Esta es una historia que debió escribirse una tarde del otoño de 1989, pero que sin embargo se disparó con fuerza en una madrugada de verano de 2023. Una historia revelada 34 años después es difícil de trasladar con la fuerza, la sorpresa, la desazón y lo abrumador de lo imposible para una o hasta dos generaciones después.

Una noche me encuentro con la película-documental que se presenta como Jugada peligrosa con la imagen de tres árbitros en la mira, avanzando hacia algún lugar y dejando atrás impactos de bala de alto calibre. La bajada, el abstract de la película, dice “Copa Libertadores, 1989. Una historia verdadera sobre fútbol, corrupción y el poderío de Pablo Escobar y su cartel, contada por sus protagonistas: cinco árbitros que tuvieron que resistir el dramático peso de una época en carne propia”.

El inicio sugiere el nudo central de la cuestión a ser revelada y testimoniada: la amenaza, extorsión e intento de soborno a los jueces de la revancha de la semifinal de la Libertadores de 1989 entre Nacional de Medellín y Danubio. Y los testimonios son directos e incontrastables: los exárbitros argentinos Carlos Espósito, Abel Gnecco, Juan Antonio Bava narran la difícil situación que debieron vivir en las horas previas, antes, durante y después del partido entre Nacional, el cuadro del Cartel de Medellín de Escobar, y Danubio, que venía de su primera conquista en el fútbol uruguayo con un equipo de jóvenes de barrio que brillaban dirigidos por Ildo Maneiro.

La hora del miedo

Me ganó la angustia, el nerviosismo y la impotencia, y, ante el relato de los internacionales argentinos acerca de cómo fueron abordados en el hotel por los sicarios de Escobar para asegurarse que Nacional ganara el encuentro y se meta en la final –hasta ese momento ningún club colombiano había ganado la copa, y el equipo del cartel de Cali, América, había perdido tres finales consecutivas–, conecté con aquellos días, con aquel equipo de Danubio cuyo futbol y sus protagonistas me subyugaba, y con una conversación que tuve con el gran Ildo que en su casa dos años después me dijo “no teníamos que haber jugado aquel partido”.

Los jueces argentinos confiesan lo mismo ante cámaras. Bava, que en ese partido debía hacer de árbitro de línea, recuerda que en el desasosiego de la noche esperando por el día del partido en el que los copadores de su habitación les habían dicho que si no ganaba Nacional los mataban allí o en Buenos Aires, le dice a Esposito “vos hacé lo que quieras, pero si a los diez minutos el equipo de aquí no gana 2-0 yo tiro el banderín a la mierda, me meto en la cancha y hago un gol de cabeza, ¿me escuchaste? Tengo dos hijos para criar”.

Foto del artículo 'Cuando dejaron sin sueño, y sin copa, a Danubio'

Aquel Danubio representó mucho en mi vida y en mi carrera. Lo seguí periodísticamente en buena parte de sus partidos de la temporada 1988 en la que ganó todo, y un día después de su primer Campeonato Uruguayo, jugué con el futuro en la contratapa de La hora popular rematando una columna que titulé “Fútbol era el que jugaba el Danubio del 88”: “Entonces, con el paso de los años se recordará míticamente agigantado el toque de aquellos botijas de Ildo y yo podré decir: esto no es fútbol, fútbol era el que jugaba el Danubio del 88”.

La Libertadores del 89 fue para Danubio un sueño. Pudo sortear el grupo con Peñarol ante los paceños Bolívar y The Strongest. Después se sacó de encima a Nacional, que como campeón de América entraba en segunda fase. Luego eliminó a Cobreloa ganándole en el desierto en Calama y en el Centenario, y en semifinales en la ida había empatado sin goles ante el Nacional de Medellín, que había armado un cuadro de puros colombianos que eran la selección, dirigidos además por Francisco Pacho Maturana.

Un día antes de la revancha en Medellín, la perdida 6-0 a punta de metralleta, el Uruguay había hecho de Danubio su bandera, y en un cartel publicitario en la puerta del liceo Zorrilla intervenido por los estudiantes rezaba “Ni un paso atrás, ¡Danubio vencerá!” y todos esperábamos lo mejor y no lo peor. En mi crónica de la derrota –los partidos que se hacían por televisión no se firmaban– titulé: “Medellín: Gardel murió otra vez”.

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Daño colateral

Dos años después, a su vuelta de España adonde se había ido a dirigir al Zaragoza, Ildo Maneiro, en una larga conversación, no pudo eludir aquel tema.

Ante la pregunta “¿qué fue lo que realmente pasó en Medellín?” Ildo dijo: “lo que pasó fue la noche de guerra que tuvimos que vivir. Parecía que nos estaban ametrallando –y realiza la onomatopeya de la metralleta– y los tipos que estaban con nosotros se levantaban y salían a los tiros. ¡Nadie durmió esa noche, si estábamos todos cagados!”. Además, el DT contó que “nos pusieron un convoy adelante y otro atrás del ómnibus, con los tipos armados a guerra hasta los dientes. Después de noche estábamos durmiendo y empezó la balacera. Nosotros sabíamos que nos iban a poner eso, pero optamos por no decirles a los muchachos porque cabía la posibilidad de que no lo hicieran; para nosotros era algo totalmente nuevo. A eso de las 02.00 empezó: un bombardeo parecía aquello. Los tipos que estaban de guardia salieron con las armas empuñadas y los jugadores se asomaron al corredor; después se metieron abajo de las camas. Lo siguieron repitiendo, el resultado fue que nadie durmió en toda la noche y nos asustamos. Además, lo peor era que los tipos que estaban de guardia hacían la parodia, aunque capaz que tiraban en serio, yo qué sé. Yo salí a los corredores y a un patio que había allí y vi cómo los tipos salían, apuntaban y tiraban. Después en la cancha no podíamos mover las piernas, era imposible.

Espósito y Bava recuerdan lo mismo en el documental de HBO: “No podía levantar las piernas, no podía correr”. Sin embargo, Bava cuenta que al final no hicieron informe de ese partido. Tal vez hubiese sido necesario para evitar lo que le sucedió a Juan Carlos Loustau, Francisco Lamolina y Jorge Romero, los jueces de la última final que se jugó en Bogotá con la intención de que no volviera a pasar lo de Medellín, y que tuvo la misma situación de intimidación, intento de soborno y amenaza de muerte, y que culminó con el secuestro de Loustau después de que Nacional alzara por primera vez para Colombia la Copa Libertadores a quien, en el medio de un descampado, lo querían matar porque “no entendimos el mensaje cuando rechazamos el maletín que trajo aquel tipo al hotel”.

Una historia increíble, una injusticia deportiva, pero fundamentalmente un atropello a la vida.

Ahora entiendo bien el cartel del Zorrilla de 1989: “Ni un paso atrás, ¡Danubio vencerá!”.

Jugada peligrosa - HBO Max. Dirección: Matías Gueilburt. Guion: Juan Carrá y Sebastián Martínez Piñero. Director de fotografía: Pablo Galarza.

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