San José, después de empatar en puntos a Lavalleja en las finales tras ganarle en Minas 2-1, consiguió a través de los penales el máximo título, al obtener la Copa Nacional de Selecciones por quinta vez después de 15 años de sequía.
En el alargue, a modo de tercer partido, no hubo goles, pero sí expulsados, y en los penales fue 4-2 al atajar el arquero coloniense de los josefinos dos de los penales de Lavalleja.
Enorme la gesta de San José, pero también gigante el desarrollo del partido y del campeonato por parte de Lavalleja, que hasta esta noche llevaba 12 triunfos consecutivos. Una final enorme. Una final fantástica. Algo extraordinario. Único. Épico.
San José campeón.
Eso dirán, diremos por estas horas, por estos días, los medios de comunicación, pero el tiempo dirá para siempre que pasarán 100 años y cada uno de los habitantes de San José de 2122 conocerán los nombres de los ocho futbolistas que consiguieron el triunfo más épico de la gloriosa historia del fútbol de San José. Único, increíble.
Todo se congela, como ahora en esta cápsula, ante la menor señal de que se acerca ese momento de efímera comunión y máxima emoción en el que los futbolistas, murguistas cantando entre la gente, dan el tono con el estridente sonido de sus tapones marcando una marcha triunfal. Ante 5.000 personas que colmaban el Juan Antonio Lavalleja, miles y miles de serranos que con absoluta lógica iban en busca del más grandioso título, Gonzalo Ruiz, Maximiliano Britos, Nicolás Rebollo, Gianluca Sacco, Leandro Navia, Daniel Martínez, Alejandro Gil y Pedro Vico, los ocho futbolistas que terminaron el partido -porque San José terminó el alargue con ocho tras la expulsión de Alejandro Gil, que fue el último expulsado cuando faltaba íntegramente el último chico del alargue-, consiguieron de la forma más heroica y épica que se pueda pedir para una definición el título de campeones de la Copa Nacional de Selecciones 2022. Campeones del mundo, de nuestro mundo.
Todo
No han pasado grandes cosas para los creadores de realidad virtual, pero mi mundo, que creo que es también el del vecino de enfrente, el del bolichero de la esquina, el del que atiende la mueblería del centro, el de la agencia de loterías y quinielas -ah, me olvidaba, también el de la esposa del pollero-, se ha modificado sólo por un partido de fútbol.
Sólo ha terminado un partido que el mundo de la información -que muestra botines iluminados y con firmas, que intercala imágenes de clubes ingleses propiedad de jeques árabes, dirigidos por un latinoamericano y con una dupla ofensiva japonesa-burkinesa- ignora. Pero nosotros no podemos más que temblar de la emoción, así como el pueblo futbolero de San José, que ha vuelto, después de 15 años y contra todo pronóstico tras haber caído derrotado en casa, a conseguir el máximo lauro. Por quinta vez es campeón del Interior, campeón del mundo.
Cada verano año tras año, como aquel lejanísimo 1951 cuando la gesta primigenia desembarcó en el ferrocarril que trajo a los campeones desde la finalísima, el pueblo, su gente, sus futbolistas, edifican el sueño. El desenlace final fue a través de los penales, porque en los 90 minutos San José ganó 2-1. Empezó ganando con anotación a la salida de los vestuarios de Daniel Martínez, lo empató de penal Lucas Espinoza antes del final de la primera parte, y en el segundo tiempo Alejandro Gil a los 20 minutos puso el 2-1 con el que hubo que ir al alargue. En el primer tiempo hubo un expulsado para cada lado -Mauricio Capricho y Diego Torres-, por lo que empezaron el segundo tiempo diez contra diez. En la segunda parte fue expulsado Alexis Acosta en San José, y en el alargue, Santiago de Genta, de Lavalleja, y Agustín Díaz, de San José.
Es una alegría fuerte, pero intuyo que efímera, por eso la aprieto contra el teclado y la fotografío en la angustiante hoja en blanco, en medio de la helada noche serrana que ha sido teatro de esta maravilla. Es una felicidad candorosa y no superflua para San José, es una tristeza grande para los locales, finita pero con la caducidad extendida en el tiempo, tanto como la pueda recrear la gente.
Certezas e ilusiones
Cuando terminó el partido, el 2-1 con que los maragatos silenciaron a los miles de serranos, no había nada definido, pero Nicolás Rebollo, ese enorme capitán, apretó de abrazos fraternos a sus compañeros, revelando lo profundo del momento y la épica de lo conseguido. En el alargue, San José se defendió y se defendió, Lavalleja lo buscó por todos lados, pero prevaleció el increíble y admirable esfuerzo de esos ocho josefinos, tratando de llegar a cada pelota, a cada situación de peligro. Heroicos, honrados por el gran juego del local, aguantaron hasta el final, y antes de los penales los abrazos eran más fuertes, la sensación de todo dado se multiplicó.
