En cancha de Racing, en Sayago, se jugó un partido áspero por el descenso, o por zafar de este. Se enfrentaron el local y su vecino de Capurro, el Centro Atlético Fénix. Ambos equipos penden de hilos al borde de la tabla.
En la vieja cancha de la bajada, aunque ahora el progreso implicó el ajuste, una línea blanca crece como una sutura en el pasto. Es el riego automático que termina de cubrirse como alguien que recupera el pelo. La cancha de Racing se tecnifica y adentro se juegan la ropa.
El equipo que dirige técnicamente Eduardo Espinel ganó por segunda vez consecutiva en el campeonato y, según los promedios, se ubica puntos arriba del fatídico descenso, que no es más que un paso atrás para seguir, en realidad, pero está a la orden del drama colectivo.
La hinchada lo festejó con algarabía y los jugadores regalaron las camisetas. Se vio una comunión fundamental en el alambre. Ambos equipos se encontraban con cinco puntos en la previa pero con una diferencia en el decimal, que manda, ubicando a Racing con un promedio de 1,111 y Fénix con 1,172. Con la victoria uno festejó y el otro colgó en la amargura, la de la lucha constante y la de la agonía, que se parecen.
El equipo de Capurro luchó hasta el final del partido, incluso después de los descuentos, pero el equipo de Espinel se mantuvo estoico. Sostuvo la ventaja conseguida en el primer tiempo por los goles de Tomás Verón Lupi, que encontró un rebote, y de Octavio Rivero, el goleador olimareño, que convirtió de penal. El mismo delantero robó una pelota en defensa entrado el segundo tiempo, que pudo haber liquidado el trámite. Pero Andrés Mehring supo contener en más de una ocasión la esperanza de los suyos.
Al final Racing festejó en su cancha y en su barrio. Fénix se hundió en las matemáticas. Todos los partidos serán decisivos en adelante, o siempre lo fueron. Preocupación en el equipo de Leonal Rocco, respiro en el de Espinel, que ganó nuevamente.