La Copa Nacional de Selecciones, el perpetuo Campeonato del Interior, perdió pie por lo moderno. La irrupción general y dominante del siempre evolutivo arsenal de dispositivos digitales desvió atenciones y modificó en esencia a los modos de interacción y vínculo entre Juan y María. Los ricos 90 no volverán. Ya no es moneda corriente que 4.000 personas se paren contra una malla olímpica, aunque lo comunitario resiste. Un núcleo duro que levanta centros y corre a cabecearlos le da hombro y vida al asunto, adentro, afuera y adentro y afuera. En todas las canchas.

Son tiempos urgentes. El fútbol del interior se estructura sobre el abismo y va, arrastrado por la inercia y a contrapelo de la historia, oponente del imparable devenir del desarrollo general del mundo. Aires quijotescos, a esta altura.

Qué penal

Adoptará nuevas formas, pero la noción comunitaria es inquebrantable. Las dinámicas de convivencia que imperan en pueblos y ciudades tras el Pando mutan, se ajustan a la universal tendencia, mas sostienen sus estructuras, pese a que ya empezaron a andar la senda de la nostalgia.

Los eventos deportivos grandes aceleran a nuestros pueblos. Sumidos en lentos ritmos, hacen evidente un día distinto. Si Treinta y Tres juega su primera final del Este en 36 años, se nota. Las columnas del cantero de Aparicio Saravia, la fachada de El Golosito, el cartel frontal de Motomueble 21; todo rojo, por globos rojos. Seis horas antes del partido, y a 45 metros de la punta del obelisco más alto del país, un banderazo. Después, una caravana. Antes, una semana entera de acumulación emotiva, remoción histórica, organización popular y un ápice tenso entre lo festivo.

A 116 años de que Amaranto Carrasco introdujera los rudimentos del fútbol en la ciudad y a 108 de que un diario local ponderara su desarrollo en pos de “alejar a los jóvenes de la enervante vida del café” -dice el Centro de Estudios del Fútbol Olimareño (CEFO) en reseña-, Treinta y Tres le ganó a Cerro Largo por penales y clasificó a la final de la región. Una troja de olimareños deliraron con el empate de la serie a los 116’ -largos descuentos- y cantaron gloria en una tanda de 22 tiros acabada por Rodrigo Segovia, lagrimeante al rato en la transmisión de CW45 Difusora 33. En Melo, en clásico, a 36 años de sucumbir ante la dorada Rocha (1-4) en el último cierre esteño con “el pago más oriental” -reza el escudo- en campo.

La semana en la tierra del maestro Lena se signó por la memoria. La apelación al recuerdo y la puesta en discurso de la dimensión histórica del hecho fueron elementos de estímulo a través de las redes. Fotos, montajes, videos. El preámbulo aglutinó remembranzas deportivas, símbolos oficiales, bastiones culturales y otros constituyentes de la identidad colectiva que el fútbol exacerba. A todo eso lo disparó un penal.

Rojo Olimar

El entorno del cincuentón estadio Centro Empleados de Comercio se aclimató desde temprano. Un pelotón de autos, camionetas, motos, bicicletas y caminantes recorrieron el kilómetro y medio que une al obelisco y al portón de ingreso a la sede del partido más grande del fútbol departamental en tres décadas y media. Al tronar de “La roja al pecho”, el himno a la selección que canta Pepe Guerra y escribió Ruben Lena, el fervor precipitó una semana la aceleración anual armada por el Festival del Olimar, que se abrirá el sábado 9 contra el río y a la sombra de tres puentes.

Teñida por distintivos rojos y atravesada por la esperanza, la ciudad se hizo densa hacia el noreste, con el humo choricero cercándolo todo en pliegue a la incesante demanda. Un boletero, un portero y Perico, popular personaje local con casaca y rostro en colorado, galera y “dale rojo” en letras blancas. El hincha oficial. En la hora previa al juego, siempre hubo alguien cruzando la arqueada puerta; niños y niñas a cornetas, veteranos con radios piedra custodiadas por brazos en ele y a ruido público.

Tres excursiones y un montón de vehículos particulares viajaron 175 kilómetros por la ruta 8, vía Mariscala, Pirarajá, Varela y Villa Sara. Es probable que la hinchada de Lavalleja sea una de las más compañeras del Este. Con Minas y Abril en auge en su Parque Rodó, un buen cabo de serranos se corrieron al Olimar en procura de un paso grande al primer título regional desde 2009, cuando la tricolor ganó firme en Pando y sumó la estrella regional 14, a semanas de alzar su segunda “orejona” nacional en Artigas y al minuto 94. Lo que pasa es ilusionante: el equipo entrevera experiencia con exuberancia física, calidad y evidente jerarquía para momentos bravos. El consenso en la concepción de los minuanos como favoritos a todo es absoluto, para el país en general y para el Este en particular.

