Cuando el escritor Miguel Méndez (1990) viaja para quedarse unos días en la capital, la mayoría de las veces gasta todas sus horas de visita a oscuras, con un pequeña luz sobre una mesa, metido en la Biblioteca Nacional en plena avenida 18 de Julio, hasta que alguien le dice que es hora de retirarse.
Nació en Montevideo y vivió su niñez en Salto, volvió para estudiar Comunicación a su lugar de origen y, desde 2015, reside en el norte del país. De lunes a viernes trabaja en el campo, arreando vacas, ovejas y haciendo todo lo que haga falta desde que se despierta a las cinco de la mañana, de sol a sol, en San Ramón, un establecimiento rural ubicado entre Salto y Artigas. De a ratos, en plena jornada laboral o en su descanso, tuitea con agudo humor sobre la agenda noticiosa con memes y referencias deportivas. Con sus gracias y la fascinación por las historias mínimas o laterales, escribió su primer libro, Beckham nunca conoció Durazno y otras historias insólitas del fútbol uruguayo (Editorial Tajante, 2019).
Sin embargo, para su segundo libro Miguel creyó necesario “darle la importancia que se merece a aquella época” –la que transcurrió desde 1987 hasta 1991, cuando los equipos de Defensor (que pasaría a llamarse Defensor Sporting en 1991), Danubio, Bella Vista y Progreso ganaron el Campeonato Uruguayo– y dejar a un lado el humor, para contar y revivir las historias de estos clubes y las de sus protagonistas, pero también para, mediante una minuciosa investigación y muchas entrevistas, acercar al lector al presente de aquellos futbolistas, a sus destinos, a sus decisiones, encuentros, descuentos, magias y fatalidades.
“No creo que vuelva a pasar una cosa así”, dice Miguel sobre ese momento inédito de nuestro fútbol, narrado en El quinquenio de los chicos (Tajante, 2021) con un tejido dramático tan humano como increíble, con jugadores a punto de retirarse que un técnico inexperto, por alguna razón, intuición tal vez, rescata del ostracismo; existencialistas como el Pompa Borges, habilidosos con poca pinta de futbolista como Elbio Hernández, o en la piel de personajes inverosímiles como Julio Ribas.
Desde Salto Capital, el escritor e investigador Miguel Méndez conversó con Garra.
¿Cómo te conectás con el fútbol?
No tengo recuerdos míos que no estén asociados al fútbol. Siempre miré partidos o los escuché por la radio. Vengo de una familia totalmente futbolera. Mi abuelo paterno fue presidente de Wanderers, a mi padre le encanta el fútbol, a mi tío también, mi hermano más grande está vinculado a Wanderers. Yo salí hincha de Peñarol, pero ese es otro asunto.
Antes de empezar a escribir libros, ¿llevabas anotaciones de cifras o datos del fútbol en algún cuaderno, recortabas noticias, algo así?
Mi abuelo tenía una colección de la revista El Gráfico que luego continuó mi padre, y esa la leía abundante de gurí. Cuando iba para afuera pasaba más tiempo encerrado leyendo esas revistas que en el campo. No tengo recuerdos de anotar cosas; eso fue un bichito que me picó mucho después: yo ni siquiera sabía que lo tenía. Fueron Mateo Aricorreta [de la editorial Tajante] y su hermano Tomás quienes me motivaron.
Cuando estudiaba Comunicación, tenía 22 años y había tenido una página web que se llamaba Falta uno, que hoy es un programa de radio, y ellos me dijeron: “Vos, que te gusta el fútbol y escribís muy bien, ¿no querés sumarte a un portal sobre fútbol que estamos armando?”. Eso era Aguanten che. Y ahí me enganché a escribir y me sigue gustando.
¿La idea de este nuevo libro fue tuya? Vos no eras nacido en la época de estas historias.
Sí, fue muy mía. En Aguanten che hice un par de notas sobre esa época, y fue un tema que me interesó más de lo pensaba antes de encararla. Prácticamente no la conocía. Eso en cuanto a las historias más profundas. En lo más superficial es un momento histórico que me llamó desde siempre la atención. Algo había pasado ahí que dejaron de ganar campeonatos uruguayos Nacional y Peñarol, y eso fue muy puntual; enseguida volvieron a ganar, no fue algo que cambió para siempre nuestro fútbol. Para nada.
Y cuando empezó este temita de los libros les dije a los muchachos de la editorial: “¿Qué les parece este tema?”. Les gustó y les di para adelante.
Una investigación como la que vos hiciste puede resultar un trabajo muy intenso. ¿Disfrutás de ese proceso?
La investigación es la parte que más me gusta. Por ahí estaba ocho horas en la biblioteca y salía con la cabeza explotada; estás buscando lo chico, lo específico, y además a mí me gustan mucho las historias mínimas, no sólo contar lo futbolístico. Para eso, tenía que aprovechar al máximo las horas que venía a Montevideo. Cuando venía cuatro días, los dedicaba exclusivamente a estar en la biblioteca. Igual es lo que más me entretiene, casi a nivel de pasar eso al papel.
De todo lo que encontraste en esta investigación, ¿qué material te resultó especialmente raro y oportuno para tu trabajo?
