El miércoles llegaron al puerto francés de Les Sables-d’Olonne los primeros competidores de la novena edición de la Vendée Globe, la vuelta al mundo en barco de vela en solitario. Tras 80 días de navegación intensa, pasando por los tres cabos míticos de la geografía terrestre: el Cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica, el Cabo Leeuwin, en Australia, y el Cabo de Hornos, en Chile, y luego de haber recorrido más de 45.000 kilómetros en los océanos Atlántico, Índico y Pacífico, las embarcaciones vuelven al punto de partida, ubicado en la costa oeste francesa. Los navegantes deben seguir reglas estrictas para completar la hazaña: estar solos a bordo de sus veleros y no realizar ninguna escala ni recibir ningún tipo de asistencia, tanto por parte de otros barcos como de sus equipos en tierra.
Esta prestigiosa carrera, conocida como el Everest de los mares, se disputa cada cuatro años y reúne a la flor y nata de los regatistas de alta mar. Fue creada en 1989 por el navegante francés Philippe Jeantot y desde entonces su popularidad no para de crecer, gracias a su justa mezcla de deporte, aventura y romanticismo. Hasta el momento todos los ganadores han sido franceses y no es casualidad, ya que en Francia la vela y la regata tienen un carácter masivo tanto en gente que la practica como en seguidores.
El 8 de noviembre de 2020, en un ambiente particular debido a las restricciones por la covid-19, 33 navegantes zarparon de Les Sables-d’Olonne. Lo que habitualmente es una fiesta masiva en los muelles se tradujo en un evento sin público y de cierta melancolía. Sin embargo, el confinamiento estimuló la participación en la versión virtual de la regata que se organiza en paralelo; por momentos el simulador superó el millón de participantes.
La presente edición fue la más reñida de la historia, con ocho competidores cruzando la meta durante las mismas 24 horas y sólo cuatro horas de diferencia entre el primero y el segundo. Charlie Dalin fue el más rápido en completar la vuelta al mundo –en 80 días, 6 horas y 15 minutos–, pero la ventaja no fue suficiente. Yannick Bestaven, el tercero en atravesar la línea de llegada –tras 80 días, 13 horas y 59 minutos–, ganó la carrera, ya que tenía a su favor una bonificación de 10 horas y 15 minutos. Esta había sido establecida por los comisarios de la competición para compensarlo por el tiempo perdido en el rescate de otro navegante cuyo barco se hundió en el océano Atlántico.
En algunos tramos del recorrido los veleros se encuentran a cientos de kilómetros de la costa y de cualquier otro barco, por lo cual, en caso de emergencia, sólo cuentan con el resto de competidores para asistirlos. Así fue el caso de Kevin Escoffier, cuyo barco se partió en dos tras ser sepultado por una ola a 1.100 kilómetros al suroeste de Sudáfrica. Escoffier apenas tuvo tiempo para lanzar la señal de alarma y subirse a la balsa salvavidas antes de que su barco se hundiera completamente. La organización de la carrera pidió a los tres navegantes más cercanos que modificaran su ruta para socorrer al náufrago. Yannick era uno de los tres navegantes que intentaron socorrer a Escoffier.
Tras una larga y angustiosa noche de búsqueda, el gran suspiro de alivio llegó por la mañana con la noticia de que Kevin fue encontrado por Jean Le Cam. Este rescate agranda aún más la legendaria figura de Le Cam, que completó su cuarta Vendée Globe con 62 años y es muy querido por el público gracias a su personalidad afable y un discurso sin pelos en la lengua.
Una curiosa coincidencia se esconde detrás de este salvamento. En la edición 2009, Jean Le Cam navegaba a 370 kilómetros del Cabo de Hornos cuando su barco se dio vuelta intempestivamente. Le Cam logró alertar a la organización antes de encerrarse en un compartimiento de la embarcación. Pasaron 15 largas horas en las gélidas aguas del Atlántico sur hasta que otro navegante, Vincent Riou, llegara para socorrer a su colega en zozobra. El barco utilizado por Riou aquella vez, llamado PBR, es el mismo que utilizó Escoffier en la actual edición, el mismo que reposa hoy en el fondo del océano Atlántico. La solidaridad es un principio fundamental de la filosofía del marino y estas dos anécdotas lo ilustran a la perfección.
Hace unos días descubrimos que el marino francés Christophe Auguin, ganador de la edición 96-97 de la Vendée Globe, vive en Uruguay. Auguin lleva una vida “de gaucho”, como él mismo la describe, en un campo de la Quebrada de los Cuervos que compró en 2005. Este intrépido marinero es el único navegante del mundo que ha conseguido ganar tres regatas de vuelta al mundo en solitario. A pesar de su palmarés, es un hombre próximo y sencillo que nos recibió con gran generosidad para una entrevista.
¿Cuál fue el itinerario que te llevó a competir y ganar regatas de la vuelta al mundo en solitario?
Navego desde que era un niño, de hecho nací cerca del mar. Hay que saber que la vela en Francia es accesible a prácticamente todas las clases sociales, lo que no ocurre en América Latina, donde es considerada un deporte de ricos, entre comillas, y resulta difícil democratizarlo, dar la posibilidad a niños de familias de escasos recursos de descubrir el mundo del mar y la navegación. Pero hay algunas iniciativas que comienzan, y creo que es un buen paso adelante. En la escuela como deporte yo tenía cursos de vela, y además navegaba por mi cuenta. Luego competí un poco en vela ligera y anduve bastante bien.
