El huracán rojo, Alejandro Horowicz; El ocaso de la aristocracia rusa, de Douglas Smith; Las construcciones francesas del pasado, de Jaques Revel; La República batllista, de su propia autoría. Algunos de los libros con los que uno se puede tropezar al entrar a su apartamento. Cuenta el historiador que el día que se murió la leyenda (16 de julio, cosa ‘e mandinga) lloró frente a la televisión: “Sentí que se había muerto alguien muy importante en mi vida”. De cómo se elaboran los relatos, la construcción del mito positivo de Maracaná, la recuperación de la historia en las selecciones nacionales y de eso, de historia habla Gerardo Caetano, a 70 años del Maracanazo.
¿Qué significó para Uruguay y qué significó para Brasil el Maracanazo? Contame sobre la tesis que están trabajando en Grefu, aquello del fútbol como tragedia y consolidación de nación.
Andrés Morales, con mucho esfuerzo, empezó a trabajar con Grefu (Grupo de Estudios del Fútbol del Uruguay), que se involucra en redes internacionales de primerísimo nivel. Cuesta que la academia incorpore esos temas. Estudios similares han tenido un gran éxito en Brasil. Luego de estudiar las generaciones olímpicas de los años 20, Andrés se metió con Maracaná.
La investigación es muy buena porque contrasta los relatos de unos y de otros, contrasta ese conflicto cósmico que a menudo tiene el fútbol: del que gana y del que pierde. Cómo se elaboran las derrotas, los duelos, y cómo se elaboran las victorias, los orgullos. Lo que descubre es algo que se sabía, pero con muchos detalles agregados. Los derrotados en 1950 fueron los que más trabajaron sobre lo que sucedió, mientras que los uruguayos han trabajado muy poco sobre lo sucedido. Eso generó que a Maracaná, un episodio extraordinario (muchos países darían cualquier cosa por tener en sus alforjas ese hito), siempre se le buscó acá la quinta pata al gato. “Es un hecho que nos hizo mal”, dicen. Incomprensible.
¿Maracaná se volvió un mito positivo?
Los hechos dependen, en su inspiración, de cómo sean relatados, elaborados. Vos podés tener un momento notable en tu pasado, pero si lo narrás mal, y si lo elaborás mal, se convierte en una carga. Eso puede pasar en una derrota o en una victoria. El maestro [Óscar Washington] Tabárez ha sido muy sabio. Existió en la historia uruguaya la interrupción de una continuidad. Esa continuidad venía desde los orígenes del fútbol (las generaciones maravillosas de las primeras épocas del siglo), luego hubo una interrupción forzada por las guerras, llegó Maracaná y siguió hasta 1954. Muchos dicen que la selección del 54 fue la mejor, pero perdió. Hasta 1954 Uruguay estaba invicto en campeonatos del mundo. ¿En qué sentido se generó una interrupción de la continuidad? En que ganábamos “de pesado”, que teníamos una especie de beneficio de los dioses por la que nos poníamos la camiseta y ganábamos, y el fútbol así se destruyó. Si ves cómo jugaba la selección uruguaya en los 60, 70 y 80 te querés morir; jugaban a ganar a prepo a los demás (a los alemanes, a los belgas, a los argentinos, a los brasileros). Era absurdo. Y eso se asoció malamente con una visión global de Uruguay como un país que había tenido un pasado glorioso, pero que estaba en decadencia. Lo que hizo Tabárez fue recuperar la historia; el mito del pasado de oro es el mito más conservador que existe: si tu sueño hacia adelante es volver a ser, estás fundido. Pero si incorporás la historia y la elaborás bien, puede ser inspiración: en los lugares clave del Complejo Celeste Tabárez puso fotos de momentos fundacionales del fútbol uruguayo (la primera vuelta olímpica, el primer campeonato sudamericano), entonces, cuando van los pibes ‒que además van desde chiquitos‒ miran y recuperan la historia. La recuperan desde una visión crítica: miren cómo era la pelota, miren la panza que tenían, miren cómo entrenaban. Hoy es distinto, pero que nunca se olviden.
“Al fallecer un 16 de julio, Ghiggia cierra una novela demasiado perfecta, que parece una novela pero que es historia”, dijiste.
El día que se murió Ghiggia llegué a casa, puse el informativo y, claro, por la fecha empiezo a ver el gol, el relato de Solé atrás, pero nadie me había explicado nada. ¿Qué pasa? “Hoy murió Alcides Edgardo Ghiggia, el último de Maracaná”. Te juro: me puse a llorar. Sentí que se había muerto alguien muy importante en mi vida; yo jugaba de delantero, de chico siempre quise hacer el gol de Ghiggia. Ese gol irracional por el cual [Juan Ramón] Carrasco te saca del equipo, ahí tenés que hacer siempre el pase al medio, por mil razones. Pero si acertás es gol, y si ves los goles en el Mundial, Ghiggia lo hacía seguido: a España le hace uno idéntico. ¿Cómo te puede despertar una emoción tan grande? Él no era para nada carismático, pero era Aquiles, el de los pies ligeros, “el veloz puntero uruguayo”. Era un símbolo.
¿ En este país siempre se miró atrás más de lo necesario?
