Marruecos, por penales, consiguió en el estadio Ciudad de la Educación de Doha el triunfo más extraordinario de su historia al eliminar a España y meterse entre los ocho mejores del Mundial de Qatar 2022. España no convirtió ni uno solo de los cuatro penales que ejecutó, con maravillosas intervenciones de Bono, que ya en el partido había estado muy bien, mientras que los marroquíes anotaron tres de extrema calidad.
En Marruecos, el 7 de diciembre, será desde ahora el día en que el Loco Hakimi la picó, porque así pateó su penal el número 2 africano y convirtió el tanto de la histórica victoria. Fue realmente un partido, un espectáculo en su totalidad, que honró al fútbol y a los mundiales, con futbolistas convencidos de sus posibilidades y con un público que entendía de qué iba la cosa, lo disfrutaba y lo sufría, lo vivía.
Fue hermoso estar esas dos horas largas viviendo a todo corazón un partido que se puede decir que ha sido en su integralidad del fútbol como espectáculo que trasciende el campo de juego uno de los mejores, a pesar del 0-0 en las dos horas y en el alargue.
Un partido con el alma de la gente
Marruecos fue por lejos el más local de los equipos mundialistas de octavos de final. El estadio se conmovía con cada pelota que tocaban los de rojo y el corazón latía fuerte cada vez que pasaban la mitad de la cancha.
El juego comenzó como era de esperarse: con prevalencia de los españoles, pero poco a poco el elenco africano se fue acomodando en el campo a la par que sus ilusiones. En cada llegada por izquierda del elenco marroquí parecía que estaba arribando un tren a la estación. Y cada ataque español de los iniciados por Sergio Busquets, un concierto, una sonata de silbido en si sostenido.
Un partido mucho más complicado que el que los programas deportivos del corazón hubiesen pergeñado horas antes del kick off. Se puede decir que era parejo y que Marruecos estaba un poco más arriba del nivel de los españoles, y la gente deliraba con frenesí y pasión en las tribunas. Sí, era cierto lo que estaban viendo.
Bono, el arquero marroquí, hizo maravillas con la pelota, gambetas capaces de parar el corazón a todo el norte de África. Por izquierda, Boufall hizo cosas que parece que sólo se vieran en el Río de la Plata, o en Brasil; las gambetas más lindas partían del delantero marroquí.
Terminó siendo una de las cosas más extraordinarias de este Mundial, por la contienda futbolística, por la supuesta inferioridad de Marruecos, pero sobre todo por la gente en las tribunas y en la cancha, que terminaron brindando un espectáculo sin igual más allá de que no hubiese goles.
España definitivamente no pudo quebrar el partido a su favor porque fue su rival, Marruecos, el que por más de medio tiempo se impuso claramente y con seguridad al juego español. Habría que esperar qué pasaría después de los vestuarios.
Metros más, metros menos
En el segundo tiempo, al igual que había pasado al arranque del partido, hubo una prevalecía de España, que, obligado, tuvo que volcar el juego hacia el área contraria. Esta vez Marruecos trabó más arriba y el trámite del partido llevó el expediente a media cancha.
Un nuevo modelo de desempeño pasó a regir por el juego del equipo marroquí, extremadamente corto y apretado, que empujó hacia la media cancha, donde quedaba cerrada la selección española, que no podía cortar esa maraña de piernas que de manera permanente trataban de interrumpir.
El segundo juego de los africanos, que no rifaban una pelota, mantenía la paridad sin sobresaltos e incluso muchas veces exageraba en su pretensión de tenerla con tanto tiempo y seguridad.
Después, las líneas de Marruecos quedaron tan apretadas contra su arco que hicieron que se pasara a jugar solamente en campo africano. Parecía que se iban quedando sin fuerzas; su técnico hizo cuatro cambios y el equipo volvió a tomar el tono, aunque esta vez más lejos del arco de Unai Simón.
En el final de los 90 reglamentarios la cosa ardía, y en esa frontera ambos contendientes tuvieron una oportunidad de liquidar el partido. Sin embargo, no lo pudieron hacer y fueron al alargue.
Por suerte, más de lo mismo
Para el alargue, Luis Enrique, que ya en el segundo tiempo había colocado a Williams, que entró de muy buena forma, renovó la banda izquierda con Alejandro Balde y Ansu Fati.
Nuevamente, atacó más España, pero lo hizo de manera irresoluta. Marruecos siguió con sus líneas muy pegadas, controló los ataques españoles y mantuvo esa extraña sensación de ser más que España con la pelota en los pies.
A los diez minutos de la prórroga, Unai Simón salvó a España de manera espectacular, tapándole el remate a Cheddira. Lo que jugó el eje central Sofyam Amrabat no tiene nombre. Su fortaleza y su capacidad de juego, aun cuando ya se llegaba casi a las dos horas de partido, siguieron extendiendo la pretensión cumplida de meter a Marruecos.
Hubo emoción, ataques perdidos, piernas acalambradas, y al final los penales. Fue una maravilla que honró al fútbol.