Hay una que encontré de rebote, con la ayuda de mi novia Valentina, que me acompañó algunos días en la biblioteca: la historia de Fernando Vilar. Yo soy un tipo curioso por naturaleza, abría un diario y lo hojeaba todo, pero cuando me quedaba poco tiempo, ese día sólo miraba los suplementos deportivos. Valentina encontró lo de Vilar en Policiales y me dijo: “Esto te puede interesar: un jugador de Bella Vista desaparecido”. Es terrible historia, con muchos ingredientes. No se sabe si fue secuestrado o no; tuvo una muerte muy prematura. No me esperaba para nada algo así.
Me gustaba mucho encontrarme con datos bien chicos, como “ah mirá, este jugador antes estaba en tal equipo”, y me volvía loco cuando encontraba a padres o familiares de jugadores actuales, como Óscar Guagliatta, que es el padre de Nicolás, que juega en Wanderers; Servando Vecino, de Defensor, que es el padre de Thiago Vecino.
De las entrevistas que hiciste para este libro, ¿cuál es la que más te gustó hacer?
El Pompa Borges es mi debilidad. Yo sabía de él, pero no tenía idea de cómo habían sido su vida y su carrera. Es un tipo muy agradable para escuchar, tiene una tonadita francesa y habla muy pausado. En cada frase te transmitía serenidad y reflexión. Seguro no fue comprendido en su época, y no sé si se sentirá comprendido ahora.
Es de esos tipos que siempre te dejan algo cuando hablan, igual que el Willy Gutiérrez; esa entrevista también me gustó mucho. Él me decía que su vida había sido increíble y contaba, por ejemplo, cuando jugó con Tato López en Bohemios, y a los dos años estaba con la selección de fútbol jugando una Copa América.
Después, en cada intercambio con Rómulo Martínez Chenlo se aprende un montón, y es un tipo que está siempre al servicio de quien lo precisa, y eso te facilita mucho el trabajo.
Otra que me gustó fue la de Carlos el Tierno de León. Es una catarata de anécdotas. Tenés que frenarlo porque si no, él te escribe un libro. Son esa gente que te ayuda entender cómo era el mundo del fútbol en ese momento en Uruguay.
Para hacer este libro, además de un repaso histórico de la historia de los clubes hasta llegar al campeonato, también te interesó saber en qué están hoy aquellos jugadores.
Claro. Lo que pasó después. Por ejemplo, en el caso de Johnny Miqueiro [Progreso] tal vez resulta mucho más rico de lo que podría contar sobre su etapa como futbolista (actualmente el exjugador es pastor en Guatemala). A él lo entrevisté por audios de Whatsapp y al principio me decía: “No quiero hablar más de fútbol. Es una etapa pasada”. Entonces le dije: “Bueno, hablemos de lo que hacés ahora”.
¿Qué te gusta leer?
De todo. No tengo un autor al que le siga la carrera. En una época me pasó con Eduardo Sacheri, y en otra estuve muy enroscado con Roberto Fontanarrosa; un autor al que siempre vuelvo es Horacio Quiroga. Me gusta mucho Mario Delgado Aparaín, tuve otro momento de novelas policiales, y siempre estoy leyendo algo de fútbol. Ahora estoy con un libro de la historia del club argentino Atlanta [Atlanta, una historia de valientes, de Federico Kotlar].
¿Encontraste algún factor común en estos equipos campeones?
Creo que no lo hay. En el libro yo resalto, por ejemplo, el compañerismo; los tipos después de entrenar se quedaban tomando mate y los sábados iban a ver los partidos de la B, pero yo qué sé si en el equipo que se fue a la B el compañerismo no era el mismo. O la unión dirigencial que había en Defensor; en Bella Vista el presidente hacía dos años que había asumido y al siguiente perdió. Traté de buscar las pequeñas cosas en común para intentar darle una explicación al fenómeno, porque siempre tenemos esa necesidad, pero creo que no hay una receta.
Una de las historias más increíbles que se cuentan en el libro es cómo llega Raúl Möller al puesto de director técnico de Defensor.
Claro. Uno de los lugares comunes del fútbol es que para que un equipo sea exitoso se necesita un proceso largo de trabajo. Todos los técnicos de estos equipos campeones habían asumido ese mismo año. Podemos buscar explicaciones, pero hay cosas que son mucho menos racionales de lo que nosotros queremos. Möller a fines del 86 jugaba al fútbol en la B, y a los dos meses fue director técnico por primera vez y sacó campeón a Defensor.
¿Ya estás imaginando otro libro?
Ideas en la cabeza tengo un montón. Por ejemplo, qué pasó en los 90, cuando la selección uruguaya apenas si ganó una Copa América.
Uno sobre el Peñarol del 92, podrías escribir.
Vos sabés que para mí acá nos falta contar o rememorar las historias de los equipos que no ganaron. Del fútbol uruguayo siempre se escribió sobre las glorias, y yo creo que lo más interesante no está ahí. Cuando busqué en el libro de Luciano Álvarez [Historia de Peñarol] lo que había del año 91, por ejemplo, no había casi nada; con el libro Andrés Reyes [Historia de Nacional] me pasó lo mismo. Como que se intenta enterrar a los equipos que no ganaron, y creo que hay mucho para rescatar de los grandes perdedores del fútbol.