Edgar Martínez es futbolista pero también es director técnico. Existe ese limbo, y lleva un nombre histórico, el de los merengues de Aires Puros, La Luz Fútbol Club, donde Edgar volvió al fútbol después de haberse retirado e incluso de haber dirigido. Como me recordó el jugador, esta nota tuvo la intención de ser una nota a dos voces con Williams Martínez, su hermano, recientemente fallecido. Una muerte sensible la del querido Willy, en la memoria de las purezas del fútbol criollo, el nuestro, el que nos habita. Un noble el Willy, a los colores, a la familia, a las hinchadas de paso. Willy se fue porque quiso o porque pudo, eso nunca lo sabremos: lo que sí sabemos es que fue uno de los futbolistas que se suicidaron en los últimos tiempos.

Williams y Edgar se criaron en el corazón de Pueblo Victoria y, cuando no había ruta todavía, todo eran canchas de fútbol en aquel Montevideo. El abuelo de los gurises, mientras, se trepaba a una columna para arreglar un foco mocho ante la atenta mirada de nadie. En silencio, porque sí, por amor al fútbol. Edgar también lo recuerda al abuelo con un balde juntando las piedras antes del partido para que los gurises se raspen un poco menos. Hoy el estadio del Nuevo Juventud lleva su nombre: Enrique Fracchia.

Así se criaron los hermanos Martínez, al borde del área, sacando a los otros para que no queden en offside. Hablar con Edgar es hablar del oficio, el de jugar al fútbol, el de dirigir en plena gesta. Edgar Martínez se retiró en Rampla Juniors como futbolista y asumió como ayudante de Edgardo Arias. Agarró la posta cuando Edgardo dejó el cargo por un pedido del propio Arias y terminó dirigiendo a su hermano hasta la puerta del ascenso. Después de eso pasó de todo. Edgar Martínez volvió a las canchas y cuerpea los 43 años en La Luz FC por el ascenso a Primera División. Habló con Garra, entero, y bajó la pelota.

¿Cómo fue esa primera experiencia como director técnico de Primera División?

No todos vemos el fútbol igual y el técnico es el que toma la decisión. En la primera experiencia absorbí todo lo que pude de Edgardo Arias, un señor. En la segunda me sentí muy cómodo en el rol de técnico. Entendí que eso era para mí. Y dirigí a mi hermano, eso fue tremendo, porque nunca nos pudimos dar el gusto de jugar juntos, aunque hubiésemos tenido que jugar de casco y con bozal.

¿Es distinta la forma de dirigirte a tus compañeros después de haber atravesado esa experiencia?

Es distinta. Ahora que volví a jugar me cuesta hablar como jugador, me cuesta hacer una arenga en un túnel, que antes era más natural. Porque estoy un poquito de cada lado. Yo me veo como un entrenador o un ayudante de entrenador desde adentro de la cancha. La idea es esa, pero el entrenador es uno solo y es Julio [Fuentes]. Nos conocemos, yo sé lo que quiere, y eso te facilita la tarea.

Edgar Martínez, previo al partido ante Uruguay Montevideo, el 12 de junio, en el Parque Roberto.

Edgar Martínez, previo al partido ante Uruguay Montevideo, el 12 de junio, en el Parque Roberto.

Foto: Alessandro Maradei

¿De qué manera se dio la llegada a La Luz?

Estaba jugando en Defensor de Maldonado. Y cuando ascendió La Luz, lo llamé a Julio para felicitarlo por llevarlo a ser profesional. Ahí empezó como tono de chiste lo de volver a jugar, hasta que me di cuenta de que estaba hablando en serio. No me veía haciendo una pretemporada de nuevo. Pensaba que no me iba a dar la cachila. En la B armás una banda fuerte y capaz que no precisás grandes figuras. Hay otros equipos con jugadores de primera división que no encuentran la vuelta. La verdad que el vestuario lo disfruto como loco. Tengo un compañero que es un gurí que jugó con mi hijo. La primera vez que llegué me miraba, me miraba, y a los dos o tres días me dijo que era el Tenaza, Christian Sastre, que yo lo iba a ver cuando jugaba con mi hijo.

¿Cómo fue la crianza que tuvieron futbolera y de barrio?

Mi viejo tiene 66 años, pero agarra los botines y se va a jugar entre semana al fútbol cinco y fines de semana al fútbol once. Ahora dice que está para 40 minutos. Y juega con tipos más jóvenes que él. Andá a chocarlo, es como chocar con la pared. Nosotros con mi hermano jugábamos todo el día a la pelota. Llegamos a jugar con mi abuelo en el barrio, Enrique Fracchia, que jugó en Progreso, en Uruguay Montevideo, hasta que agarró laburo fijo en Ancap. Mi viejo largó en inferiores de Nacional y jugó en aquellos campeonatos de barrio en los que jugaban profesionales. Se armaba cada lío. Arrancaban hoy y terminaban mañana. Cuando no estaba la ruta, íbamos con el Willy hasta el arroyo a tirar piedritas y después era todo canchas. Jugamos toda la vida en el Nuevo Juventud, en el estadio que tiene el nombre de mi abuelo. Es que mi abuelo le sacaba las piedras con un balde a la cancha. Era un rayador aquello. O de repente lo veías arriba de una escalera arreglando los focos, y solo, nadie se lo pedía. Lo hacía porque le gustaba.

