Entrar a un estadio para un partido de la Copa Nacional de Clubes o de cualquier liga local del país es un ritual de intermitencias. Las interrupciones se suceden azarosamente en el camino. No pesan estructuras, geografías ni protocolos. Es indefectible: rumbo o dentro del predio en cuestión, un conocido se cruzará. La constante no asume excepciones.
El añadido circunstancial es el de las formas y los grados del sentir. En nuestras ciudades, pueblos, localidades y villas nos encontramos con frecuencia, pero verse en una cancha de fútbol es otra historia. Se disparan reseñas indistintas. Entre sábado y domingo, hubo encuentros multiformes en todos lados. Enmarcado en tal paisaje, todo lo demás.
Llegar
Lavalleja es el último campeón del interior. Su historia con la Copa Nacional es un viaje entre la esperanza, el roce, la intrascendencia, la ausencia, el desamor y la gloria. En ese orden. La derrota en la final de 1979 frente al 18 de Julio salteño sentó un hito para el fútbol minuano, que jamás había tenido un representante en la última instancia uruguaya. El vínculo albirrojo con el trofeo se reseteó en 2015, cuando la invitación a participar en la Divisional B por cumplir 100 años propulsó el protagonismo sostenido hasta estos tiempos. Eliminaciones insólitas, decepciones, agonías. Su andar competitivo se consagró con el ascenso a la A, costosa realización previa a un año de mantenimiento y otro de historia grande. En 2019, Mario Amorín, Germán Fernández y Jonathan Pérez firmaron tantos perpetuados en el libro de hechos deportivos y serranos. Triunfo sobre Universitario de Salto y campeonato del país.
La pandemia forzó a generar un protocolo y este, a variar la operativa de compra y venta de entradas, que ya no es en las canchas en la previa inmediata al partido de ocasión. Los clubes determinan puntos de adquisición y atienden la demanda popular hasta horas antes del juego. El de Lavalleja se dispuso en su sede social.
La experiencia de arribar seis minutos antes del cierre de la venta incluye la vista de tickets recortados, listas largas tintadas, lapiceras y rezagados. Uno expone su cédula, presenta su certificado de vacunación, paga 200 pesos y es parte de la vuelta del fenómeno popular más amplio y diverso de toda la nación. El entorno se hace temático; el coloquio barrial, uniforme. “Juega Lavalleja hoy”, dice un adolescente que encima la vereda al comando de una bicicleta en compañía de otro que demanda porqués de la microaglomeración. Necesitábamos volver a hacernos preguntas sin tanto sentido.
Jugar
Los campeonatos de Minas y Melo no existieron en 2020. Ni ellos ni la Copa Nacional de Clubes, claro. La pandemia paró todo y la actividad de Lavalleja y Boca se atoró sin más. Con las ligas locales versión 2021 en sus albores (ni el Minuano ni el Ciudad de Melo han largado), había mucho de utopía en imaginar una muestra brillante de habilidad deportiva. El partido se erigió sobre la base de la imprecisión natural. Los partidos de copa suelen enmarcarse en lo reñido; si es un debut un año y meses varios después, al menos tripliquemos.
La travesía de Boca por la primera divisional de Uruguay se entabló en setiembre de 2019. Carlos Fernández marcó en el último tris de una tarde de sol en el Anselmo Meirana de Piriápolis y catapultó al septuagenario cuadro arachán a la Copa A. Enseguida perdió la semifinal contra el Barrio Olímpico minuano, pero lo central estaba armado. Dos años después, paró en el estadio a las 16.02, se vistió, calentó y jugó.
El cruce fue parejo desde el pie. A Lavalleja le costó hacer fluir la circulación de la bola, un rasgo que lo distinguió positivamente durante el torneo que ganó en 2019. Sin brillo mas con aplomo, el xeneize se plantó e incomodó a los tordos. Los controló. El quiebre lo produjo Marcelo Martínez, velocísimo ofensivo serrano que hizo nexo con Germán Fernández (vieja fórmula clubista y de selección) por el carril central, remató, cazó el rebote del experiente Diego Pérez y definió sobre el área. Iban 16 minutos y lo ganaba el campeón.
Un partido de fútbol entreverado entre minuanos y arachanes, un atardecer gélido y vistoso en el Juan Antonio Lavalleja, Heber Maeso y Andrés Berrueta fajándose toda la tarde. Podría ser cualquier día de los últimos 20 años. Maeso, duro capitán melense de 41 años, histórico central de las selecciones de Cerro Largo; Berrueta, mítico delantero serrano de 39 años, autor de un agónico tanto que hizo campeón al combinado lavallejino en la final uruguaya de 2009, en Artigas, con un tiro libre a los 94’.
Se saludaron previo al partido que los dispuso en duelos permanentes, como en sinfín de cruces por el Campeonato del Este. Esta vez ganó el Pelo, zurdo atacante que controló en el área por la diestra, maniobró, calibró y cruzó el disparo chanfleado al segundo palo. La pelota trazó una comba insólita y se coló sobre el pórtico boquense. A los 87’, Lavalleja cerró la historia. Ganó con justicia y dando cuenta de su potencial y jerarquía competitiva. Hace rato es un cuadro copero.