Cuando el primer silbato suene el sábado 28 de agosto, habrá comenzado la Copa Nacional de Clubes, variación evolutiva del Campeonato de Clubes Campeones que se concibió en 1965. Será el retorno de la competencia interdepartamental de mayores sujeta a la Organización del Fútbol del Interior (OFI).
Con el inicio de las divisionales A y B se clausurará un período inolvidable, por tétrico, para la masa de 800 clubes comprendidos en 99,7% del territorio de Uruguay: desde el funesto 13 de marzo de 2020 se bosquejó una crisis productora de irreparables consecuencias.
La irrupción del coronavirus en Uruguay forzó a detener toda la actividad corriente y futura. Aún con el presuroso diseño de protocolos sanitarios para el desarrollo de la práctica deportiva institucional, el fútbol del interior se sumió en la pasividad. No por escasez de voluntad, sino por una indefectible condición propia: prevalece si vende entradas. No hay alternativas. A nivel nacional, el contrato televisivo preexistente obligó a darle continuidad a la edición 2020 de la Copa de Selecciones en sus fases finales; fue sin público y como un ensayo aislado de la realidad imperante. Antes y después, el entramado deportivo más amplio del país cerró sus puertas. Pese a tímidos esbozos en puntuales rincones, todo se paró, sin potenciales réplicas ni gritos oídos.
No tiene arreglo
La vuelta no implica el absoluto restablecimiento del estado prepandémico para OFI y sus 63 ligas semiautónomas. En el marco de una perspectiva tan estricta y desesperanzada como realista y procesada, resulta evidente que no hay recuperación a la vista. Es por las secuelas, sí, pero estas pueden ser objeto de revisión, desarrollo y, a mediano o largo plazo, erradicación.
El asunto es, vistas las cartas, el daño específico que se generó en más de 15 meses de detención plena. No parece alcanzable cuantificar las derivaciones físicas, mentales, culturales y sociales devenidas de un tramo que situó un mojón eterno para una comunidad constituida por más de 120.000 deportistas amateur y sus entornos.
En el interior, la actividad futbolística halla sus cimientos en las relaciones socioafectivas, poseedoras de valor inherente a sí mismas –claro está–, pero exacerbadas por la naturaleza del deporte, y constituyentes, en conjunto con el placer motivado por el simple juego, de las causas por las que este persiste organizado fuera de Montevideo.
El fútbol del interior no se murió porque lo sostuvo la gente, y porque la gente se va a encargar de hacerlo eterno. Las comunidades tomaron para sí el angustiante desafío de armar trozo por trozo la construcción colectiva que la pandemia desbarató.
El rol de sustitución cuasi permanente del Estado se enalteció ante la urgencia, pero su ausencia accionó al entramado del pueblo. Las iniciativas populares se radicaron en sedes y canchas para enarbolar acciones de contención hacia los sectores más vulnerables de la sociedad.
Hubo ollas populares, recolección de alimentos, campañas de abrigo, asistencia académica. Las connotaciones románticas son ineludibles, pero la sensibilidad también conduce a la asunción de un escenario desolador, sustentado en la actualidad general imponderable y acentuado por una estructura que ignora. Nunca le dieron pelota al fútbol del interior, pero la omisión ante la urgencia torna elocuente el menosprecio sobre el fenómeno social más extenso y diverso del Uruguay deportivo.
Para probar
“Sin público NI SOÑAR” [sic]. Así comienza un informe que presentó Mario Cheppi, presidente de OFI, ante el Consejo Ejecutivo en la sesión del 9 de junio. La afirmación daba cuenta del estado de situación de las ligas en concreto y planteaba, líneas después, la necesidad de “trabajar desde ya con AUF y Senade en pro del protocolo aprobado”.
La masividad de la crisis aunó a múltiples instituciones de los más disímiles sitios del país y propició hablar de un problema común: la incapacidad económica de afrontar las deudas acumuladas. La OFI procuró una asistencia a los clubes que subsanara parcialmente los más gruesos inconvenientes en pos de mitigar los efectos del cese indefinido de sus actividades.
La apuesta se encaminó a través de la Secretaría Nacional del Deporte (Senade), que solicitó en abril un documento de reporte a propósito de la condición financiera de los componentes de cada una de las ligas; se estimó, tras el rastreo, que las deudas con OSE, UTE, Antel y otros organismos estatales ascendían a unos 350.000 dólares. Días después, el 28 de abril, OFI emitió un comunicado de carácter urgente mediante el que requirió a sus clubes determinada información (localidad, departamento, domicilio constituido) a los efectos de remitirla a la Senade, “quien realizará gestiones por posibles exoneraciones ante UTE y OSE”, según consignaba la entidad máxima del fútbol del interior. El plazo para la presentación de los datos vencía el 30 de abril.
A tres meses y medio, la realidad persiste inalterada. No hubo exoneraciones por parte del Estado hacia su más vasta red deportiva. Con las tarifas comerciales de luz y agua a cuestas, el trajín desgasta y apremia. Las negociaciones para desprenderse del costo del cargo fijo no se efectivizan, la celeridad no aparece y los compromisos económicos incumplidos se aglomeran en una mochila difícil de soportar.
