Lo confieso: las biografías sobre personas que aún siguen desempeñando la tarea por la cual son conocidas me molestan. Caigo en un montón de tentaciones para apuntar con munición directa. Así me pasó cuando tuve este libro en las manos, hasta que, celoso, lo abrí y leí el comienzo del prólogo: “Si pones mi nombre en Google tal vez llegues a creer que puedes averiguar todo lo esencial sobre mí, tú y miles de personas. Allí, al fin y al cabo, te saldrá mi vida al instante. Pero no lo sabrás todo, ni mucho menos. Hay hechos que no han trascendido, episodios que me gustaría contextualizar, experiencias que necesito ordenar... Más que una necesidad es una ilusión: la de ver mi verdadera historia reflejada en un libro”. Eso: la ilusión. Entonces empecé a leer por una razón en la que ya creía antes: hay que estar del lado Andrés Iniesta de la vida.
Así que hágale caso al jugador. Si tiene ganas de mirar la barbaridad que jugó en el Barcelona, socio eterno de Xavi Hernández y lanzador en carrera a un tal Lionel Messi, mire videos; si, en cambio, quiere ver cómo lidió con una España que se fue haciendo grande a medida que transcurría el Mundial Sudáfrica 2010, con la frutilla de la torta que fue el gol que Iniesta hizo para levantar la copa más hermosa del mundo, también busque en Youtube o en redes sociales; incluso, si le da curiosidad saber qué está haciendo el volante en el fútbol de Japón vistiendo la del Vissel Kobe, tipee por ahí. Ahora, si su deseo es conocer al hombre más allá del fútbol, este es el libro.
A flor de piel
Que Iniesta jugaba al fútbol desde niño se puede presumir. Que sería chiquito y blanco, también. Lo curioso de la historia es saber que en Fuentealbilla, un recóndito lugar de Albacete donde viven menos de 2.000 personas, cuando Andrés era niño no había una cancha de fútbol para jugar. Sí: Iniesta arrancó su vida en el fútbol en un pueblo sin cancha. El lugar donde pasaba horas junto a otros niños detrás de la pelota era el patio del Polideportivo. La calle, por obvias razones, también fue un escenario de juego, no sin las luces del estadio pero sí con la pasión a la orden. El problema, cuenta Andrés, era cuando la pelota se iba a la casa de algún vecino y no volvía.
Saber cómo llegó Iniesta al Barcelona lo dejo para quienes compren el libro. Hay jugosas anécdotas. Lo que tengo para contarles, sin ánimo de spoilear pero sí agitando datos, es que el niño Andrés dudó de si ir a La Masía, el centro de entrenamiento de juveniles del Barcelona. Es más, no quería ir, tenía miedo de extrañar a la familia. Y más: la extrañó tanto que lloraba todo el tiempo y ni ganas de comer tenía. Un día le dijo al padre: “Un año lo aguanto. ¿Dos? No lo sé. Pero uno sí, papá”.
La transición de Iniesta de niño a hombre futbolista ocupa toda la primera parte de un libro que está dividido en dos. Cómo vivió el hombre las instancias decisivas de su vida deportiva, con los dos puntos altos de sus goles claves –en Stamford Bridge, cuando metió en la hora el gol para avanzar a la final eliminando al Chelsea; y el de Johannesburgo, cuando le dio el Mundial a España en el minuto 116– son de una riqueza llana, simple pero profunda, humana y a la vez genial. Insisto en lo de antes: compre el libro y goce a pleno todos los detalles que le estoy privando.
La segunda parte de La jugada de mi vida se parece al fútbol de Iniesta: él como él, él en relación con los otros, los otros diciéndole quién es a Iniesta. No son pocos quienes creen que una persona es lo que todo el resto piensa de él, entre los puntos que se tocan y los que no tanto. Puede ser, no lo tengo bien claro. Pero no deben ser muchas las personas que tengan algo malo para decir de un tipo bueno.
Y a los exitistas les digo: en 2009, tal vez en el momento previo al nivel más alto de su carrera, Iniesta se desmoronó. La depresión le comió la cabeza. Para colmo, murió Dani Jarque, su amigo, de muerte súbita jugando por el Espanyol. En caída libre, con ratos puntuales donde la lucidez le permitía identificar lo que le estaba pasando, Iniesta pidió ayuda. “Vi el abismo. Y fue entonces cuando le dije al doctor: no puedo más”. Como cuando se entrevera el circuito en la mitad de la cancha, como cuando te acosa, como cuando no sabés por dónde salir, Iniesta, el que siempre encontraba la forma para zafar de eso en la cancha, se dejó de metáforas en la vida y pidió ayuda, eso que hacen los valientes. Por eso vuelvo a lo de antes: hay que estar del lado Iniesta de la vida.