Se presentan

Sin separación de hinchadas y sin incidentes que catapulten la fiesta al genuino interés de los grandes medios montevideanos el juego se ajustó en todo término al concepto de final. Fue parejo, disputado, apenas se soltó al rato y se sostuvo al compás de la efervescencia del público. Duelos permanentes, vigilancias atentas y conservadurismo natural, propio de la instancia, a tono con el contexto.

En ese marco, Lavalleja propició su distintivo juego combinativo en la fase de generación, con el triángulo central compuesto por Laureano Pérez, Carlos Corbo y Jonathan Pérez imprimiendo dinámica fundamentada en el buen pie y en lazo con los delanteros, siempre involucrados en la gestación a través de los apoyos.

Treinta y Tres opuso férrea resistencia al estilo serrano, intentó obstruir los circuitos que suelen dotar de fluidez y trascendencia a su circulación de pelota. Con Cristian Gutiérrez y el vergarense Franco Castillo como faros de ataque, la Roja trató de romper la expeditiva línea de tres defensores serranos. Felipe Pereira, talentoso zurdo que pasó por las juveniles de Peñarol y Boston River, regaló chispazos que levantaron al público local; a través de una maniobra suya en el primer tiempo, el anfitrión rozó el tanto de apertura. Sólo el macizo central Gregorio Almeida pudo impedirlo con un rechace muy cerca de la línea de gol. El experimentado arquero César Vicentino hizo lo propio con un remate cruzado de Marcelo Martínez en los últimos pasos de la parte de inicio.

Silencio y estruendo

Es casi un hábito: en los segundos tiempos, Gerardo Cano -subrogado por su asistente Jorge Núñez al estar expulsado- da sitio a Pablo Andrich y Andrés Berrueta en la zona central del ataque. Es un recurso que varía las condiciones de ataque del Lava, pues ambos son delanteros de área, pujantes, pesados para cualquier zaguero por ímpetu, tamaño, fuerza. Con vasta experiencia en los entornos más variados.

A los tres minutos del segundo tiempo, gol de Andrich. Menos de 180 segundos volaron entre su ingreso y un giro con remate en el entorno del área chica. A estadio casi mudo, corrió a la cámara de Tenfield, saludó a su hijo, miró a la parcialidad serrana y levantó el pulgar. Para el local, revés absoluto.

Al rato, a los 72’, “garrón”. Lavalleja se distrajo, Treinta y Tres apuró un lateral y la cosa terminó con espacio, tiro y gol de Santiago Suárez, máximo artillero de la Copa con siete tantos. Tan simple. El estadio reventó. El estruendo rebotó y ensordeció. Fue casi el único error de área de los zagueros visitantes en el duelo; en todo el torneo, uno de los pocos. La última vez que la Roja había marcado en una final del Este, su entrenador, Simón Mier, no había nacido. Delirio, agite y un trillón de cornetas.

Lavalleja es candidata, entre otras cosas, por el temple que expuso en la más recia adversidad del día. El estadio redobló el empuje y su equipo se envalentonó, pero la madurez serrana fue factor común a la noche entera, en toda circunstancia y por encima de los momentos, que en una final de un Campeonato del Este pueden ser de las más disímiles clases.

Tras pujar Germán Fernández en el área de Vicentino, Gabriel Chaine cazó el útil en la frontal del área, enganchó y disparó cruzado en media baldosa. Gol y gol histórico. Cuatro lentos minutos separaron al flechazo de Suárez del de Chaine, delantero oriundo de Joaquín Suárez con varias contiendas grandes en la tricolor serrana. “Nunca te deja a pata”, dice un veterano sosteniendo sus lentes, que casi cruzan el río de un vuelo de grito. Por varios capítulos, por perfil, por temple, por esfuerzo, por clase y hasta por no deslumbrar, es jugador de época.

Continuará

En adelante, Treinta y Tres dio todo lo que tuvo. Más rebelde que otra cosa, acechó el área minuana y abolló las frentes de Capricho y los Almeida, Joaquín y Gregorio. La penúltima acción fue un tiro libre algo escorado a la izquierda, cerca del vértice, que la defensa rechazó hacia Jonathan Pérez y, por prolongación, a Carlos Corbo, cuarentón volante campeón del interior en 2009 que perdió el mano a mano con el arquero Vicentino en corrida de medio campo conjunta con Berrueta, que antes había ingresado ovacionado por la parcialidad serrana, memoriosa de siempre y de ayer: el Pelo brilló en la serie ante Maldonado con tres goles en dos partidos, siempre partiendo del banco.

Lavalleja ganó. Lo que arrancó con Pepe Guerra, acabó con Raúl Jaimés, autor del himno tricolor. El plantel cantó el “soy del Lava” frente a su cuantioso público y la fiesta se cerró con insoportable olor a pueblo, en paz, conviviente. Nadie olvidará nada de una noche histórica, por una cosa u otra.

Las finales del Este se definirán el fin de semana en el estadio Juan Antonio Lavalleja de Minas, el “teatro de las sierras”, ante otros miles y sin pesar el saldo de goles. Todo por puntos, al estilo OFI. Como todo lo anterior.