Adentro de una cancha de fútbol pueden suceder muchas cosas. Se puede jugar mientras afuera resuenan las balas de la Policía contra el pueblo, como hace unos días en Colombia. Puede haber una guerra mientras la pelota besa la red, como en Palestina. Y puede haber un manto de impunidad y cuerpos desaparecidos, como en Uruguay. Se juega como se vive. La cuestión es pertenecer o no pertenecer al recóndito lugar del Infierno de Dante, reservado para los que en tiempos de crisis eligen permanecer neutrales.
Pudo haber sido una casualidad que las dos instituciones que abrieron el Campeonato Uruguayo 2021 fueran fundadas por republicanos españoles. También pudo haber sido una casualidad que las dos eligieran manifestarse poniéndole causas al cuerpo y los colores. Progreso, de camiseta negra con la cara estampada sonriente del expresidente Tabaré Vázquez. Villa Española, con una Marcha del Silencio estampada en la remera. Además, ante la imposibilidad de disfrutar con su gente el regreso a Primera División, eligió sustituir esos enérgicos posibles gritos y cánticos por un mensaje claro y contundente desde el alambrado: Nunca Más.
Cuando a los botijas de los barrios les preguntan por qué juegan al fútbol, muchas veces responden que lo hacen porque les gusta, por su madre, porque dicen que quieren, jugando, ayudar a su familia. Que mantienen la ilusión de que la pelota haga del sueño carne y de la gloria, cuerpo. Esos botijas, que somos o fuimos los jugadores de Villa Española el sábado, mientras jugamos, mientras vivimos, llevamos en el pecho, en el cuerpo del club, en la camiseta, las imágenes de los cuerpos que no están, los que faltan, los que buscamos, los que exigimos que aparezcan.
Al terrorismo de Estado se lo repudia, se lo condena, se lo escupe, se lo tranca, se le pega, porque aún patalea y hasta tiene aspiraciones. Nuestro tiempo, que nos permite la dificultosa posibilidad de jugar al fútbol, también exige, como el de Familiares, el empeño puesto en la verdad.
El viejo Racing desde Sayago hizo lo propio: imposibilitado de poner el cuerpo en la cancha porque el campeonato de la B aún no empieza, se manifestó a través de las redes y desde su nueva directiva, con imágenes de jugadores, trabajadores e hinchas, junto a Amelia Sanjurjo, Victoria Grisonas, Óscar Tassino, María Claudia García, Líver Trinidad, Mónica Grinspón, Fernando Miranda, Nebio Melo Cuesta y Gustavo Goycochea, desaparecidos y desaparecidas por la dictadura.
En Argentina, comisiones de hinchas han logrado que sus clubes se pronuncien contra la impunidad y restituyan la condición de socios a quienes fueron desaparecidos durante la dictadura. También los jugadores han tenido una importante iniciativa dejando mensajes claros contra el perdón a exmilitares condenados por la Justicia. Los clubes uruguayos, año a año, y sobre todo gracias al empuje de los hinchas que en las canchas se pronuncian, se van sumando a la causa por Verdad, Memoria y Justicia.
En 2018, antes del Mundial de Rusia, un grupo de hinchas inició la campaña “Un gol contra la impunidad”, que logró la expulsión de Miguel Zuluaga, quien hasta ese momento era el encargado de seguridad de la selección uruguaya y estaba acusado de haber aplicado torturas en la última dictadura.
Actualmente, una nueva campaña busca expulsar del padrón social de Peñarol a los exmilitares José Gavazzo y Manuel Cordero, condenados por delitos de lesa humanidad. Esta campaña ha generado, incluso, que el presidente de la institución, Ignacio Ruglio, se manifieste de acuerdo con el impulso: “No quiero que criminales de lesa humanidad pertenezcan a nuestro padrón social”.
Cuán importante sería que todos los colectivos del fútbol uruguayo, hinchas, comisiones directivas, jugadores reunidos en el sindicato, alzaran la voz. Como los que antaño rompieron burbujas que, igual que ahora, se hacen o parece que son eternas. Porque siempre se juega como se vive, y si se vive en el medio de la impunidad no hay que dejarla ahí, porque ahí no está bien.
Santiago Amorín, futbolista de Villa Española.