Negué con la cabeza mientras ejecutaba un guardar como y me cebaba un mate ya lavado. Asumí que mi precaria toma de posición era tan invisible como discutible, pero asimismo un eslabón más en la cadena del razonamiento, y seguí con el desarrollo de la idea, que de alguna manera estaba atravesada por aquella artesanal hipótesis de trabajo acerca de la incidencia de los medios, los comunicadores, los referentes.
Recién en el último escalón, apenas por encima del llano, aparecen, por último, los jugadores, los equipos, los técnicos, sus posibilidades reales.
Algo está mal si realmente es así. Ellos son los verdaderos y únicos protagonistas, y es de ellos y a partir de ellos de donde nosotros los comunicadores y comunicadoras debemos acompañar los análisis y poner en cuestión los insumos que surgen desde la cancha.
Un mundial, la competencia que es un simposio del fútbol de élite, donde todos queremos estar, todos queremos ganar, es la acción de los mejores entre los mejores, enriqueciéndose con la competencia y enriqueciéndonos a nosotros, los cultores del espectáculo, con el mejor fútbol del mundo, sigue estando presente a pesar de todo, a pesar de los estadios no-lugares, de los hinchas ubicados en condominios de emergencia y de oportunidad a la que los turistas futboleros denominan las cárceles, a pesar de los aficionados de oportunidad que son incapaces de entender que en un partido de fútbol uno no se puede ir antes de que empiece el segundo tiempo.
Jamón del medio
Eso hay que rescatarlo. Se juega buen fútbol, se juega muy buen fútbol en un Mundial. Están muchos de los mejores -habrá otros mejores que no están- y los colectivos desarrollan sus mejores atributos. Como espectáculo futbolístico vale mucho la pena. Se juega bien. Lo hacen aquellos que no acompaña el sistema, que de alguna manera a través de ejecución sumaria o simplemente por inercia se saca de encima a algunos y acompaña a otros, y también lo hacen bien los que no han sido traídos como actores de reparto. No los llevan de la mano, pero seguro que para dejarlos afuera hay que darles el golpe de manera tal que no haya manera de recuperarse. Y pasa.
Muchas veces nosotros, la gente, decimos lo que en realidad nos están diciendo los otros, que además a dos bandas después recogerán su opinión. Muchas veces los analistas del fútbol, con distinto grado de rigor y enfoques, perdemos de vista una de las variables básicas que tienen las prestaciones de un equipo en una contienda deportiva y que aparece encerrado en alguna definición básica de competencia, donde se necesita la presencia de un contendiente y por tanto de sus aptitudes y actitudes. Hay un antagonista
No analizamos los partidos en función de la potencialidad y de las prestaciones del rival, del que compite con nosotros, y así, narcotizados por el viejo perfume de la gloria, caemos en grotescos prejuicios de hay que ganar porque somos nosotros y jugamos para ser campeones y ellos, los ocasionales competidores, son cuadros que no nos pueden robar un punto. ¿Por qué siempre debe haber errores y procedimientos equivocados en uno de los colectivos? Lisa y llanamente, ¿no podrá haber en los 90 minutos de juego un equipo que por funcionamiento colectivo, destaque de algunas individualidades o situaciones coyunturales, juegue mejor y sea superior al otro?
Ser y estar
Hay historias del mundo contemporáneo que a veces, por su inmediatez obsesiva y orientada, su foco desviado y su círculo vicioso de apurarse a escribir una historia con fallas, no nos dejan ver la importancia relativa de ciertos acontecimientos que para algunos pueden ser piedras fundamentales de algunos desarrollos de nuestras vidas como sociedad.
¿Dónde está escrito que un articulista, crítico o cronista, no pueda tomar de su sujeto las emociones que anteceden a la obra a analizar, a enjuiciar, a contar? Como en mi niñez y juventud, pero con la sucesión de partidos diarios, me da la impresión de que a la mayoría de ellos llego con la intención muy marcada de refrescar aquellas emociones del olor a pasto, de la herrumbre del alambrado, de las bicicletas amuchadas fuera de la cancha y de los carritos con maníes. De llegar apretado en el ómnibus de recorrido ajeno, de ir levantando la cabeza del gorrito con pompón una decena de veces antes de que por fin llegue la parada; donde hay que bajarse, con la Spica contra el oído, con la remota expectativa de que digan algo del partido al que voy.
