno y todo el mundo mirando. El mundo entero mirando ese partido. Pero no te da tiempo de pensar si tenés que salir o si tenés que entrar, que si el Ruso [Diego] Pérez sale yo entro, o que si la paro mal está todo el mundo mirando. Ahí aparece el fútbol, y en realidad ya no pensás en nada. Con los europeos no jugué con ninguno, con Francia no jugué, con Holanda no jugué y con Alemania no jugué. Debuté con Sudáfrica, entré con México, con Corea del Sur, y fui titular con Ghana. Capaz que es como se dio el torneo, pero capaz que había factores físicos. Los coreanos eran una locura. A los años, en Catar, me tocó de compañero de concentración un coreano con el que habíamos jugado en contra en el Mundial: Cho [Yong-hyung]. En Catar nos vinimos a cruzar y no nos entendíamos nada. A los días se arrimó a mostrarme una foto de él caminando con Forlán después del partido, llamé al traductor y nos pusimos a hablar.
¿Te sentías representado por la selección como hincha? ¿Cómo fue cambiando la relación con la gente?
Me pasaba, por ejemplo, con Gianni Guigou, con quien yo no tenía relación ni nada, pero conocía su historia de pueblo. Cuando estaba jugando sentía que estaba jugando yo, me hacía sentir parte. Me sentía representado. Yo entré en las Eliminatorias en la segunda rueda, y todavía pasaba que la Ámsterdam pedía al Cebolla [Cristian Rodríguez] y la Colombes, al Loco. Si el Loco hacía un gol la Ámsterdam no gritaba, hasta que un día hizo un gol y se señaló la camiseta como diciendo “esto es Uruguay”. Clasificamos, pero la gente todavía nos miraba de reojo. De hecho, cuando se sorteó el grupo se decía que en tres partidos volvíamos para atrás. Fueron partidos muy emotivos, el partido con Ghana fue algo que parece que estuviera escrito. Lo escribió alguien que nos quería hacer sufrir, pero el desahogo final fue tremendo. El partido con Corea fue un suplicio, nos metieron en un arco, y la lluvia y la emotividad. Nos llegaban por todos lados. A mí me encanta mirar partidos viejos y hace poco lo pasaron, nos tuvieron abajo del arco casi todo el partido. El de Ghana no lo había visto hasta ahora. Lo que pasaba acá en Uruguay era increíble. Decíamos: “Está divino estar acá, pero qué divino debe estar allá”, por haber estado como hinchas muchas veces. Nuestra generación se quedó con la Copa América y el partido con Senegal, que si el Chengue metía ese cabezazo iba a ser un partido épico. Después en el 98 no fuimos, y en 2006 tampoco. En 2010 ya fuimos nosotros, increíble.
¿Apostar a Kimberly como lugar de concentración fue como trasladar la energía del Complejo Celeste?
Lo de Kimberly fue un acierto. Un lugar súper tranquilo, un hotel que no era cinco estrellas y una ciudad chica, donde no se vivía la euforia del Mundial como en otros lugares. No sé si te sentías en un Mundial realmente. La gente fue muy amable con nosotros, espectacular. Después de que jugamos el último partido salió en la portada de un diario local: “Los nuestros pasaron”. Y “los nuestros” éramos nosotros. Trasladamos de alguna forma lo que pasa acá en el complejo. El último día la gente del hotel nos hizo una especie de cortejo con una canción que sonaba mucho, todos llorando, mozos, mozas, cocineros, regalándonos flores. No nos queríamos ir, y sólo habíamos estado 15 días. Fue hermoso. Me acuerdo de todo, de la pieza, hasta de los vidrios.
¿Será que también el futbolista empezó a cambiar a partir de Sudáfrica su propio rol en la sociedad?
Como jugadores de fútbol y personas públicas tenemos responsabilidades en la sociedad cuando suceden fechas, como por ejemplo el 20 de mayo. No hay que dejarlas pasar, no hay que ser indiferentes. Me extrañó, pensé que iba a haber muchos más jugadores manifestándose. Ese día tendríamos que estar todos de acuerdo. Es como la violencia de género, es un tema de todos. Pensá en las mujeres que están en sus casas encerradas con el enemigo. Ahora más que nunca las redes sociales funcionan de esa manera; si un jugador más joven ve que nosotros colgamos algo sobre los desaparecidos, empieza a involucrarse. Entonces, hay instancias en que hay que decir.