Con dobletes de Luis Suárez y Emmanuel Gigliotti, Nacional goleó 4-1 a Liverpool y se consagró como el mejor del Campeonato Uruguayo. El tricolor fue contundente en el alargue y ahí encontró la diferencia que se hizo para siempre. Saludaron pañuelos, cánticos, sombreros, paraguas, banderas que rezaban alma y corazón. Suárez, siempre gigante, se despidió de su gente con lo que vino a buscar: salir campeón una vez más.
1. La estrategia
Cuando son finales en donde sí o sí tiene que haber un ganador, hay estrategias que son a largo plazo. No se arranca quemando todas las naves, no se arriesga tanto, al menos esas parecen ser las generalidades de la ley. Eso pasó en el Centenario, con dos equipos que, mientras ajustaban sus estrategias, iban con cuidado mirando qué hacía el otro. Lo real, lo imaginario y lo simbólico, pero con la pelota en los pies.
Dentro de los cuidados hubo algunos lógicos. Para Liverpool era esencial que Felipe Carballo no elaborara cómodamente; que los laterales, siempre punzantes, no subieran demasiado; y que a Franco Fagúndez y Luis Suárez las pelotas le escasearan. Lo logró bastante en los primeros minutos.
Para Nacional quedó claro que lo importante era ganar el centro del campo. Cuando lo hizo bien, su rival tuvo que reventar la pelota buscando los delanteros con pases largos que siempre fueron a parar a los defensores tricolores, a su arquero y hasta afuera de la cancha. Lo que fue sucediendo en lo ajustes durante el partido fue que Liverpool le encontró la vuelta a esa trapa y, desde la media hora de juego, empezó a generar peligro desde afuera hacia adentro.
Por eso las chances claras del primer tiempo fueron en negro y azul: a un tiro de Santiago Romero lo tapó Alfonso Trezza con su zapato, en gran estirada; una de Gastón Rodríguez, tiro desde afuera del área se fue casi justo al travesaño; y la más clara fue la de Alan Medina, una volea de sobrepique que Sergio Rochet tapó en la línea y la mandó al córner.
2. Esas variables
Lo establecido está para cambiarse. Una vez sí y otra vez también, esa es la historia. Cuando la cosa había terminado con un sabor más dulce para Liverpool por el final del primer tiempo, apareció Suárez. Es gigante su figura, es determinante. El salteño no había estado cómodo, no encontraba la posición, no tenía chances claras. ¿Entonces qué hizo? Se las generó solo. Esa siempre ha sido su virtud: le dan con un caño, aparece; esbozan conclusiones y comentarios acerca de su físico, aparece; una vez lo operaron y no daban los tiempos para que jugase un Mundial, llegó y en Inglaterra no se olvidan. En la final del Centenario, cuando nadie le daba una pelota redonda, Suárez encaró al área, tiró un caño que le sirvió para acomodar el perfil, y gol. 1-0 contra todo.
Hay finales que se definen por errores. Está claro: el margen es muy chico. Así como Suárez inclinó la cancha para su lado, una desatención del fondo tricolor le permitió a Liverpool, tocado por la desventaja, encontrar un penal. Mathías Laborda bien pudo poner el 2-0, no conectó bien y casi en la jugada siguiente no corre con seguridad a buscar un pase atrás, se la pela Alan Medina y Sergio Rochet lo baja. Thiago Vecino aplicó la ley del ex y se empató el juego.
Con el empate Liverpool volvió a estar cerca del área tricolor. Le dio empuje y fue por todo. No con claridad, pero sí con ímpetu. Estuvo bien porque el único resultado que le servía era ganar. Lo que sucedió fue que dejó espacios atrás, Nacional encontró un contragolpe y Federico Pereira, que había hecho un gran partido marcando a Suárez, la tocó con la mano, recibió amarilla y como ya tenía una lo expulsaron. Cuchilla entre los dientes, Liverpool se defendió bien durante 15 minutos, hasta que sonó la campana y fueron al tiempo extra.
Hasta ahí llegó. Suárez y Gigliotti se encargaron de la goleada que significó ser campeón uruguayo
3. El hombre de los goles
¿A qué vino Suárez a Nacional? Apareció en el clásico, metió dos en una final, juega con la varita mágica. Misión cumplida.