Antes de patear el penal más importante de la historia del fútbol de su país, Sadio Mané dijo en un documental (Made in Senegal, 2020) que en Bambali “sólo se podía ser granjero”. Ahora cobra seis millones de euros por año, pero el ídolo del Liverpool inglés se crio en un remoto pueblo de Casamance, región sureña de Senegal que ha emergido como foco desestabilizador de la narrativa de excepcionalidad nacional.
Las disputas coloniales franco-británicas produjeron hondas alteraciones en la diagramación geopolítica de África en general y de Senegal en particular. Los acuerdos registrados a partir de los sistemáticos intentos de expansión europea, así como de los desarrollos estratégicos en ellos inscriptos, acabaron con actualizaciones de los límites territoriales. Y entonces, los países divididos por líneas rectas, o Gambia metido en Senegal.
Centraliza
En Casamance hay paz tensa. Décadas de acumulación precedieron a la detonación de un conflicto que ya suma 40 años: en 1982, el Movimiento de Fuerzas Democráticas (MFDC) local efectivizó el enfrentamiento a las fuerzas de seguridad oficiales. Hasta el cese del fuego, asumido, consagrado y generalmente respetado desde mayo de 2014, se libró un conflicto de baja intensidad que alternó niveles, con auge en la década de 1990.
Fue Edward Windley, último gobernador británico de Gambia –independizada en 1965–, quien describió la existencia y forma de ese país como “accidente histórico”. Cartografiado a fines del siglo XIX, el vigente territorio es producto de negociaciones entre Gran Bretaña –su otrora metrópolis– y Francia, antes dominante en África Occidental.
Senegal rodea a Gambia en sentido estricto. Los 740 kilómetros de fronteras territoriales de la nación más pequeña del continente limitan con su exclusivo vecino, atravesado de este a oeste por 350 kilómetros de un micropaís que lo parte en dos. Por Gambia, interpuesta, Casamance se halla prácticamente aislada del resto de Senegal en términos de territorio y, entonces, hay conflictos. Percepción de exclusión, hechos comprobantes. Los ánimos independentistas efervescieron a partir de las tendencias centralizadoras, el MFDC los aunó y la región se consagró como la excepción de la excepción: visto su basado recelo respecto del norte, se desprendió de la narrativa nacional idealizante.
El peso de la historia
Sadio Mané nació en Casamance. En Bambali, un pueblo de 17.000 habitantes en un país de 17 millones. Creció en comunidad, jugó en un club local, se fue a Francia captado por agentes y culminó su formación en el Metz, donde debutó. Lo fichó el Red Bull Salzburgo de Austria, pasó al Southampton inglés y derivó en el Liverpool, coloso europeo.
Antes de adquirir niveles de exposición mundial en Anfield, Mané, ágil y veloz delantero con buen manejo de ambas piernas, miró fútbol. La participación senegalesa en el Mundial de Corea del Sur y Japón, en 2002, situó un mojón en el proceso de afianzamiento del interés por el deporte de varias generaciones. Estereotípico equipo africano, basó su estilo en la velocidad, la fuerza, la desfachatez. El arribo a los cuartos de final del certamen global ubicó una referencia reconocible en dimensiones históricas, además de robustecer la autopercepción popular positiva a nivel general.
La actual Senegal ganó la Copa Africana de Naciones tras derrotar a Egipto en Camerún y por penales. Es la obra cúlmine de una generación que cargó con el nostálgico peso del recuerdo de 2002, contundentemente arraigado en la memoria colectiva y deportiva.
Eran otros tiempos. La Senegal de Corea y Japón produjo identificación por su andar deportivo, mas asoció también su éxito a la predominancia de futbolistas estrictamente locales: apenas tres de los componentes del plantel nacieron fuera de Senegal. Un cúmulo de factores aglutinados en pos de la generación de un hito. La sistemática comparación de esto con aquello contuvo elementos vinculados a esa noción de patria, partiendo de la base: diez de los seleccionados que se presentaron en la Copa Africana 2022 no nacieron en el país de la teranga; ocho son de Francia, uno de España y el restante de Suiza, al margen de la ascendencia y el sentir.
La tendencia creciente a la inclusión de “extranjeros” durante el último par de décadas y el contraste en más de un término con 2002, aportaron a la percepción distante del público respecto de la selección. Las variaciones en el estilo de juego tradicional ante la influencia de lo europeo también aportaron a complejizar la reconstrucción de un vínculo reticente a la renovación. La última cruzada continental echa por tierra los permanentes cuestionamientos a un equipo que se clasificó al Mundial de Rusia, alcanzó la final africana en 2019 y ganó el primer título oficial de todos los tiempos para el país en 2022. Su entrenador fue (es) Aliou Cissé, de 45 años, capitán de 2002. Y nacido en Casamance.
La teranga
La Copa Africana de Naciones fue un elemento disparador de la difusión de conocimiento disperso acerca del continente, de sus países, de su fútbol. Contexto para lo no habitual. La condición de candidata de Senegal tornó reiterativa la alusión a “los leones de teranga”, sobrenombre de la selección.
“Teranga no es sólo una palabra, es una estructura política que transmite sentido y dinamismo, porque la vida evoluciona”. Las palabras son de Abdourahmane Seck, profesor de la Universidad Gaston Berger de Sant-Louis, Senegal. Y agregó: “Teranga es el intento de construcción política de un vínculo que nos supera, que es más fuerte que nosotros”. Fue en una mesa redonda sobre hospitalidad en Madrid, según reportó el diario El País de España.
El concepto, proveniente de la etnia wólof –predominante en el país–, es asumido como distintivo de la sociedad senegalesa. Refiere a la hospitalidad, pero la trasciende: “Es realmente mucho más complejo que eso. Es una forma de vida”, dice Pierre Thiam, chef senegalés que fundó un restaurante en Nueva York, en diálogo con la BBC.
Superadora del potencial espíritu asistencialista, generoso y solidario, la teranga se presenta como una serie de principios de conducta abstractos y afianzados, generales y particulares, sociales y comunitarios. Inserta en la subjetividad senegalesa, se eleva como bandera para el armado de una identidad nacional caracterizada por la concepción de excepcionalidad respecto del resto de países de la región, con la estabilidad institucional, la fortaleza democrática y los índices de crecimiento económico (no de desarrollo) como fundamentos generales, pese a Casamance.
El concepto, de evidente arraigo y empleado como recurso publicitario de los servicios turísticos locales, ha resultado un buen complemento del sentido de excepción regional, pese a las potenciales dificultades propuestas por la pluralidad étnica. La pertenencia nacional ha subyugado a la que implica ser parte de cualquiera de las múltiples etnias supraestatales que se entreveran en Senegal, y a las confrontaciones derivadas, a grandes rasgos reducidas, carentes de grandes proyectos políticos combativos a lo largo de la historia.
Con la perspectiva que propicie el tiempo, los efectos del penal de Mané en clave identitaria serán objeto de observación y evaluación, sujetos a la dinámica entera y con el respaldo de las estructuras de siempre: la sociedad de un país joven que basó su narrativa, emoción y accionar colectivo en la integración general –por la vía de los hechos, al margen de las causas–, con un concepto insignia –teranga–, aglutinador, intangible, adherido, de aplicación cotidiana.
Ganaron los leones de teranga, ganó Senegal, mientras Casamance acusa centralización, exclusión, aislamiento. Y su Mané hace estallar al país entre tanta excepción al norte.
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