Además, los clubes acumulan deudas con las ligas y estas –usualmente las más pequeñas–, por consiguiente, las amontonan con OFI, que mantuvo una relativa estabilidad financiera gracias un imprescindible recorte en el presupuesto interno: múltiples funcionarios fueron enviados a seguro de paro y las reuniones del Ejecutivo se habituaron a la modalidad virtual durante varios meses, reduciendo los gastos considerablemente.
Las reuniones de planificación con representantes de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto y la Secretaría de Presidencia no arrojaron apoyos tangibles que excedieran a la coordinación para el protocolar retorno del público a las canchas, un rubro de obligado abordaje por parte de todos los comparecientes, alevosamente propio de sus responsabilidades correspondientes, pero subordinado, probablemente, al interés gubernamental por la instrumentación de los mecanismos que posibilitarán la reapertura de las puertas de los escenarios profesionales, con los ojos en las finales de Conmebol, que serán en noviembre.
El interior puede ser una experiencia, un banco de pruebas. Así lo perciben. No es una afirmación subjetiva: es lo que se desprende de las declaraciones públicas y no tan públicas de los jerarcas nacionales. Primero eso, después todo lo del valor social, microeconómico y físico de la actividad unánime de 99,7% del país. Los mensajes no son colateralidades, el centralismo es la estructura.
Centralismo amigable
Los problemas de índole económica no son una novedad para las instituciones que abarcan las fichas de más de 30.000 menores de 18 años y organizan unos 10.000 partidos de juveniles por año.
La situación de endeudamiento es generalizada y trasciende el período de pandemia, más allá de que, lógicamente, tuvo en él un factor de pronunciado e histórico impacto. La actualidad podría ser suficiente para evidenciar las férreas dificultades que acechan sin tregua a un fútbol amateur y para deconstruir una estructura compleja por tamaño y cualidades.
Cada tanto, las exageraciones que la naturaleza de los hechos nos propone son capaces de derivar, al final del día, en un esclarecimiento que acabe en progreso. Capaz que hay que tocar fondo para que alguien le tire una cuerda a un fenómeno popular único en todo el país.
Tras años de advertencias, señales, hormigas y elefantes, nunca fue tan palpable que, dadas estas condiciones, no hay modo de que el fútbol del interior se asiente en una zona de seguridad. La caminata es todo el día, todos los días, por una cuerda fina. Desde los extremos la van tensando jugadores, entrenadores, hinchas y dirigentes, con la salvedad de que lo usual es que varios individuos ocupen todos esos roles al mismo tiempo.
En los márgenes de lo posible y sin fijar esfuerzos en quimeras, los distintos actores internos tienen mucho que idear, coordinar y edificar. Siempre se puede hacer algo. Con escarbadientes, la lucha diaria es causa y efecto; es ella la que ha prolongado el legado y erigido los instantes más prósperos que en cada pueblo han sembrado recuerdos que se cosechan como identidad, sentido de pertenencia, orgullo de ser.
Los minuanos, fraybentinos, vergarenses, duraznenses, artiguenses e isabelinos seguimos estando porque así lo estableció la historia, lo legamos de nuestros mayores y lo abrazamos en nuestras rutas. Eso sí: pararse frente a un país por defecto centralista es someterse a una injusticia perpetua, y no es posible que un fútbol amateur, por más popular que sea, exceda las lógicas de una estructura así concebida.
Por eso, un día sí y otro también, la brega es por la producción de conciencia en quienes ignoran y deciden.
Situar el asunto en la agenda parece utópico. El consuelo es que en lo reciente, en los medios masivos y hegemónicos de comunicación, se ha mencionado recurrentemente el fútbol del interior. De repente es de pasada, porque se convirtió en instancia previa a la apertura pública del profesionalismo “uruguayo”, pero por lo menos se acordaron. Estamos un poco más cerca. O no...
El día
El momento “que hagan lo que quieran” ya está entre nosotros.
El parcial y brevemente sano olvido se disparará el 28 de agosto.
La Copa va a arrancar en una coyuntura absolutamente copada por la ilusión, el deseo y la incertidumbre.
Precipitar pronósticos sería irresponsable ante tan poca certeza. Entre A y B, asoman 34 partidos para el primer fin de semana: los habrá en Rivera, Fray Bentos, Paysandú, Salto, Mercedes, Carmelo, Colonia del Sacramento, Nueva Helvecia, Colonia Valdense, Dolores, Trinidad, Durazno, Sarandí del Yi, San José, Libertad, Florida, Canelones, Juanicó, San Jacinto, Minas, José Pedro Varela, Maldonado, Piriápolis, Pan de Azúcar, San Carlos, Treinta y Tres, Rocha y Melo. 28 ciudades y pueblos para juegos en los que estarán representados 42 comunidades. Todo en dos días. El fútbol del interior es eso y mucho, muchísimo más, porque todavía faltan las ligas.
Por lo pronto, el foco se emplaza en pasar por la sede, arrimarse al vestuario, doblar dedos, ajustar alambres, oler humo y enfriar pies. Hay que alentar al club del barrio. Al amigo, al vecino, al hermano, al primo, al tío, al padre. Como siempre, más que nunca.