Lito y Rincón de Carrasco se enfrentaron en el último partido del año de la Divisional D. Juan Carlos Onetti podría haber inventado esta divisional como inventó Santa María. El orejón más preciado del tarro, el último, el que brilla. La copa se la llevó Lito tras ganar 2-0 con goles de Nahuel de Armas (en contra) y de Christian Cordero.

Paso a paso

Rincón de Carrasco y Lito poblaron el Parque Batlle, fue su Navidad, su Fin de Año. La Nochebuena adelantada que se quedó en los trapos con los colores de Aguada, con la insignia del barrio Arroyo Seco, con los colores del Lito.

Desde el arranque en la tribuna del Lito entonaron su himno: “Siempre Centro Lito adelante, triunfante, triunfante, porque tiene garra y corazón, campeón, campeón”. También vociferaron los arlequines de la tribuna, sin embargo, esa violencia verbal sexual, el bullying del alambre que tanto duele, esa cosa de cerrar culos o romperlos que no es más que la eterna estupidez del hombre.

Lito encontró el gol en un entrevero a los dos minutos de partido. Como la vida. En pleno entrevero de diciembre, la luz de un fuego artificial, de una parrilla prendida, de una familia. Después de un córner ni los delanteros la pudieron meter ni los defensas sacar, y rebote tras rebote la pelota se fue solita para adentro.

La defensa local guiada por el Caballo Martín Cardozo, se encontró con el gol tempranero en contra que en lugar de hundirlos, los inspiró por el orgullo. El capitán Cardozo empujó a los suyos, otro veterano de guerra Silvio Dorrego, trepó todo lo que pudo.

Ese gol llegó temprano pero una roja al final del primer tiempo los metió en el arco. Supieron defender y cuidar la gallina. Rincón no claudicó, pese a que el global se puso 3-0. Quiso con figuras del pasado, con Henry Gimenez, con Miguel Puglia, hombres que volvieron a jugar porque aman hacerlo, despuntado el vicio en el Parque Palermo, unos destellos, fogonazos de un barrio eterno, el de la memoria de los pies.

En el Lito, Álvaro Aschieri gobernó el medio del campo. Con Christian Cordero, que a la postre convirtió el segundo, sostuvieron y crearon acorde al trámite. La presencia del Chengue Albin en el diálogo constante y en la mano -o el pie- tendida para aportar, hasta en la defensa, cuando Mauro Moreira lo llamó al orden porque claro, faltaba gente. Moreira es un corazón que pulsa, que se alimenta de todos los arrebatos pasionales del deporte más lindo del mundo.

En la tribuna de Lito siguieron con el himno: “Lito querido, cuadro invencible, fuerte, aguerrido e irresistible. Siempre Centro Lito adelante, triunfante, triunfante, porque tiene garra y corazón, campeón, campeón. Que proclaman tus parciales que son inmortales, ¡tu gloria y honor!”.

Adentro de la cancha, los hechos históricos que también son olvidables para el grueso del pueblo futbolero, no así para la barriada que pobló los escalones. Nuevas palabras para la tradición oral que sostiene clubes históricos como el Lito. En el murmullo de la tribuna, anécdotas de otro tiempo, quizás fantasmas de otras épocas que no vemos por no creer.

Un banco de suplentes sin techo, matas altas entre el hormigón y pasto sintético adentro. Una cancha ocupada, el buen trato del balón, un intento atrás de otro por resistir. Cuando el Rincón se vino arriba, alguien en la tribuna de Lito pidió “overall”. Y hubo que ensuciarse sin barro. Lito defendió festejar después de años, quizás unas cuantas vidas de por medio.

La divisional D es la belleza según Dante. Es el Jardín de las Delicias amargas. La inspiración del Bosco y de Fernando Cabrera, un llanto del Darno, un mundo de Gustavo Espinoza. Cuando Lito convirtió el segundo, fue porque Kaurismaki estaba en la tribuna como uno más disimulando.

Cabe recordar que el año pasado, Diego Galo, recientemente fallecido, fue pilar en el Lito. Sus excompañeros, compañeros por siempre, lo recordaron con una pancarta en la primera final, y volvieron a sacarla para el recuerdo con el grito de campeón. Un grito de campeón al cielo, como un signo de interrogación sempiterno. Una angustia que se quedó a vivir.

El Lito ahora es de la C, pero es de su gente y de su barrio primero que nada. La historia está para escribirse, escribirla es trazar el propio camino, el colectivo, el de sueños plurales innominados, alternativos, anónimos. Caminos para siempre como en el barrio de la infancia.