Me pasó ya desde el primer partido cuando fui a ver a Ecuador, pero un poquito también a Qatar, a ver qué pasaba con ese cuadro de probeta, que al final eran los dueños de casa, pésimamente acompañados por su público que se retiró en el segundo tiempo. Y ni hablemos con Uruguay, pero también con Argentina, con Brasil, y después con Senegal, con Japón, con Marruecos. Desde tiempos inmemoriales vivimos cuestionando, discutiendo, evolucionando, desde que venimos surfeando la ola de los medios sociales, de la inmediatez absoluta, de la omnipresencia de registros, pero no preocupa el encare, la crónica, la noticia.
Cuatro gordos hablando de fútbol
El día en que se abra la cátedra de bocabiertas, sin duda, las más variadas empresas periodísticas del mundo podrán aspirar al grado 5 de oficio. No sólo por las tesis y trabajos monográficos que fundamentan que tal o cual sólo puede ganar porque es deporte, o que ciertos partidos no van a ser tales sino una simple práctica, sino por la enorme capacidad de sentenciar encuentros que aún no se han jugado sin tener en cuenta dos viejas máximas pos-socráticas y casi premarxistas: “los partidos hay que jugarlos” y “el partido no termina hasta que termina”.
El desconocimiento suele ser primo hermano de la subvaloración, y eso en las contiendas deportivas puede agregarse como una variable escondida que modifica la idea de partido ni bien se comienzan a ver las primeras líneas de acción. Así como el gol es el cambio táctico más importante de un partido, el desconocimiento de la potencialidad de uno de los contendientes puede traer aparejado cambios en sus esperados desarrollos.
En Inglaterra en Four fat men talking about football, así como en la versión alemana del programa Vier dicke Männer reden über Fußball, creían que los candidatos a las semifinales eran Inglaterra Alemania, Francia, España y Brasil, y en una segunda línea colocaron a Bélgica, Holanda, Portugal, y tal vez, muy tal vez, a Argentina. Los uruguayos nos enojamos. ¿Croacia? Ni hablemos de Japón. Marruecos ¿Qué es Marruecos?
En un Mundial sin dudas, como está dicho y como se ha visto, son todos mejores. En algún caso, en este muy marcado, puede ser que el organizador quede uno o muchos escalones abajo, pero es el único. Los demás son casi todos jamón del medio.
Entonces, ¿por qué no pensar que si a Brasil le habían costado todos los partidos, a excepción del de octavos cuando goleó a Corea, podía quedar por el camino con el vicecampeón mundial? ¿Por qué no creer que el equipo en el que juega el mejor futbolista del mundo, la Argentina de Lionel Messi, podría llegar a estar entre los mejores?
¿No los tenía nadie?
Está bien, ninguno de nosotros puso en su penca a Marruecos en los primeros cuatro, pero cuántos de nosotros lo hubiera hecho después de ver el partidazo que le ganaron a Bélgica, y ni hablar después de eliminar a España.
Marruecos es una maravilla, con su juego de solidaria defensa, más fuerte que cadenazo en los dientes, que atravesó lo que va del campeonato apenas con un gol en contra recibido por Bono. Desde el Mundial de 2006, cuando Italia llegó a semifinales con un solo gol en contra, no había una defensa tan eficiente en las copas del mundo. El 5, que lleva por número de camiseta 4, es el centrocampista que miles de nosotros querríamos tener haciéndonos el mediocampo: Sofyan Amrabat realiza un trabajo perfecto, ubicándose estratégicamente para salir a cortar el juego, a acompañar a sus defensores centrales, o a salir jugando a pura calidad, como lo hace cada uno de sus compañeros.
Eliminó a Bélgica, España y Portugal, ¿por qué no pensar que lo pueda hacer ante el vigente campeón del mundo?