Qué jugador uruguayo que es Hugo Silveira. Porta las raíces hasta en el tranco, en esa manera de deslizarse por el campo. Más que lentitud, mansedumbre, cautivo como felino cazador en un monte de piernas. Se ubica en el área mientras el balón se arrima. El balón es la presa; en el arco, el hambre, esa necesidad.
Cerro Largo presentó una camiseta negra y naranja que parece la del Conventos de Melo, el equipo junto al río en el mismo barrio del estadio Ubilla. Quizá sea un homenaje a las estrellas de esos cuadros, puros nutrientes del equipo que representa al pueblo. Hugo Silveira supo ubicarse como pivot cuando la pelota no llegó y así fue desarmando la estructura celeste de Torque.
La primera emoción fue como una tos convulsa. Un grito inválido en el descampado de la tecnología. El árbitro acudió a la pantalla y cobró una falta que nunca hubiéramos visto. Quizá hasta la discusión por su existencia está penada y ya no vale la pena. Nos queda la resignación por las pantallas en este fútbol panóptico, que vigila y castiga. Tiago Palacios en una jugada rápida llenó de gol el buche, pero un silbato tardío le devolvió las pulsaciones de la normalidad.
Casi enseguida y como una paradoja, Silveira apareció al borde del área chica pero Gastón Guruceaga, tan efectivo, confirmó la capacidad de lo imprevisto. Ningún gol se canta hasta que se hace. Menos debería ser gritado previamente o eso dicen las cábalas. Sin embargo, en la jugada siguiente, como confirmando, Sebastián Guerrero convirtió el primero válido de la noche.
Hugol se sube el short más allá de la cintura y hace algo similar con las medias, a las que no deja caer. También hace una seña con las palmas abiertas para que se la filtren como pivot. La pide, la quiere. No maneja el ego de los grandes, sino el oficio. Rafa García desde el fondo parece entenderlo y busca por bajo en la salida. Cuando van por afuera la potencia física de Torque los subleva, así que ambos experientes guían el juego. Del lado ciudadano, el eje es Álvarez Wallace, y arriba esas pequeñas potencias que son Sebastián Guerrero y Tiago Palacios, los encargados del sentimiento. Silveira, con oficio, buscó por las alturas en medio del desorden y colocó la pelota por encima del arquero para empatar y respirar antes del corte.
Las banderas de Torque son todas impresas. En la visita está “La banda del Bicho” y hay un griterío acentuado de frontera. Silveira en la primera acción del complemento baja a defender una pelota hasta cerca de su propio arco. Vuelve al tranco con la función cumplida. En la siguiente provoca una jugada sin siquiera tocarla; la deja pasar como un tanguero cuando todas las miradas caen sobre él. Lo más riquelmista que se le ha visto.
Nahuel Furtado encontró una pelota picando fuera del área por un rebote fortuito y eso es de las cosas más lindas que te pueden pasar en la vida. La colocó de emboquillada por encima del arquero. Le pegó con los cordones como te enseñan en el baby. Cerro Largo lo dio vuelta y pudo convertir el tercero, pero Guruceaga no estuvo tan de acuerdo. Hugo Silveira defendió la ventaja en su área en cada pelota quieta, sublevó sus ansias de goleador y jugó para el cuadro, por la causa. No le pesan ni el sudor ni el barro.
Cerro Largo jugó con el tiempo. De la tribuna local gritaron “tapalo con diarios”. Torque ejerció presión constante. Contó los minutos de cada cambio y nunca renunció a su juego. Buscó en el banco cómo entrar al área. Rafa García creció entonces en un duelo constante con Sebastián Ribas. Montevideo City Torque volvió a dejar puntos por el camino y eso le empieza a doler. Los arachanes, por su parte, subieron al bondi con otra perspectiva sobre la ruta.