Los equipos se repitieron en las voces de la radio tras de mí. Una vez, otra vez, alguien preguntó por el capitán, luego vinieron los suplentes. Ni un eco, ni siquiera metafórico en el estadio con nombre de mujer. Ni un chiflido sobre los árbitros. Adentro, el griterío de los futbolistas intramuros anuncia que es tiempo. En la boca del túnel una nueva arenga. No hay aplausos para nadie. Tan solo el éxito desnudo de ganar. Los referees reclamaron justicia para Andrés, el minuto de silencio enmarcó, los encargados de la previa en el ocaso de su transmisión siguieron hablando, apagados por mamparas. No hubo apretones de mano ni abrazo de capitanes. Solo los puños de la nueva normalidad. El silbato fue una especie de alivio.

En el banco tapabocas y distancias. Mucho de lo que gritan los técnicos se queda en la mascara. Adentro piernas fuertes, ganas de fricción, de abrazar en el córner, de deformar el útil en un trancazo. Sin embargo, los acercamientos suponen vocales estiradas de los relatores, o ansias sociales de gol, más que verdaderos peligros para guardavallas. ¡Futbol, Danubio!, pidió un desaforado desde arriba de un árbol que supera por el jopo al muro. Así cayó la primera, que se fue riendo por un costado del arco de Gastón Olveira. River con otra asociación, más creativa, menos expeditiva que el local, aunque todo se apagó al borde del área. No sé qué tipo de acreditación tenía el veterano que gritó como un técnico todo el partido. Pero parecía la única compañía sonora para los desbordes por la tribuna de la tuna.

De una confusión surgió un penal. Las áreas apenas vulneradas. “Lo va a atajar Darío Denis”, dijo un relator partidario. Pero Nicolás Rodríguez con precisión marcó el primero. Lo que se sucedieron fueron las “o” estiradas de todas las radios, en todos los tonos. River entonces, envalentonado cerró el primer acto con dos claras para aumentar el score que, sin embargo, se mantuvo al alcance del empate hasta en insinuaciones tibias. En el empate, tras una carambola de billar que terminó en las piolas, eluden los abrazos por el protocolo, o por el apuro por seguir de largo, o por ambas, intuyo. La lluviecita nos encanutó contra las cabinas. ¿Somos el público? ¿O formatos registrales del acontecer del juego? Va parda. Una picada al borde del área, un centro sin dejarla caer, de primavera y una chilena de Matías Arezo son lo pictórico. Darío Denis entra en la paleta de colores y la manda al córner.

El partido se abre. La cancha se agiganta. Cada vez más desaforados entre los acreditados. Unos trepados a un techo agitan al técnico, que los mira de reojo. La tensión pasa la barrera sanitaria. Volvió el futbol. River puso el segundo con Arezo, mucho más que promesas. Danubio juega con la desesperación, River con la ventaja, ambos en pugna por volver de la mejor manera. Con el enlace ineludible de la tabla que empezó a forjarse cinco meses atrás. Entre La peste de Albert Camus y “Lo que le debo al futbol” del mismo autor, Santiago Paiva le erró a la pelota solo, adentro del área chica y con el arquero vencido. Los cinco de descuento fueron ataques desprolijos franjeados, por contragolpes furtivos darseneros, que derivaron en el definitivo tercer tanto, por Matías Alonso. River pisó fuerte y ganó 3-1.