Marzo de 2020
La vida nos jugó una mala pasada y el mundo se paró en un instante. En ese momento en que la alegría estaba al alcance de la mano, todo se esfumó y hubo que adaptarse a una nueva realidad.
Son muchísimas las personas que esperaban al fin de semana para encontrarse con la pasión. Mate en mano, salir hacia la cancha sin importar el clima, el día ni el resultado. Siempre ahí. Nunca nadie se imaginó que se atravesaría por algo que impidiera presenciar la alegría.
En marzo de 2020 se jugó en Uruguay el último partido con público. Luego, los estadios se cerraron como tantos otros recintos. Los sillones de los hogares se convirtieron en butacas. Y cuando se pudo retomar la actividad futbolística, que se detuvo por varios meses, se hizo sin público.
Urgente y necesario
Peñarol fue el primero en tener la chance de permitir el ingreso a su gente al Campeón del Siglo, y lo hizo nada más y nada menos que por la Copa Sudamericana, en un partido en el que enfrentaba al peruano Sporting Cristal.
El criterio para el canje de entradas contemplaba la actividad registrada en la Tarjeta Cap, un dispositivo con chip por el cual, mediante una aplicación, se puede canjear la entrada para cualquier partido que se dispute en el Campeón del Siglo y con la que se ingresa pasándola por un lector.
Eso generó la molestia en los hinchas que no solían utilizar la tarjeta y que obtenían la entrada de las formas más clásicas, pero Peñarol insistía desde hacía mucho tiempo con que todos los socios debían adherirse a ese mecanismo moderno.
Y llegó el día
Los controles fueron extremadamente estrictos y meticulosos. Seguridad de Peñarol, seguridad del Ministerio del Interior y personal de control de la Conmebol. Todos distribuidos en tres puestos diferentes previo a cada puerta habilitada para ingresar al establecimiento amarillo y negro.
Sólo los autos que se habían registrado previamente accedían al estacionamiento de la Henderson, la tribuna principal. El resto debía estacionar afuera.
Al público se le exigía tener cuatro elementos fundamentales: tapabocas, cédula, entrada y certificado de vacunación. Pero aparentemente otra de las condiciones para ingresar era emocionarse hasta las lágrimas. Alegría, nostalgia y felicidad era lo que decían sentir los concurrentes.
En la previa, la DJ Vala Nirenberg sintonizó una cumbia que le hizo de fondo al saludo de la voz del estadio y que hacía referencia al día tan especial que estaba transcurriendo: “Nosotros vivimos, sentimos, pensamos y respiramos siempre Peñarol”. Solicitó, además, que se respetara el protocolo “para que el próximo partido puedan ser más los manyas presentes”.
Enseguida, esa cumbia se transformó en una canción de aliento. “Se me ha perdido el corazón por alentar a Peñarol de la cabeza. Ya no me importa si perdés, ya no me importa si ganás; es una fiesta”, cantaron los peñarolenses.
Uno de esos afortunados fue Esteban Porley. La pandemia le cambió la vida porque comenzaron a sobrarle horas los sábados y domingos. “Muchas veces pasé a metros del Campeón del Siglo sabiendo que en unas horas se jugaba y me daba mucha impotencia”, contó a Garra.
Sobre lo que más extrañó comentó que estar sin ver a Peñarol es una situación desesperante para él. “Mirando los partidos por televisión uno se deja llevar por lo que la cámara quiere captar o lo que comentan. También está el tema de cantar, ‘conversar con la terna arbitral’ y comentar con los demás hinchas”, explicó.
Pero como el fútbol es una ceremonia, con sus amigos de la cancha adaptaron el ritual a la virtualidad. “Para nosotros Peñarol es demasiado importante”, explicó.
Esteban va a la cancha desde 1997, cuando su abuelo Julio y su padre –a pesar de ser de Danubio– lo introdujeron al mundo del fanatismo por los colores. “Muchas veces cierro los ojos y, entre tantas cosas, les agradezco a mis abuelos por haberme hecho de Peñarol”, sostuvo.
Hoy se sintió muy afortunado y, sobre todo, con mucha responsabilidad. “Es muy emotivo lo que estamos viviendo, sea cual sea el resultado”, dijo. Los fanáticos lo entendieron perfectamente y fue notable el comportamiento durante toda la jornada. Desde el sexto piso del estadio, donde se ubican los palcos de prensa, se podía ver las filas de la tribuna Damiani perfectamente formadas, con la distancia solicitada. Como Esteban, 5.000 hinchas pudieron volver a ver a su equipo desde la tribuna.
Sin parar de alentar
La segunda cumbia que sonó se transformó enseguida en un cántico de 5.000 personas, una entonación especial. Única, porque estuvo casi dos años trancada en el corazón de cada peñarolense y salió, con toda la fuerza posible, desde las voces de esos que no faltan ni un fin de semana, que anteponen los colores a cualquier otra circunstancia de la vida.
Ese monstruo amarillo y negro que estaba dormido. Las tribunas ocupadas que vieron por primera vez a Valentín Rodríguez, Pablo Cepellini, Agustín Álvarez Wallace, Agustín Álvarez Martínez y Juan Manuel Ramos, en el día de su debut, debido a la ausencia de Facundo Torres, quien lo vivió como espectador desde la tribuna junto a Fabián Lolo Estoyanoff. El 10 aurinegro no pudo jugar por estar lesionado.
“Juegues donde juegues, vayas donde vayas, esa es mi ilusión, de poder salir campeón”, sonaba cuando Jesús Trindade la mandó al fondo de la red a los 40 minutos de juego.
Y esa alegría llegó con exigencia: “Jugadores, se lo pide la hinchada: vamo’ a ganar la copa, la Sudamericana”, porque en ese momento los manyas se acordaron de que se estaban disputando los cuartos de final de la copa. Como frutilla de la torta, el partido terminó con triunfo local. Y de a poco, el fútbol va volviendo a ser fútbol, se retomó la alegría. Volvieron los chiflidos, los gritos, los reclamos, el aliento, la presencia. Volvió el alma de un deporte que hace vibrar los corazones.