Mucha lluvia, alguna que otra jugada clara –pero ni tanto–, fútbol con buenas intenciones pero pocas concreciones prácticas, dos expulsiones y un gran 0-0 fue todo lo que dejó el partido más importante del fútbol uruguayo.
1. Son lo que son
Lo que sucedió en la cancha se pareció al reflejo de lo que dicen los números del Torneo Clausura: Peñarol y Nacional hicieron un partido de media tabla. Y ahí quedaron, a la luz de los resultados. Nada nuevo bajo el sol. Llegaron ganando en la fecha pasada, pero no venían de buenas actuaciones.
Que jugaron un partido de media tabla –para abajo– no significa que no hayan pateado al arco. En la mediocridad hubo ciertos destellos. De hecho, los arqueros fueron obligados a buenas intervenciones, esporádicas, es cierto, pero muy buenas. Hay mérito en eso: no es fácil atajar frío (y mojado).
Sergio Rochet le ganó tres a David Terans, dos en el primer tiempo y una en el segundo. Buenos tiros del goleador aurinegro, pero todos neutralizados por la garantía que tiene el bolso bajo los tres palos.
Las que tuvo que atajar Kevin Dawson fueron dos, una por cada tiempo; la primera a Brian Ocampo, la segunda a Pablo García. Ninguno de los dos extremos pudo gritar gol. El rendimiento de Dawson hizo recordar el de sus mejores momentos carboneros.
2. ¿Y la pelota al 9?
Esas pocas chances que hubo en 90 y pico de minutos fueron, la mayoría, de contragolpes o transiciones rápidas de atrás hacia adelante. Las cosas que pasaron fueron cuando los equipos quedaron estirados después de tiros de esquina o tiros libres como centros. Así como digo una cosa te digo la otra, y si los equipos fueron compactos durante casi todo el partido es porque hubo mucho mérito defensivo. Eso sí les salió bien: cuidar atrás.
La parte olvidada de ambas planificaciones fue la de darles vida a los centrodelanteros. Tanto Peñarol como Nacional organizaron esquemas de juego por las bandas, pero del dicho al hecho hay un trecho, y las pelotas para Matías Britos y Gonzalo Bergessio fueron más bien piedras. En más de una ocasión tanto uno como otro bajaron o se abrieron hacia las puntas para recibirla. Querían, como poco, sentir que era redonda. Fueron eso: un querer (más que poder).
Para el recuerdo (en el olvido, seguramente) van a quedar algunos destellos individuales. La clase de Emiliano Martínez y de Facundo Torres brilla por sí sola. El volante central dejó rivales dos a la carrera con lujos incluidos, siempre mirando adelante con el pecho erguido. Hay clase ahí. El extremo aurinegro hizo buenos pie a pie que obligaron a marcarlo de a dos o de a tres, porque uno solo no pudo. Buenas perlas.
3. Cállese, señor
A los que gritan desde la tribuna, ¿qué les pasa?