¿Cómo fue la carrera después de aquel lejano debut del 99?

En aquella época estaba [Jorge] Seré, el Topo [Fernando] Rosa, Carlos Macchi, Diego Mujica, Enzo Azambuja, el Látigo [Rubén Darío] Delgado, gente grande, juveniles éramos pocos. En 2003 Rampla no pudo pagar la deuda y quedamos libres. Carlos Linaris me llevó a Costa Rica y jugué en el Santos unos años, allá nació mi hijo. Vine para Wanderers con Daniel Carreño, después con [Diego] Aguirre y con el Loco [Luis Alberto ] Acosta. Me fui a Colombia al Deportivo Cali –nunca tomé la dimensión del tamaño de ese equipo– y a China en 2009, siempre con la familia. De China a Tacuarembó. Peleamos el descenso hasta el último segundo del campeonato con Cerro Largo en el Ubilla. Caminamos 40 y pico de kilómetros por una promesa. Vine a Central con Christian Palacios, Gastón Bueno, Matías Vecino; hicimos flor de campeonato, pero no nos dio el puntaje por el campeonato anterior y descendimos, con Palacios de goleador. Me salió para ir a Guatemala a jugar a Comunicaciones, donde terminé rescindiendo porque perdimos la final y ya nos querían rajar a todos. No servíamos para más nada. Ahí es así.

“De jugar la Concachampions y marcar a Chupete Humberto Suazo, a [Walter] Ayoví, a Mauro Rosales, a cambiarme contra un árbol en la cancha llena de barro de Oriental”

Volví a Montevideo y jugué ocho partidos en la C en Uruguay Montevideo. Como era el cuadro del barrio me enganché. De jugar la Concachampions y marcar a Chupete Humberto Suazo, a [Walter] Ayoví, a Mauro Rosales, a cambiarme contra un árbol en la cancha llena de barro de Oriental. Nunca tuve problema, así como me cambiaba en un lado, me cambiaba en otro. Después fui para la IASA, ascendimos y terminé en un equipo de Miami por tres meses. Volví a Central, pero no hicimos ni pretemporada ni nada, nos arrastramos, aunque teníamos terrible banda, pero ya estábamos grandes. Y después me llamó Julio para ir a Rampla. Zafamos del descenso en el último partido con Cerro. Ahí ya estaba con la cabeza de ser entrenador.

Edgar Martínez, durante el partido ante Uruguay Montevideo, el 12 de junio, en el Parque Roberto.

Edgar Martínez, durante el partido ante Uruguay Montevideo, el 12 de junio, en el Parque Roberto.

Foto: Alessandro Maradei

Ahí se cruzaron al fin con tu hermano Willy.

El fútbol nos cruzó recién en 2020, porque antes la mayoría de las veces andaba uno por un lado y otro por otro. Fue una experiencia linda la de dirigir a mi hermano. Yo ya sabía el perfil de jugador y de persona que era, el grupo iba a caminar, pero teníamos mil quilombos para resolver porque nos estaban debiendo tres meses. Yo les decía a los jugadores que, si tenían que parar, parábamos todos. Estábamos todos en la misma. Igual con todos los golpes llegamos a la final, quedamos en la puerta del ascenso. Fue tremendo aprendizaje. Teníamos todo para ganar y nada para perder.

¿Cómo viene siendo la cancha después de Willy?

Va a hacer un año ya. Los primeros tres o cuatro meses quería salir del pozo y parecía que cada vez me hundía más. Me despertaba llorando a las tres de la mañana y no podía parar de llorar. Así pasaron los meses, imaginate mi vieja, mi hermana, a todos nos agarró en diferentes etapas y no todos lo procesamos igual. Ahora lo vamos asumiendo, pero dos por tres aparecen los cuestionamientos, las angustias. A veces sólo hay que darse un abrazo y llorar. Es que nos vamos de este plano físicamente, pero creo que él está acá. Yo soy escéptico, pero han pasado cosas que me dicen que el loco está cuidándonos, cuidando a las hijas. Mi vieja –que es de roble– estaba hablando de él con mi tía y le cayó una foto del Willy en los pies. A veces sentís que estás queriendo encontrar señales.

Mi viejo terminó sanando un problema que tenía con su madre antes de morir. Se iba a quedar con eso adentro. De alguna manera, te aferrás, yo hoy siento que él está ahí. La otra vez iba trotando hacia el área, había sido el cumpleaños de mi vieja, y dije “cómo está para regalarle un golcito a la vieja, Willy”, y la pelota me cayó, cinco minutos pasada la hora. El Willy nos había hecho un gol parecido en el mismo lugar hacía un tiempo. Han pasado muchas cosas a raíz de su muerte, que nos han unido como familia. Estamos cerca, en lo personal bajé la pelota y empecé a valorar otras cosas. Después de un tiempo, ves que el movimiento que hubo permitió avances, cada uno fue saliendo del pozo. No me salía nada como entrenador y me salió ir a jugar a La Luz, es como si el Willy hubiera dicho “tomá, jugá un rato más”.