Cancha
Campo pesado, extremadamente pesado. Nervios y la dificultad de no poder desarrollar las aptitudes individuales o colectivas, no solamente por la incomodidad del campo de juego, sino además por el clima de emoción y nerviosismo que campea en la definición de un campeonato.
A los tres minutos, después del primer intento de ataque de San José, que terminó en un casi impensado córner, llegó el primer gol del elenco maragato. Fue a la salida del tiro de esquina en un cabezazo franco y cruzado de Daniel Martínez que venció al arquero Gastón Hernández. Toda la final empezaba de nuevo con aquel tempranero gol visitante que cambiaba la estrategia del partido.
De inmediato los serranos, con el colchón del triunfo en San José, salieron a buscar el empate que los pusiera nuevamente campeones. Fue realmente extraordinaria la reacción del equipo de Lavalleja, que empezó a sumar ataque sobre ataque, en principio viviendo en el área contraria, y con la acción de la última línea maragata defendiéndose como podía. En uno de los más feroces ataques locales, Juan Cancela intentó con éxito una extrema defensa y resultó gravemente lesionado, por lo que debió ser retirado en ambulancia y sustituido por Gianluca Sacco. Lavalleja siguió construyendo ataque tras ataque, en la inminencia del gol, el empate que en cada acción de los tricoserranos parecía muy probable.
A los 36’ el partido sumó instancias que serían determinantes en la final. Lucas Espinoza se metió al área con sumo peligro, Nicolás Rebollo fue a su marca, y en la barrida cayó el joven delantero minuano, por lo que el árbitro Martínez sancionó penal. Antes de que se ejecutara el tiro desde los 12 pasos, hubo una expulsión para el zaguero de Lavalleja Mauricio Capricho, y otra al delantero de San José Diego Torres. Lucas Espinoza remató el penal de excelente forma con su pie derecho a la izquierda de Mauricio Ruiz y puso el 1-1 que le daba el título a los lavallejinos.
En la segunda parte fue un huracán nuevamente el equipo local, pero a los 20 de juego, en una jugada que ni siquiera fue concebida como acción de ataque de manera colectiva, Alejandro Gil recortó sobre la derecha, lejos del arco, y la tiró por arriba para que nunca llegara Gastón Hernández. Quedó casi media hora más de juego con Lavalleja atacando por todos lados, y bien. San José defendiendo, con enorme manejo de Daniel Martínez, que logró controlar todos los tiempos y acciones, con y sin pelota, los tres del fondo: Maxi Britos, Nicolás Rebollo y Gianluca Sacco, el arquero Guzmán Ruiz, y recibiéndose de jugador esforzadamente trascendente Leandro Navia, que no paró de correr e intentar jugar, y además marcar, de volver una y otra vez a intentar ayudar.
Caballo de Troya
Miren. Ahí entre la gente desandan los escalones por el medio del túnel o por entre los alambrados que los conducen al portón que delimita el rol de héroe local. Ante nuestra pequeñez y nuestro asombro, avanzan con la seguridad y el miedo de la batalla, desde el viejo y modesto vestuario, caballo de Troya del pueblo. Van al campo de la gloria a veces, como ayer. Otras tantas, al infierno tan temido, como hoy. Siempre en esa impostura hija de la vida: enhiestos, serios, grandiosos. Astronautas del pasto con luces de faroles, elegidos para llegar al más allá. Mírenlos, avasallantes o inseguros, conquistadores de mares de dudas; caballeros cruzados de las elegidas tardes-noches pueblerinas; sempiternos luchadores por sacarnos del Medioevo del fútbol grotesco y luchado, y alzar la bandera del pueblo entre papel picado de diario, o entre esta brillantina en cañones cool del set de televisión, que por un rato nos saca del estaño del bar El Volcán, del murito del club social, de los bancos de la escuela.
Caminan, saltan, saludan, exultantes de alegría, con el pecho hinchado y, lo más lindo, transfiriendo con calma y esmero su alegría a cada uno de esos miles de vecinos, familiares, compañeros de escuela, de liceo, novias, exnovias, primos, primas, parientes lejanos, abogadas, panaderos, el del carrito de la plaza, la de la intendencia, el de Asignaciones Familiares, los que viven al lado de donde era el Banco de Crédito, el que ingresó el mismo día en la Policía, los del cuartel, y aquel parece ser el más chico de los Cabrera. En Minas, San José ha logrado ganar el partido, empatar en el alargue jugando con uno menos, y llevarse el título a través de los penales.
Único, heroico, inolvidable y para siempre.
Este equipo, estos jugadores, han entrado en la historia.
Salú.