A los 16 años comencé a embarcarme en naves de regata más grandes, con las que corrí en Inglaterra, que en aquella época tenía el más alto nivel mundial. El campeonato del mundo de regata-crucero se organizaba todos los años en la Isla de Wight, en Cowes. Yo pasaba allí uno o dos meses del verano confrontándome a gente con un gran nivel y perdí muchas regatas como tripulante, porque antes de ganar regatas hay que aprender a perderlas.
Con 22 años compré un barco de cinco metros y medio con mi primer sueldo y comencé a prepararme para el mundial de esa clase, en el que quedé segundo. Gracias a este resultado positivo, un amigo que navegaba conmigo, que había creado una empresa informática y quería invertir en comunicación, me propuso financiarme para correr la regata de Le Figaro. Dije que sí, así me convertí en semiprofesional y tres años más tarde en profesional a tiempo completo. Corrí cuatro o cinco Figaros –gané una– antes de encarar mi primera vuelta al mundo con escalas, en 1990, el BOC Challenge, donde me fue bastante bien, ya que gané [ríe]. Mi patrocinador de ese momento me propuso competir en la Vendée Globe y yo puse la condición de poder correr nuevamente la BOC Challenge; aceptó y firmé un contrato para correr dos vueltas al mundo, y gané las dos.
¿Qué se siente al completar una vuelta al mundo, y qué se siente al hacerlo por delante de todos?
Para los que no conocen parece más intenso de lo que realmente es. Para uno es un oficio que aprendió a hacer y para el que está formado y entrenado. No es difícil dar una vuelta al mundo en solitario, si bien es cierto que puede ser peligroso y no se puede ir para cualquier lado. Lo que sí es complicado es ganar.
La parte de las reparaciones del barco es la más engorrosa. Cuando querés tener tu velero todo el tiempo al máximo de su potencial de velocidad, porque ese es el objetivo de un regatista, muchas cosas se rompen o desgastan y ocuparse de esas reparaciones continuamente es complicado.
A nivel humano, pasás varios meses aislado en tu barco, en absoluta libertad y sin contacto físico con otros seres humanos. Hace bien aislarse, es muy enriquecedor, aprendés muchas cosas de ti mismo y volvés más completo. Es una verdadera terapia hacer la Vendée Globe, tendría que ser obligatorio para todos [ríe]. Es un excelente trabajo sobre uno mismo, que encontramos también en los aislamientos de los pueblos guaraníes, por ejemplo, y de otras tribus originarias, en el budismo también e incluso en el catolicismo.
Luego, con la victoria viene la notoriedad; hace gracia la primera semana, pero luego se vuelve algo negativo. Te encontrás con muchos nuevos “amigos”, gente que no es necesariamente sincera pero en los salones queda bien decir que sos amigo de un campeón. Eso no me gusta mucho.
¿Cuál es el navegante de la última Vendée Globe que te genera más simpatía?
El que más me gusta es Jean Le Cam. Competí contra él y siempre fue muy bueno, incluso a los 20 años. Me gusta mucho, sobre todo por su franqueza. Cuando vemos cómo los pueblos son maltratados por los políticos, por los medios de comunicación, cómo nos mienten, escuchar hablar a Jean con esa franqueza me hace bien. Es un tipo limpio y claro, que adora el humor y bromea todo el tiempo, pero que a la vez propone reflexiones muy oportunas y valientes en temas importantes. Es alguien serio y un amigo fiel.
¿Por qué Uruguay?
Había ganado un poco de dinero con las regatas y en un momento me dije que los bancos son todos unos ladrones, o casi, y que prefería poner mis ahorros en un terreno. Me dirigía a Ushuaia, paré en Uruguay y le pedí a una amiga que me buscara un campo. Al poco tiempo me llevó a la Quebrada de los Cuervos, me enamoré del lugar y me quedé.
Me gustó el espacio y descubrí la cultura gaucha. Es diferente que en Francia, me siento mejor aquí, si bien siento que es más difícil organizarse de forma colectiva; en Francia hay más vida asociativa, compartida. Creo que es algo concreto del campo, me imagino que en Montevideo o en la costa es diferente. Lo curioso es que una vez instalado descubrí que mi vecino es uno de los mejores navegantes uruguayos, Alberto Demichelli, que ahora es un amigo. Es curioso que dos viejos lobos de mar se encuentren en el medio de la Quebrada de los Cuervos.
¿A qué te dedicás hoy en día?
Aprendí a vivir como un gaucho, a ocuparme de mi campo, si bien no soy campeón del mundo de gauchismo [ríe]. Este terreno es complicado, con sierra y monte; me ocupo de mantenerlo y de los animales. Al mismo tiempo estoy construyendo para proponer alojamientos en alquiler, porque en la zona no hay. Aquí no hay electricidad ni agua corriente, así que se trata de casas completamente autónomas. He podido aplicar mi experiencia en electricidad de barcos para crear los circuitos de 12 voltios alimentados con generadores eólicos y paneles solares.
Hasta hace poco organizaba travesías náuticas a vela a la Patagonia, el Cabo de Hornos y la Antártida, sobre todo para turistas europeos. Con el cierre de fronteras esta actividad está completamente parada, así que me estoy dedicando exclusivamente a mi proyecto en tierra firme.
Por ahora tenemos una cabaña en alquiler y las otras esperamos terminarlas antes de fin de año, el proyecto se llama Las Tacuaras Quebrada de los Cuervos y estamos en Airbnb, si alguien nos quiere visitar.