En la costa de la bahía de Montevideo, a los pies del Cerro, practica actualmente el equipo femenino del cuadro villero. En los años 70 el fútbol era sólo cosa de varones. Silvia Arébalo se crio anhelando la libertad que tenía su hermano para jugar a la pelota. Corría detrás de él por todos lados, soñaba con pelotear sin recibir reproches ni rezongos.
Desde que tiene uso de razón se recuerda con la pelota en los pies, y ese afán de jugar con libertad existía, contra los estereotipos de género que eran la regla de la época.
En uno de los primeros cumpleaños de los que tiene recuerdos recibió una de las clásicas muñecas Rayito de Sol como obsequio. A diferencia de lo que se supone que pasaría –que la usara para jugar a las mamás, por ejemplo–, la niña separó el cuerpo de la cabeza y se hizo de una pelota.
Un lugar en el refugio de sus sueños
En su barrio había pelotas y los fulbitos callejeros nunca faltaban, pero las niñas tenían otros juegos establecidos para ellas. Si alguna se rebelaba y quería participar en los partidos barriales, era juzgada. La que jugaba a la pelota era una machona, y eso era algo malo.
La que más se esforzaba para que Silvia no jugara era su mamá, quien cada día trataba de convencerla de que no debía sentir ganas de practicar un deporte “de varones”. Deseaba que su hija dejara de pedirle permiso para ir a la calle con su hermano, pero no lograba apaciguar ni un poco las ganas que tenía de hacerlo. A medida que iba creciendo, cada vez anhelaba más ser futbolista, aunque sin saberlo, porque para ella no existía el fútbol femenino.
Una de las estrategias de su mamá fue cortarle el pelo repentinamente. “¿Te gusta jugar a la pelota? ¿Te gusta ser machona?”, le preguntó. “Vení, entonces”, le dijo. Y le cortó el pelo bien cortito. El nuevo aspecto que adquirió hizo que la empezaran a confundir con su hermano. Este terrible acto, que pretendía darle una lección, se convirtió en una oportunidad para la hija que quería ser jugadora. Un día estaba de paseo por la rambla con su padre y su hermano y comenzaron a jugar a la pelota. Cerca había un entrenador que les enseñaba a otros niños. Se acercó y le preguntó a su padre si el niño tenía equipo, porque quería incluirlo en el suyo. “¿Lo podés llevar a entrenar? Me gusta cómo juega, se nota que sabe”, dijo. Al irse del lugar, las palabras de su padre fueron: “Me dio vergüenza, Silvia, el señor pensó que eras un varón”.
Hoy, con 50 años, esa pequeña es adulta y luce el pelo largo. Su mamá suele sugerirle: “¿Por qué no te cortás el pelo, Silvita? Modernizate”, pero ella no quiere.
Resistir, persistir
Al tiempo, un día cualquiera estaba escuchando la radio junto a su papá. Ninguno estaba enterado de que existía el fútbol femenino. “Me hubiera encantado hacer el baby fútbol. Pensaba en hacerme pasar por varón y jugar, porque eran demasiadas las ganas que tenía”, cuenta. La casualidad, o el destino, la llevó a estar a esa hora y en ese lugar, pendiente de la emisora en la que avisaron que Huracán Buceo estaba buscando jugadoras para el equipo de mujeres. Para ese entonces la niña ya era adulta y seguía queriendo jugar. Quedó atónita al escuchar el anuncio en la radio. Su papá, ya sabiendo la respuesta y consultando sólo por inercia, le preguntó si quería ir y la acompañó. Así empezó Silvia a jugar al fútbol en un equipo, con más de 20 años.
Paradójicamente, luego de su paso por Huracán Buceo, sus padres fundaron Cerro Femenino. Conocían a Mortimer Valdez, el presidente de aquel entonces, y hablaron con él para proponerle formar un equipo de mujeres. En ese momento se enteraron de que existían el equipo femenino de Rampla Juniors, Amazonas y varios más con los que podían competir.
“Mi papá era el DT de Cerro y mi mamá, la delegada y presidenta del femenino de Cerro, que se encargaba de conseguir la ropa y todas esas cosas. Al principio fue bravo tener que entrarle, pero cuando vio que no podía conmigo nos aliamos y me apoyó en todo”, recuerda.
De líbero, de lateral izquierdo, de lateral derecho, de volante de creación, de nueve y de puntera izquierda –siempre siendo derecha, porque “la zurda sólo la uso para apoyar y subirme al ómnibus”–, defendió la camiseta de las villeras por varios años, hasta que el equipo se disolvió.