Se miró mal. Uruguay es un país de historia corta, un país joven con una sociedad extraordinariamente envejecida, curiosamente. Tenemos 200 años de historia; extrañamente un pequeño país por su población, no por su geografía, que en muchos aspectos tiene una historia con anclajes muy fuertes. Esta historia de una sociedad que desciende de aquellos que bajaron de los barcos, que no venían de Italia o España, venían de las aldeas. Llegaban acá y encontraban un país vacío, abierto al poblamiento, pero además una gran apertura para construir algo que no estaba construido. Una sociedad de inmigrantes es una sociedad de muchos colores, de muchas ganas; la gente porta en su alma lo que los gallegos llamaban “una morriña”, una muerte chiquita, el recuerdo, la nostalgia. Pero también, los lunes tienen que salir a construir una nueva vida. Eso se asoció de inmediato con dos ámbitos que fueron grandes constructores de mitos en el sentido positivo: la política y el fútbol. Un mito es una historia fabulada ‒no por mentirosa, sino por la forma de relatarla‒, con personajes elevados a la categoría de héroes, que expresa conflictos cósmicos (el bien, el mal, la victoria, la derrota, el futuro, el pasado) pero que porta, genera filosofía popular. El fútbol de los inicios, con Uruguay siendo campeón cuatro veces entre 1924 y 1950, se asoció también con una matriz política muy densa. En un continente de dictaduras, de caudillismos, de militarismos, acá se construyó una cultura política muy profunda. Ambas cosas fueron reelaboradas con complejidad, y se cometió el error inverso: estábamos demasiado referidos al pasado, pero luego –y todavía persiste entre nosotros‒ está la idea de que al futuro hay que construirlo contra el pasado. El pasado siempre es amarra, entonces no: carpe diem.
“El fútbol y la realidad del país suelen estar acompasadas”, dijiste, ¿qué sucede actualmente?
Ese es un cruce complejo. Las realidades del fútbol y de la política se construyen en función de relatos. Tiendo a tomar distancia con respecto a eso, porque cuando [Eleuterio] Fernández Huidobro, que era un gran narrador, dijo que la crisis uruguaya empezó aquella tarde lluviosa de Lausana, cuando después de haber empatado épicamente, Schiaffino, pudiendo meterla, pateó al arco y la pelota se detuvo en el barro a un centímetro de la línea. Después de eso, en 1955, se dispara la inflación, la crisis financiera, entre otras cosas. Luego, la cosa se complica. El fútbol no ha podido ser utilizado por ningún régimen ni por ningún gobierno, y cuando se lo quiso hacer no funcionó: la dictadura quiso usar el fútbol desde el primer momento, le fue mal, pero también cuando lo quisieron utilizar gobiernos blancos, colorados o el Frente [Amplio], no funcionó. La cronología hasta los 50 cruzaba bien. Este era un país optimista, fuerte, y de pronto, a mitad de los 50, se cae. Y precisamente en ese momento hay una interrupción de la continuidad de ese relato. Hoy no se puede decir que Uruguay era un país maravilloso hasta que en 1950 se quedó; Uruguay acaba de tener su mayor crecimiento económico ininterrumpido durante el período más extenso de su historia, 17 años, y a tasas en promedio mayores que otras. Entonces, esa asociación entre historia del fútbol e historia política-económica no funciona.
¿La construcción del Maracaná es montevideana o de todo el país?
Nosotros siempre decimos “el país”, y lo estamos mirando desde Montevideo. Hay una cosa muy linda –que la reconstruyó esta selección de Tabárez–: no todos los futbolistas son montevideanos, la mayoría son del interior. Entonces, la épica yo la he visto en el interior, donde hay cosas realmente asombrosas. Yo puedo sentir a dos cuadros: de chico al único que le gustaba al fútbol en mi casa era a mí (no me llevaban al estadio, lo escuchaba por radio). Eso fue en los años 60, ¿y de quién me voy a hacer hincha? De Peñarol, que lo ganó todo. En mi casa no había nadie de Peñarol, a mi hermano mayor le gustaba un poco el fútbol y era de Racing. Después, yo jugué en Defensor, y jugué en el Defensor de la gloria, con el profe [José Ricardo] de León: ¿cómo no voy a ser hincha de Defensor?
En el interior se dan cosas muy increíbles, ni qué hablar con la selección, pero también con Peñarol y Nacional. Que alguien en Artigas, o en Salto, o en Rivera, o en Soriano, sea hincha, me parece increíble. Tal vez no hayan visto nunca jugar al cuadro. Hay como una peregrinación en el interior; yo creo que desde el interior, cómo se vivió Maracaná es bien interesante. Yo siempre estimulo que se metan con el tema. He tenido alumnos de frontera, y riverenses me han contado que ese día, el 16 de julio, salió toda la ciudad a gritarles a la división con Livramento. “Estos tipos están locos”, pensás; Santana es más grande, conviven entre ellos. Una frontera –se sabe‒ es una cosa y otra cosa, pero también es un límite: los nacionalismos más duros son de frontera, necesitan diferenciarse. Entonces, un riverense, o alguien de Río Branco, lo debe haber vivido con una fuerza inusitada.