Con dos goles en el segundo tiempo, Argentina derrotó por 2-0 a México, y no sólo logró sacarse de encima a un rival perturbador por la situación y las posiciones, sino que además tomó el aire suficiente como para volver a empezar desde un piso mínimo de aspiraciones para estar entre los mejores.
El partido fue de una tensión perturbadora, porque un gol de los mexicanos podía significar la tempranísima eliminación de los argentinos, pero apareció Lionel Messi y anotó el gol liberador que permitió descomprimir el juego de los albicelestes. Sobre el final apareció el segundo, de Enzo Fernández, para el 2-0 que deja a Argentina un punto por debajo de Polonia, en la misma línea que Arabia Saudita, y con dos más que México. En la última fecha se define todo y Argentina está casi obligada a ganar para lograr su pase a octavos de final.
Cuando en 1929 el gran escritor Roberto Arlt escribió y publicó su aguafuerte “Ayer vi ganar a los argentinos”, el autor de El juguete rabioso nunca había ido a ver un partido de fútbol.
Yo llevaba miles cuando se dio el triunfo de Argentina sobre México en el Mundial de Catar 2022; también sentí, acurrucado contra mi computadora, sensaciones que no me eran ajenas, pero que no sabía que iban a agitar tanto mi corazón y mi estado de ánimo.
Muchos años antes de que hubiese un Mundial ya había un hincha. Seguramente ustedes ya conocen la historia del hincha talabartero Prudencio Reyes, que era el que hinchaba e inflaba las pelotas en la primera década de vida de Nacional. Parece que don Prudencio, una vez concluida su tarea de inflar las pelotas, miraba el partido con mucha actividad gritándole a sus futbolistas, los de Nacional, y también seguramente a los que los estaban enfrentando. Los gritos de Reyes empezaron a llamar la atención de los primeros aficionados y su sobrenombre nació de una repetida pregunta y una más repetida respuesta. La gente preguntaba: “¿Y ese que grita quién es?” y otra persona respondía: “Ese, ese es el hincha, el que hincha las pelotas en Nacional”.
Prontamente los hinchas se fueron reproduciendo de cancha en cancha, de país en país, y aunque nunca serán el corazón del juego que son los futbolistas, son sus pulmones, los que nos hacen respirar.
“¿Y para qué trabaja uno, si no es para ir los domingos y romperse los pulmones a las tribunas hinchando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada? [...] ¿Qué sería del fútbol sin el hincha?... El hincha es todo en la vida...”. Eso dice el parlamento de Enrique Santos Discépolo, Discepolín, en la película El hincha (1951).
Los hinchas, los habitantes del cemento, los tensores de los alambrados, los dínamos del aliento, los eyectores de las puteadas, los cultores de los abrazos extraños, los participantes de cada asado, “esos que los periodistas llaman parcialidad”, también aquí, tan lejos de casa, del barrio, de la tierra que nos une, fueron los que le dieron alma por primera vez a este Mundial.
Ubication, plis
Reglas básicas de comportamiento del hincha: si van 15 minutos de juego, el partido está 0-0 y no has hecho otra cosa que pasar la mitad de la cancha, no podés ponerte a gritar sólo “ole, ole”, sobre todo si el que está enfrente tiene la vitrina llena de copas y a ti te faltan algunos cuantos trofeos.
La tensión que había en el ambiente era extrema. En definitiva, un partido de fútbol con muchos hinchas, 80.000 de los cuales seguramente más de dos tercios eran hinchas genuinos, y además con una rispidez fogoneada, empujada, porque eso en la vitrina vende.
Mucha tensión, demasiada para una fiesta. Mucha manija. Mucho en juego y poco fútbol. Por increíble que parezca, después de un cuarto de hora donde no hubo ataques, la pelota estuvo casi siempre en situación de juego en media cancha y, apenas hubo algo más de tenencia de parte de los mexicanos, sus hinchas, cada vez que la tocaban más de tres veces, gritaban “ole”. Se sabe, el “ole” es un gesto-grito de provocación absolutamente gratuito e impertinente en esta situación en la que el elenco verde no había hecho más nada que los argentinos.
En la primera parte, los cambios realizados por Lionel Scaloni no le permitieron a su equipo liberarse de la manera buscada ni encontrar una participación más activa de Messi, el eje de cualquier equipo del mundo.
México colocaba en defensa cinco hombres y además una compañía muy próxima a Messi, pero, sin embargo, cuando intentaba desplegarse en ataque, no había duda de que ponía tres delanteros. El tema es que no se desplegaba. Así pasó todo el primer tiempo, teniendo la pelota, con la frente gritando “ole” en festejo de una acción que poco valía, y los nervios ganando más al equipo albiceleste que a los aztecas, a los que el empate no les perturbaba demasiado.
Y si fuera él
La segunda parte arrancó sin variantes sustanciales, dado que el elenco mexicano mantenía su postura procurando armar algún aislado ataque, mientras que Argentina seguía en la búsqueda de Messi, del fútbol y del gol que tenía que venir.
Minuto a minuto la atención iba creciendo y un clima de cierta pesadumbre parecía estar dominando al elenco argentino.
Los argentinos mandaban en campo, pero sin mandar: jugaban en campo contrario, tenían la pelota, mostraban sus intenciones, pero nunca podían acercarse al área de México con peligro.
Era así que debía pasar. El Enano recibió solo, cerca de la media luna, abrió la pelota un poco más, dándole ángulo de giro a su pierna izquierda, y sacó un remate esquinado de los de marca Messi, contra el palo, para poner el uno a cero.
Y, finalmente, después de esos minutos del segundo tiempo fue cuando Argentina pudo respirar.
Ahí el partido cambió para buenas, porque México con su juego taciturno debió salir a buscar el arco de enfrente, y Argentina, con más espacio, pero sobre todo con la confianza que les insuflaba Messi, tuvo la capacidad de organizarse como para poder defender ese gol y utilizar los espacios para intentar contragolpear.
El partido pasó a lo que debía ser cuando Argentina se liberó de esa insoportable tensión del abismo y pasó a jugar como puede.
Para coronar la victoria apareció, ya sobre el final del partido, el impresionante golazo de Enzo Fernández, que recibió la pelota en el vértice del área, se acomodó para su pierna derecha y sacó un estupendo remate en curva que venció a Memo Ochoa.
Fue 2-0 y casi todo está en orden del otro lado del Río de la Plata.
Ayer vi ganar a los argentinos y, como a ellos, me sentó muy bien.
(*) “Ayer vi ganar a los argentinos”, de Roberto Arlt, publicado en Aguafuertes porteñas.