Cerro era un cuadro nuevo con muchas carencias, gestionado a pulmón, como sucede hasta el día de hoy. Sólo una vez lograron salir campeonas. Cada vez que jugaban contra Rampla perdían por goleada, por eso, cuando Cerro se disolvió, Silvia eligió jugar en el conjunto rival. “Pensé que capaz que tenía que ser suplente, pero quería ganar”. Rampla le abrió sus puertas y allí jugó cinco temporadas. Fue titular y con ese equipo ganaron cuatro campeonatos seguidos. “Lo disfrute al máximo. Tuvimos la oportunidad de jugar la Copa Libertadores en Perú y también fuimos a Brasil, donde participamos en otro torneo. Fueron experiencias inolvidables con Rampla”, cuenta.
La celeste como trofeo
También estuvo en Racing y Huracán de Paso de la Arena, pero su mejor momento fue cuando aún estaba en Cerro. Vivió la mayor alegría de su vida, algo que jamás había planeado, ni siquiera soñando. Tras su experiencia en todas las posiciones, excepto en el arco, la llamaron para que fuera parte de la primera selección uruguaya de fútbol femenino de la historia.
“Lo que sentí cuando dijeron que iba a formar parte de la primera selección fue único”.
En ese entonces, su papá como director técnico y delegado de Cerro concurría a todas las reuniones. A cada delegado se le comunicaba qué jugadoras estaban citadas de cada equipo. “Papá llegó y me dijo: ‘Negra, estás citada para la selección’. A mí nunca se me había pasado por la mente jugar a la pelota en un equipo y, de eso, pasé a vestir la celeste. No lo puedo explicar con palabras, fue el mejor momento con la pelota. Pasé de pensar que el fútbol femenino no existía a jugar en el estadio; cosas inimaginables. Lo que sentí cuando dijeron que iba a formar parte de la primera selección fue único. Nunca imaginé que me iban a llamar, porque éramos muchas”, rememora.
Empezó como puntera izquierda, para luego jugar de doble cinco, y esa oportunidad de vestir la celeste fue lo mejor que le pasó con su pasión. Su buen juego y su perseverancia fueron recompensados. Además, hizo historia en lo personal: el de Silvia fue el primer carné de una jugadora en la Asociación Uruguaya de Fútbol.
Este deporte es una parte fundamental en su vida y quiere practicarlo hasta que las piernas le digan basta. “No sé hacer otra cosa. Es un deporte que me apasiona, me dejó y me sigue dejando vivencias, experiencias y aprendizajes únicos, pero fundamentalmente gente que se convirtió en amiga”, sostiene. “Solamente la persona a quien le gusta sabe lo que sentimos quienes lo practicamos. Es algo difícil de explicar con palabras; puede ser amateur o profesional, pero se juega con la misma pasión”, agrega.
Hasta que las piernas digan basta
Silvia tiene un baúl con todos los recuerdos. Cada vez que lo abre se encuentra con penas y glorias, pero no se arrepiente de nada, elegiría volver a vivirlo siempre.
A los 32 años dejó de jugar tras quedar embarazada, pero no quiso desvincularse del todo y años después retomó con otra modalidad: el fútbol 5, que practica hasta el día de hoy. “Lo juego con la misma pasión”, sentencia.
“Sin lugar a dudas, merecemos más apoyo, aún nos resisten”.
Con el camino recorrido considera que su padre fue la pieza fundamental para vencer los obstáculos de los prejuicios y poder incorporarse a un equipo. Los mayores logros los tuvo con Rampla, aunque su corazón siempre estuvo con Cerro, el cuadro de sus amores.
Hoy, con 50 años, viste la del Casi C, un equipo con camiseta celeste y blanca a rayas, llamado así en honor a Cerro. “A Casi Cerro lo creamos en honor al equipo de mis amores”, confesó.
Esa chiquilina que no pudo disfrutar libremente de lo que le gustaba hasta su adultez les habla a las niñas de los equipos de baby actuales y les dice que no paren, que ningún perjuicio les impida hacer lo que les gusta, que no se priven de vivir su pasión.
“Que sigan sus sueños. Si es esto lo que añoran y es lo que les gusta, como nos pasó alguna vez a nosotras, no hay barreras. Es un deporte que no cuestiona el género. Podemos practicarlo tanto mujeres como varones, y nosotras lo dejamos más que demostrado. Lo principal es disfrutar y divertirse”, considera, a pesar de que al fútbol femenino uruguayo todavía no le han dado el espacio que merece. “Sin comparar a Uruguay con otros países, porque ahí sí se nota la diferencia: ha crecido, pero no lo suficiente. Desde que nosotras empezamos ya pasaron 25 años y, si bien hubo avances, no alcanza. Las mujeres merecemos un avance real. Todavía estamos en la lucha por lograr más apoyo”, opina.
“Por supuesto que cambió, no lo niego –ahora las niñas pueden jugar en equipos–, pero ya pasaron 25 años desde que nosotras nos fichamos, y antes de nosotras hubo otras. Entonces, sin lugar a dudas, merecemos más apoyo, aún nos resisten”.