El fútbol uruguayo está en un brete. No importa cuándo leas esto. Hay gente que vive de la letra chica, hay un cauce que corre y las cosas se quedan agarradas de las ramas, hay un imperio o dos y un tesoro. No, el tesoro no es la pelota. Hay un circo, hay payasos, hay quienes dirigen, quienes hacen y quienes callan. Hay quienes hablan, quienes desaparecen, hay quienes articulan, quienes muerden, quienes trepan, quienes quieren. No importa cuándo leas esto, el tesoro no es la pelota.

El fútbol uruguayo puede suspenderse. No importa cuándo leas esto, siempre está en un brete. Hay un teléfono que suena siempre, hay alguien que no atiende. Hay miseria. Hay ejecución, financiación y fideicomisos de la miseria. Promesas de la miseria, duelos de la miseria, olvidos de la miseria, muertes de la miseria y juegos de la miseria. No importa cuándo leas esto, la pelota no se suspende, la miseria se mancha, en la letra chica entran varios.

La Mutual exige la concreción de un proyecto de Estatuto del jugador que data del año pasado. Está bien. El proyecto cuida al jugador, lo ampara, lo cobija. Hasta el día de la fecha el jugador siempre ha estado en pelotas. Uno de los ejes neurálgicos de la reforma implica que los clubes cumplan con normas básicas de pago, en tiempo y forma, y que exista un aumento de los salarios mínimos de la B, que son los que tiene asignados la mayoría. No debería pasar que un jugador cobre menos del salario mínimo establecido, y es cierto que algunos cobran más, pero para la mayoría la zanahoria es el mínimo.

El mínimo para los jugadores de la A que pasaron los 21 años es de 59.000 pesos aproximadamente, y el de la B, unos 30.000 pesos menos. Hablando en criollo, si jugás en la B y pagás un alquiler de 15.000 pesos mensuales, vivís con 14.000, si no contás los descuentos pertinentes, de los cuales, con suerte, 4.000 o 5.000 se te van en cuentas fijas. Los Nike Legend Academy fluorescentes están en un negocio cualquiera a unos 5.990. El resultado de la ecuación es laburar toda la tarde en otra cosa.

El resultado de la ecuación es que los jugadores de la B (y muchos de la A) no pueden desarrollarse como profesionales si laburan entre ocho y diez horas aparte de las que les exige el rendimiento deportivo. Con eso conviven, sin duda, atletas de otras disciplinas. Siempre sufre el bolsillo quien es deportista. En las tapas de las cuadernolas están los cracks; en el papel reciclado, quienes viven el deporte como un oficio.

En el mismo lugar

Los clubes, que se hacen los otros para firmar el acuerdo que ampara la reforma del Estatuto, se amparan a su vez en la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), que los reúne. El gremio de alguna manera es quien ampara a quien ejerce el oficio del deporte. En esa serie de amparos, cada quien cuida su patio. Los clubes no quieren saber nada con aumentar los salarios: apenas si gastan en infraestructura lo que pueden, salvo las sociedades anónimas, esos edificios frágiles, que en principio invierten en la profesionalización.

Aquí no hay equipos en desarrollo. No existe esa forma de nombrar a clubes que tienen cerca de 100 años o más. Son clubes que no son grandes, o que son grandes sólo para su gente, aunque en realidad con los grandes pasa algo parecido. Pero los grandes se aceptan entre ellos como grandes y se adulan y se burlan y se roban jugadores de los cuadros chicos como gallinas. El tesoro, entonces, no es la pelota.

La discusión siempre termina en el mismo lugar. Para que los clubes acepten la exigencia de los jugadores nucleados en el gremio, la AUF debe garantizar determinados ingresos porque los clubes no se valen por sí solos. Ninguno, podría decir Liverpool. Hace tiempo se terminó la independencia.

El tesoro es la tele. La guita que entra por la televisión es la que les da a los clubes de comer, y los nuevos números que implican la renovación de los contratos tiene a todo el mundo al alpiste. De este plato quieren comer todos. ¿Y quién la pone entonces? ¿La empresa o la AUF? ¿O la AUF también es una empresa? En esa serie de empresas donde también entran los clubes, siempre el trabajador es el último.

Al día de hoy la miseria está inmóvil, la calidad intacta. La profesionalización, atada a lo que puedan hacer las empresas que compran los clubes, a la suerte de vender una joya, o a que la plata de la tele te permita dar un paso al frente, traer un nueve como la gente, un arquero extranjero, pintar la tribuna, comprar energizante, chalecos, pelotas, conos.

Lo cierto es que la Mutual está alerta, esperando respuestas. Los otros, los otros son los otros.