Horas antes de que comenzara el Gran Premio de Bélgica, la pista estaba completamente anegada. En el camino de los boxes a la grilla, el mexicano Sergio Pérez resbaló a baja velocidad y destrozó su auto contra un muro. Se veía venir, un Gran Premio complicado.
La largada se retrasó casi una hora, sólo para que los autos dieran un par de vueltas tras el auto de seguridad y se mandaran guardar bajo bandera roja. Nadie quería correr, excepto Max Verstappen. Era lógico: había conseguido la pole position el sábado, así que, si mantenía la primera posición, era el único que iba a correr con visibilidad, libre del spray de los otros coches.
La organización no le llevó el apunte, por obvias razones de seguridad, y dos horas después se decidió “suspender” la carrera de una forma tangencial, para que en lo formal se cumpliera con el trámite del Gran Premio. Los pilotos dieron dos vueltas en formación tras el coche de seguridad –el mínimo para poder asignar la mitad de los puntos– y se dio por terminada la competencia.
La decisión fue criticada tanto por quienes querían aplazar la carrera un día (el más expresivo fue Lewis Hamilton, que vio reducida a tres puntos su ventaja sobre Verstappen en el campeonato) como por quienes querían que se suspendiera totalmente, sin adjudicar puntos.
Total: ganó Verstappen, que se acercó al liderazgo del campeonato, y el británico George Russell, que había conseguido una brillante segunda posición bajo lluvia el sábado, mantuvo ese lugar el domingo.
Lo de Russell es de remarcar no sólo porque consiguió un lugar destacadísimo en una máquina muy modesta (el otrora dominante equipo Williams está hace años en los últimos lugares de la tabla), sino porque le ganó el lugar a Hamilton, que “largó” y llegó tercero. Russell suena cada vez más fuerte como compañero de equipo de Hamilton en Mercedes el año que viene, y el logro del sábado, que se tradujo automáticamente en un gran resultado este domingo, lo deja muy cerca de ese pase a una escuadra grande.