No sé qué nos daría si hiciéramos el ejercicio contrafáctico de suponer que Mauricio Larriera hubiese dejado de ser el técnico de Peñarol después de haber dirigido ocho partidos tras el empate en febrero en Melo por el Clausura 2020; a fines de marzo, cuando terminó el Clausura y Peñarol no entró en la Libertadores, después de apenas tres meses de trabajo; a principios de abril, cuando terminó empatando su primer partido por la Copa Sudamericana ante los arachanes, o hace no más de un mes, cuando perdió el clásico del Apertura 2021 en el Parque Central.

Pero sí sé que el técnico floridense no hubiese recibido ninguno de los merecidos elogios de las últimas horas por su triunfo en Lima por la Sudamericana, y nos hubiésemos perdido la oportunidad de reconocer masivamente la capacidad de trabajo, la idoneidad para conformar un colectivo, y su soporte para potenciar destaques individuales.

El hincha, el periodista, el dirigente, el futbolista, el técnico. A lo largo de los años todos han tenido una definición de su ser, más o menos acotada, a lo que una ficta descripción de tareas y funciones daría a estos roles. En algún momento, la opinión, la posición y la crítica de periodistas o sectores periodísticos han puesto en cuestión la idoneidad de algunos deportistas. Esto encontraba rápida retroalimentación en los sectores públicos, hinchas y demás, y parecía que acorralaba a dirigentes a tomar medidas.

Searching

Cualquier motor de búsqueda podrá encontrar a lo largo de estos siete meses, que son los que ha estado Mauricio Larriera en Peñarol, por lo menos tres instancias de intento de cese sumarísimo por resultados de partidos. De tal intensidad fueron las señales que en una de ellas, después del clásico en el Parque Central, el propio Larriera entendió que una de las cosas por las que su presidente, Ignacio Ruglio, iba a su casa era porque lo podía cesar.

Los ceses destemplados, las renuncias obligadas, en casi ningún caso obedecen a evaluaciones de lo proyectado, a disconformidades con el rumbo conceptual del trabajo, sino que son por pelotas en los palos, pifiadas, pérdidas de marca en un córner, barreras que no tapan, goleros que no llegan, penales no cobrados.

Y eso no está bien.

Cuando Pablo Bengoechea y Gabriel Cedrés eligieron al entrenador lo hicieron con el convencimiento de que podría hacer un buen trabajo si era sostenido por un tiempo razonable. Entró recién en su octavo mes, y más allá de los resultados, que son los eyectores de los actuales elogios, y de las cercanas descalificaciones, hay un modelo de labor, una composición de ideas realizables y a realizar, un esquema global de propuesta de juego y un ensamble en progresión del colectivo, que tácitamente debería cimentar la línea de trabajo de Larriera y su equipo. Así, cada partido, cada etapa, cada campeonato, con la convicción de que el trabajo, la organización, la búsqueda de ideas, los colectivos que se permiten soñar son los que quedan, más allá de la posición en la tabla, o la capciosa calificación de su estilo.

Desde el afianzamiento de la revolución digital y los enormes desarrollos de los medios sociales, los temas, las denostaciones, las promociones, de jugadores o técnicos, el gusto o disgusto por sus estilos de juego, las valoraciones por sus compromisos con el club, ya no precisan el enorme envión de la prensa y el fogoneo es liso y directo por Twitter, por Instagram, por Facebook y, claro está, finalmente por las voces de la tribuna. ¡Ay ay ay!, las redes sociales, convertidas en medios de comunicación pero sin serlo. Hay desvíos con algunos medios legitimando lo que dicen las redes sociales, sabiendo que lo que diga Instagram, Twitter o Facebook puede no haber pasado por el más mínimo protocolo periodístico. Falsas noticias, mentiras, medias verdades en contextos distorsionados que pueden tener fuerza, o no, en smartphones y tablets se convierten en jueces virtuales que destituyen técnicos, que sacan jugadores.

Sosteniendo la pared

Aunque parezca simple, no es fácil soportar los embates dirigidos por intereses o por gustos de sabiondos. Larriera, igual que Alejandro Cappuccio en Nacional, se ha centrado en su rol y trabajo de conductor técnico y ha debido lidiar con los constructores de opinión pública y sus controles remotos de “sensaciones térmicas”.

Hay que parar con los doctores del fútbol por Instagram o Twitter, con las tribunas virtuales sumariando deportistas, con la naturalización del resultadismo en los representantes de la masa societaria, y sobre todo parar la subversión de valores de los roles que cada uno de nosotros ocupamos en torno al fútbol.

No sabemos qué resultaría del ejercicio contrafáctico de que hubiesen cesado a Larriera.

Sabemos que el entrenador ha podido, junto a su equipo, desarrollar un buen nivel de juego que ha permitido actuaciones como la de Lima, y que lo ha colocado cerca de la definición de la Sudamericana.