Analía se crió jugando en la calle con sus primos. En los 90 había baby fútbol, por supuesto, pero sólo los varones tenían el derecho a participar. Las mujeres estaban privadas de la libertad de formarse futbolísticamente. Entonces Analía se limitaba a estar con su hermana menor, pero no sentía lo mismo porque las muñecas le aburrían. Su madre le ponía polleras, ella las cambiaba por pantalones y se iba al barro a pelotear. Analía siempre lo soñó, pero le tocó “mirarlo desde un costadito, por detrás del alambrado”. Se imaginaba gambeteando, y lo consiguió, enfrentándose ante toda la adversidad que suponía vivir el placer de jugar lo que tanto le gustaba.
En la escuela tampoco estaba la chance. Si se mezclaba con los varones en el recreo, cuando con suerte la dejaban, le decían “de todo”. En el liceo la misma historia, “era la machona y me daba mucha vergüenza”, cuenta. Pero en gimnasia se anotó en el campeonato de fútbol y en paralelo empezó a jugar con sus amigas del barrio en campeonatos de fútbol 7, 9 y 11, hasta que “vino el furor del fútbol 5”. Entonces conoció lo que era disputar un campeonato por primera vez. Y salir campeonas, claro, porque el cuadro de San Francisco de Las Piedras daba batalla.
Un día les llegó una invitación de Ciudad de la Costa para disputar un torneo y por primera vez estuvo en un campeonato “donde jugaban bien al fútbol”.
Jorge Burgell, uno de los impulsores del fútbol femenino en Uruguay, la vio en uno de los partidos y la invitó a unirse al equipo de River Plate que se estaba formando en la Asociación Uruguaya de Fútbol, y allí integró el primer equipo darsenero. Corría 1996 cuando disputaron el primer partido disputado en el Nasazzi, con Bella Vista. En 1997 participaron en el primer Campeonato Uruguayo de fútbol femenino junto con Rampla, Nacional, Cerro, Rentistas-San Jacinto, Central Español, Bella Vista, Liverpool, Danubio y Basáñez.
Así comenzó la historia de Analía Guerrero, la niña a la que le frenaron sus pasiones, quería ser futbolista y lo consiguió.
En ese entonces fue citada a una preselección y quedó entre las 18 mujeres que viajaron por primera vez a un Sudamericano que se jugó en Argentina, en el 98. Tuvo la mala suerte de lesionarse, se operó y pasó un año sin jugar. Retomó en el 2000 en Rampla, donde jugó hasta 2002, cuando se alejó del fútbol 11 por trabajo.
Pero se metió en el mundo del fútbol 5: con el cuadro Barcelona participó en la Liga Universitaria. En 2013 retomó como jugadora de fútbol 11, en Salus. Hasta que le tocó tomar la posta como entrenadora en 2015. Lograron el título de subcampeonas de la Copa de Plata por dos años consecutivos, y el ascenso a la Primera División.
Al tiempo hizo el curso de entrenadora, y mientras cursaba fue mamá de dos bebés. Guerrero fue una de las 14 mujeres que a mediados de 2020 obtuvieron en conjunto la licencia Pro, que las habilita a ser entrenadoras del fútbol profesional.
Con el título en mano, comenzó en Liverpool como ayudante y este año pasó a ser la entrenadora principal del sub 19. También se encargó del entrenamiento durante la Copa Desarrollo de la Conmebol con las sub 16 y 17.
Su filosofía de trabajo, tanto desde el lugar de jugadora como de entrenadora, es que de todo se aprende. “Mismo los entrenadores: pueden ser buenos, malos o más o menos, pero todos te dejan algo”, considera. Entonces les dice a las jugadoras que aprovechen cada momento.
26 años después de debutar como jugadora, sigue vinculada a sus compañeras de esos primeros equipos del fútbol uruguayo de mujeres. “A pesar de las rivalidades de su momento, que nos arrancamos la cabeza en la cancha, hoy en día somos amigas”. El fútbol jugó un rol importante en su vida, desde el disfrute hasta llegar a ser su fuente laboral.
Cree que es fundamental la equidad de género en este deporte. Cuando cursó para ser entrenadora, sus compañeros varones insinuaban que las mujeres iban a dirigir fútbol femenino, y Analía les puso un freno: “Obtuvimos el mismo título, estamos habilitados para el mismo, ellos pueden dirigir a mujeres o varones y nosotras también”.
Analía es una de las mujeres uruguayas que vieron nacer al fútbol femenino, contribuyó con su desarrollo y lo sigue haciendo actualmente desde otro lugar. De su época de jugadora recuerda que no había tantos técnicos recibidos y que eso dificultaba la enseñanza, además de no poder hacer escuelita. A medida que eso fue cambiando, el fútbol de mujeres fue creciendo.
“Ahora las jugadoras son mucho más receptivas, preguntan y se interesan. Ayudó mucho la tecnología. Yo como entrenadora les doy las herramientas, ellas con eso tienen que resolver en la cancha. Yo trabajo de lunes a viernes y ellas, el día del partido”, sostuvo.
Recuerda que cuando jugaba hablaba el técnico y las chicas sólo escuchaban, por falta de conocimiento. “Hoy les explicás un ejercicio y hasta lo cuestionan, hay un feedback, un ida y vuelta, ellas también enseñan y vamos aprendiendo juntas”, agregó.
Guerrero ve una progresión muy grande en cuanto a visión de juego e inteligencia a la hora de resolver. “Hay muy buenas jugadoras, con mucha proyección a nivel internacional y cabeza profesional también. Lo que estamos esperando es que haya una liga profesional de mujeres y quede todo redondito, porque en ese sentido sí hay carencias”, finalizó.
Desde su lugar, aporta para que eso suceda. Cuando pisa una cancha tiene las cosas bien claras: la disciplina es esencial, siempre y cuando tenga una base de fundamentos. Para su trabajo se apoya en su hinchada. Su familia, sus dos bebés y su pareja la acompañan en su pasión.
Su principal consideración es que hay que dejarlo todo en cada partido, sin importar el rival. Sobre todo, en la lucha por construir un mejor fútbol femenino.